Guerra de Granada, 1491

En la primavera de 1491, Isabel I de Castilla se quedó en Alcalá, con el príncipe y las infantas, para gobernar el reino y atender la subsistencia y las necesidades de los 20.000 guerreros que había conseguido reunir Fernando II de Aragón para esta campaña. Los infantes provenían de las ciudades de Andalucía y de las gentes que acompañaban a los nobles en liza. Entre ellos, estaban los marqueses de Cádiz y  de Villena, el gran maestre de Santiago, los condes de Cabra, de Cifuentes, de Ureña y de Tendilla, don Alonso de Aguilar y otros ilustres y nobles capitanes que representaban. El ejército partió desde Sevilla, pasando por Baena, penetrando en la vega de Granada.

El 26 de abril, el ejército acampó a dos leguas de la corte del antiguo reino de los Alhamares. En el palacio árabe de la Alhambra, Boabdil celebró un gran consejo con sus alcaides y alfaquíes sobre lo que se debería hacer para la defensa de la ciudad.

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En la capital del emirato vivían unas cien mil personas entre lugareños y emigrados. Eran hombres y mujeres que se habían negado a vivir como musulmanes sometidos, o mudéjares, de acuerdo con las condiciones de rendición que se les ofrecieron en poblaciones como Huesear, Zahara, Málaga, Alcalá de los Gazules y Antequeruela. Estos últimos formaron su propio barrio, la antequeruela. Por entonces había en Granada pocos mozárabes (cristianos que sobrevivieron a las generaciones de gobierno musulmán). Los demás habían sido deportados, porque los gobernantes de la ciudad los consideraban una amenaza militar. En Granada también vivían judíos, pero sus costumbres y su alimentación eran musulmanas, y su idioma oficial, el árabe.

Además de las huestes de veteranos, había unos diez mil jóvenes en edad y actitud de manejar las armas. Abundaban las provisiones en los almacenes y el suministro de agua estaba asegurado gracias a las copiosas aguas que bajaban del Darro y el Genil que, como se decía, se «casaban» casi al lado de la ciudad. Un poeta musulmán preguntaba en uno de sus escritos…

“¿Por qué alardeará tanto El Cairo de su Nilo si Granada tiene mil Nilos?”.

Por un lado, las escabrosas montañas de Sierra Nevada ofrecían una buena protección. Por otro, contaba con un circuito de casi tres leguas de muralla, todo ceñido y cercado con edificios, fortalecida con muchas torres de defensa y doce puertas. Conscientes de todo ello, acordaron seguir resistiendo, quedando decretada y organizada la defensa.

Ante la dificultad de reducirla por la fuerza, Fernando determinó bloquear la ciudad y hacer una correría de devastación por el valle de Lecrín y la Alpujarra, de cuyos frutos se abastecía la ciudad. El marqués de Villena se situó en avanzadilla, incendiando aldeas y recogiendo ganados y cautivos. El rey y los condes de Cabra y de Tendilla sostuvieron serias refriegas con los montañeses y con la hueste de Zahir Abén Atar que les disputaron los difíciles pasos. Tras la campaña, los cristianos regresaron a la vega, acosados por la guerrilla de Zahir.

Se plantaron las tiendas de los caudillos y las barracas de los soldados en orden simétrico, formando calles como una población, y cercando el campamento de fosos y cavas. Tras deliberarlo, la reina Isabel con el príncipe, las infantas y las doncellas que constituían su cortejo, se trasladaron al campamento de la vega, lo que fue recibido con una gran subida de moral para las tropas. Cuando llegaron, el marqués de Cádiz destinó a su soberana el rico pabellón de seda y oro que él había usado en las campañas. Las damas se acomodaron en tiendas menos suntuosas, pero de elegante gusto. A parte de gobernar, Isabel se dedicó a inspeccionar todo lo relativo al campamento, cuidando de las provisiones y de la administración militar. A caballo y armada de acero, muchas veces pasó revista a las tropas para alentarlas.

Indignados por poder ver el campamento cristiano desde las murallas, los granadinos empezaron a salir diariamente  solos o en pequeñas bandas y cuadrillas a provocar a los caballeros españoles a singular combate. Los cristianos los aceptaban, para ostentar su lujo y su gallardía y por hacer gala de su valor ante las damas de la corte que presenciaban aquellas luchas, y premiaban con sus finezas o sus aplausos el arrojo, el brío o la destreza de los mejores combatientes. En uno de estos lances, un ágil y arrojado cabalgador musulmán saltó los fosos, brincó empalizadas, atropelló tiendas, clavó su lanza junto al pabellón de la reina, y volvió a su campo sin que hubiese quien le alcanzara en su veloz carrera. Después de esto y de perder unos cuantos buenos soldados, el rey decidió prohibir entrar en estas provocaciones.

Continuara…

La batalla de los Condes, 23 de junio de 1287

Dentro de la guerra de las vísperas sicilianas, el 8 de junio de 1283, la flota del reino de Aragón, comandado por Roger de Lauria, y la de Nápoles se enfrentó en las aguas de Malta, saliendo victoriosos los aragoneses. Dominando las aguas italianas, Roger se dedicó a provocar a los angevinos atacando el resto de la campaña la costa calabresa, Nápoles y Posilipo.

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Roger de Lauria

Finalmente, en ausencia de Carlos I de Sicilia, el príncipe Carlos de Salerno armó una escuadra para ir al encuentro de los aragoneses, siendo atacado cerca de Nápoles el 5 de junio de 1284. Después de un primer contacto, de Lauria fingió retirarse hacia Castellamare, pero detuvo la marcha e inició el combate en el Golfo de Nápoles, consiguiendo destruir a la flota angevina. El príncipe fue hecho prisionero y encerrado en Sicilia.

A comienzos de 1285, Carlos I de Sicilia murió en Foggia, siendo nombrado su sucesor su hijo, Carlos II de Sicilia, el cojo. Pero como este todavía era prisionero de Aragón, la regencia pasó a su sobrino Roberto II de Artois y Gerardo de Parmo.

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Moneda de Roberto II de Artois

En febrero de 1286, Roger de Lauria atacó el Languedoc, a lo que los franceses respondieron invadiendo Cataluña, con la intención de disminuir las posibilidades de aprovisionamiento de naves y hombres. A pesar de todo, Bernardo de Sarriá y Berenguer de Vilaragut atacaron en verano la costa de Apulia.

Debido a la presión que efectuó el papa Honorio IV, se decidió paliar la superioridad naval aragonesa con una gran flota que asaltase Sicilia. Prepararon 43 galeras en Sorrento y 40 más en Brindisi pero, al estar separadas, tenían que encontrar la manera de unirse. Las naves de Brindisi, abandonaron la villa en abril, al mando de Reynald III Quarrel, conde de Avella, desembarcando el 1 de mayo en Augusta, tomando la ciudad y el castillo.

Tan pronto como Jaime II de Aragón se enteró, envió una escuadra de 40 galeras al mando de Roger de Lauria. Cuando llegaron, no había rastro de la flota angevina que utilizó Augusta como una maniobra de distracción para sus naves, bordeando la isla por el sur para unirse a la flota de Sorrento, al mando de Narjot de Toucy.

Los aragoneses se dedicaron a rastrear la costa italiana para anular la amenaza, descubriendo a las naves angevinas el 23 de junio en Nápoles, tan cerca de la ciudad que no podían atacar. A pesar de estar en franca inferioridad numérica, Roger se percató de que contaba con una tripulación y soldados más experimentados en la batalla, por lo que decidió atraer a sus enemigos iniciando un bombardeo de la ciudad.

La escuadra angevina, al mando de Roberto II de Artois, formó su línea de batalla en cinco escuadrones, cada uno comandado por un conde: Reynald III Quarrel, Hugo de Brienne, conde de Brienne, Jean de Joinville, conde de Aquila y Guido de Montfort, conde de Nola, cada uno con su galera insignia, con cuatro galeras a cada lado y dos detrás, y la del almirante, con dos más por delante. El resto de galeras se situaron en reserva, y dos naves escoltaron los estandartes papal y angevino.

Lauria usó su táctica de retirarse hasta dispersar a la escuadra enemiga para contraatacar por los flancos, atacando los remos y abordando las naves. La batalla duró todo el día, pero los aragoneses consiguieron salir victoriosos, capturando 40 galeras y 5.000 prisioneros, incluyendo a la mayoría de la nobleza angevina.

En 1288, Aragón y Nápoles firmaron los tratados de Oloron y Canfranc, pactando una tregua de dos años y la liberación de Carlos II de Sicilia. Carlos II de Anjou fue liberado, siendo coronado en Rieti el 29 de mayo de 1289, recibiendo del papa el título de Carlos de Palermo y el de rey de Sicilia.

Cristobal Colón, el descubridor de América

Fue el primer explorador europeo de América, se le considera el descubridor de un nuevo continente —por eso llamado el Nuevo Mundo— para Europa, al ser el primero que trazó una ruta de ida y vuelta a través del océano Atlántico y dio a conocer la noticia. Este hecho impulsó decisivamente la expansión mundial de la civilización europea, y la conquista y colonización por varias de sus potencias del continente americano.

Documental

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La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta

Continuación de La segunda guerra púnica en Iberia – Organización y partida

Los romanos ya contaban con un ejército de 25 000 hombres en la Galia Cisalpina. Se encontraban bajo el mando de dos pretores debido a que las tribus galas de boios e ínsubros habían atacado las colonias romanas del norte de Italia. Escipión decidió
enviar a Iberia el ejército que había traído con él, bajo el mando de su hermano y legado Cneo Escipión (fue cónsul en el 221 AC) y dejar con el a una pequeña parte de sus tropas que se incorporarían a las del norte de Italia.

Una vez burlados, necesitaban cortar las líneas de suministro de Aníbal que tenían su origen en tierras iberas. Esta sabia resolución de Escipión probablemente salvó a Roma, porque si los cartagineses hubieran mantenido su dominio indiscutible en iberia, habrían podido concentrar todos sus esfuerzos en apoyar a Aníbal en Italia, y por ende, haber enviado fuertes refuerzos una vez finalizada la batalla de Cannas, acto que habría complicado las cosas mucho más a Roma.

Massilia

Massilia

Cneo Cornelio Escipión, con 20000 soldados de infantería (2 legiones romanas y 2 aliadas) 2.200 de caballería y 60 quinquerremes, zarpó de Massilia y atracó en Emporion, en la provincia de Girona. Una vez ocupada, fue rebautizada como Emporiae (Ampurias).

Los objetivos fundamentales a alcanzar por Cneo en Iberia eran, según las órdenes del Senado, apoyar a las tribus aliadas, asegurar la independencia de los establecimientos griegos, atraer nuevos aliados a la causa romana y, por
último, expulsar a los púnicos de la Península. Es evidente que en aquellos momentos Roma no pensaba en otra cosa que en ahogar la fuente de aprovisionamientos del ejército cartaginés que iba a invadir la Península Itálica, sin
pensar en ningún momento en la conquista de Iberia y su anexión al incipiente imperio romano.

Inmediatamente, el legado romano inició los contactos con las diversas tribus pirenaicas y costeras ofreciéndoles su ayuda para desembarazarse de los púnicos. Dado que los pueblos de la zona, al contrario que los ilergetes y edetanos, tenían una capacidad militar muy reducida, no tuvieron más remedio que aceptar la “protección” de los romanos. La primera tribu hispana que tuvo el “honor” de quedar sometida fue la de los layetanos.

Estas tribus le proporcionarían a Escipión contingentes militares auxiliares, que serían los primeros soldados de estas características que Roma admitió en su ejército. Hasta esas fechas, sus soldados eran, o bien ciudadanos romanos (los legionarios) o soldados latinos o itálicos (los aliados), proporcionados a Roma por los pactos que ésta había suscrito con sus ciudades. Aquellos que, como los burgussios y andosinos, no la aceptaron, fueron atacados por los romanos, sus poblados destruidos y la población convertida en esclava.

De esta forma, antes de terminar el verano del 218 AC, los romanos disponían de una base segura desde la que proyectarse al resto de la costa levantina, en la que recibían constantes refuerzos procedentes de Marsella. La actitud dubitativa del general cartaginés, Hannon, no atacando en sus inicios a los romanos, permitió que éstos afirmasen su poderío en la zona, al tiempo que las tribus iberas, inicialmente partidarias de los púnicos, se vieran obligadas a aliarse con aquellos.

Continuara…

La segunda guerra púnica en Iberia I – Organización y partida

Tras la conclusión con éxito del sitio de Sagunto, Aníbal Barca dio descanso a sus       tropas, comenzando a avanzar hacia Italia con 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 37           elefantes a finales de Abril de 218 AC. Una vez cruzado el Ebro, el general púnico dedicó unas semanas a someter a las tribus ibéricas del Noreste (bargusios, ausetanos,           arenosios y lacetanos), pues no podía arriesgarse a dejar en su retaguardia tribus        potencialmente hostiles que amenazaran sus líneas de comunicación. Durante este       período sus fuerzas quedaron disminuidas en unos 3.000 desertores carpetanos y otros 7.000 que hubo de licenciar por no sentir suficiente confianza en ellos.

Infante Libio-Fenicio

Infante Libio-Fenicio

Una vez reorganizadas sus fuerzas, dejó en la Península Ibérica dos ejércitos: uno al Norte del Ebro, compuesto por 10.000 infantes y 1.000 jinetes, bajo el mando del general Hannón; otro, integrado por 12650 infantes, 2550 jinetes y 21 elefantes, al mando de su hermano Asdrúbal, que se encargaría de la defensa del resto de las tierras ibéricas. Asi mismo, dejó bajo el mando de Asdrúbal una flota de 57 barcos (50 quinquerremes,            2 cuatrirremes y 5 trirremes).

Con todo dispuesto, Aníbal se puso al frente y cruzó los Pirineos con el resto del ejército compuesto por unos 55.000 infantes, 8.000 jinetes y 15 elefantes (Se incluían en él       numerosos mercenarios de la península: baleáricos, cántabros, astures, celtíberos,           lusitanos e ibéricos en general).

Mientras tanto, en Roma fueron elegidos cónsules Tiberio Sempronio Longo y Publio Cornelio Escipión, padre del futuro africano. La armada romana movilizó                       220 quinquerremes para apoyo en la Segunda guerra iliria, principal preocupación de los latinos en esa época. El cónsul Tiberio Sempronio Longo recibió 4 legiones                   (2 romanas y 2 aliadas; 8.000 romanos a pie y 16.000 aliados más 600 jinetes romanos y 1.800 aliados) y las instrucciones de navegar por África acompañado por                           160 quinqueremes. Por su parte, Publio Cornelio Escipión recibió 4 legiones             (8.000 romanos y 14.000 aliados de infantería más 600 romanos y 1.600 aliados a           caballo) e izó la vela hacia iberia acompañado por 60 navíos.

Marcha de Aníbal en 218 AC

Marcha de Aníbal en 218 AC

Publio salió a la mar, con su ejército, desde Pisa a la ciudad griega aliada de Massilia,       actual Marsella. A su llegada, se encontró con que Aníbal ya había cruzado los Pirineos y había avanzando hacia el Ródano. Como sus hombres habían sufrido mucho a causa del mareo, les permitió unos cuantos días de descanso, pensando que había tiempo          suficiente para impedir que Aníbal cruzase el río.

A continuación, envió una patrulla de caballería al norte hasta la orilla oriental del río Ródano. Allí se enfrentaron, con similar numero de fuerzas, a la caballería ligera           númida, expulsando a los cartagineses después de luchar en una dura escaramuza.           Escipión marchó al norte desde su base, mientras que Aníbal marchó hacia el este de los Alpes.

Pero la rapidez de los movimientos del cartaginés fue superior a la que el cónsul había anticipado. Había cruzado el Ródano, mientras que los romanos estaban aún en la desembocadura del río. Escipión, que marchaba por la orilla izquierda, se encontró con el desierto campamento púnico,  dándose cuenta de que Aníbal se encontraba a 3 días de marcha en el interior de la Galia.

Continua en La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta en Iberia

 

Batalla de Angaco

Situación previa

En mayo de 1840, la Provincia de La Rioja se separó de la Confederación Argentina y se sumó a la Coalición del Norte. Este hecho puso a las provincias cuyanas en campaña       para invadir La Rioja.

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Mapa de la Confederación Argentina y sus países           limítrofes hacia 1833.

Mapa de la Confederación Argentina y sus países limítrofes hacia 1833.

En 1841 Rosas había logrado terminar con el apoyo francés al partido unitario,             rechazado a Lavalle en Buenos Aires y anulado la injerencia de la Comisión Argentina en Montevideo, comenzando a imponerse en la contienda.

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Nazario Benavides

Las tropas federales tomaron La Rioja, pero no destruyeron el ejército unitario. En       Sañogasta el gobernador de San Juan, Nazario Benavidez batió al gobernador riojano Brizuela y lo persiguió en su fuga. Brizuela, herido por la espalda, cayó prisionero y       murió poco después.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid

Tras estos reveses, los ejércitos de Juan Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid,  deciden dividirse: Lavalle esperaría al comandante del ejército federal, Manuel Oribe, en           Tucumán, mientras que Lamadrid intentaría la invasión a Cuyo.

José Félix Aldao

Lamadrid avanzó lentamente hacia el sur, ocupando La Rioja; pero al ver que los          gobernadores de San Juan, Nazario Benavídez, y de Mendoza, José Félix Aldao, estaban en La Rioja, los esquivó y aceleró su marcha. Como no podía hacerlo con el grueso de su ejército, envió una división al mando del recién ascendido a general Mariano Acha       como avanzada hacia las provincias de Cuyo.

Entretanto, el Chacho Peñaloza rearmó su ejército en los Llanos, amenazando San Juan, y hostigando las poblaciones fronterizas entre ambas provincias.

Ischigualasto

Ischigualasto

Desde La Rioja, Benavidez enfiló para San Juan por el camino de Ischigualasto, tras abastecerse de 300 caballos. Pero no llegaría a la ciudad. En el lugar conocido como     Potrero de Daniel Marcó, en Albardón, lindando con el paraje angaquero de Punta del Monte, acampó.

Benavidez, al frente de las tropas sanjuaninas, y Aldao, con las tropas mendocinas y puntanas, marcharon a reunirse en el territorio riojano para tomar la                             Ciudad de La Rioja.

Mariano Acha

Mariano Acha

En agosto, el general Acha marchó desde La Rioja hacia San Juan con una vanguardia del ejército unitario, los mejores de la milicia, con los siguientes objetivos:

  • Evitar la reunión de Benavídez y Aldao.
  • Distraer al Ejército Federal del Oeste de la invasión a La Rioja.
  • Conseguir tiempo para que Lamadrid organizase el grueso del ejército y esperar     refuerzos en la Ciudad de La Rioja.
  • Apoderarse de caballos y dinero.

Sin embargo, durante el camino 380 de sus 900 hombres desertaron.

Mariano Acha, llegó a Caucete tras dar un rodeo por el sur riojano. Venía seguida por Aldao y San Juan se había constituido en una plaza clave. Desde Caucete y sin cruzar el rio, Acha lanzó un ultimátum al comandante de la plaza de San Juan, coronel Oyuela: “Rendición o guerra”, (había intimado “Si se dispara un solo tiro, la guerra será a        muerte”, y el prudente delegado Oyuela se retiró sin combatir).

El ejercito de la coalición era cinco veces inferior en número. En una geografía que no había pisado nunca. Y en territorio enemigo, donde eran pocas las puertas que se le abrirían de no ser por el temor. Pero con sus hombres mal equipados, cansados de           batallas y sabiéndose parte de una causa que llevaba las de perder, consiguió tomar la Ciudad de San Juan el 13 de agosto sin combate alguno.

Toma de San Juan

San Juan era una ciudad de casas chatas, polvorientas calles sin árboles y de puertas y ventanas que se cerraban al ver pasar a aquellos hombres con desconocidas                     intenciones. Parecía un pueblo fantasma. El presbítero Timoteo Bustamante,                 gobernador dejado por Benavides, había alcanzado a huir. Varios de los hombres más prominentes también montaron en sus cabalgaduras y fueron a refugiarse en el valle de Zonda, en Ullum y en Calingasta. El jefe de las fuerzas militares, José María Oyuela supo al instante que nada podía hacer en defensa de la ciudad y salió huyendo en dirección a Albardón, intentando reunirse con el ejército de Benavides.

No hubo entrada con tiros al aire ni caballos lanzados a feroz galope. No era la invasión de una montonera. Era un ejército el que llegaba, conducido por un hombre de 41 años, de elevada estatura, de larga barba, tez blanca tostada por mil soles y de apostura          marcial.

—¿Quién está a cargo de la ciudad?
No hubo respuesta.
Pronto se presentaron los unitarios más destacados de San Juan: Damián Hudson,           Antonio Lloveras, Hilarión Godoy, Félix Aguilar, Indalecio Cortínez, Cesáreo Aberastain —hermano de Antonino—, Juan Crisóstomo Quiroga, Tadeo y Manuel de la Rosa,              Vicente Lima y Anacleto Burgoa, un coronel que alguna vez fue federal y combatió         junto a Facundo Quiroga pero ahora era unitario, fanatizado y enfermo de poder.

—General, sería un honor para mí que usted se alojara en mi casa.
El que había hablado era don Vicente Lima, hombre muy respetado.
La casa de Lima quedaba en la misma esquina que hoy forman las calles Mitre y General Acha, frente a la plaza mayor.
Allí se instaló el general. Y ese mismo día asumió el mando de la provincia.
—Dígame, don Vicente… ¿donde vive Benavides?
—A una cuadra de aquí. Los fondos de esta casa y la de él se comunican.
La casa de Benavides estaba ubicada en lo que hoy es la calle Santa Fe, entre la calle del Cabildo (hoy General Acha) y la calle Mendoza. Ahí tenía también su despacho de           gobernador.
Acha llamó a uno de sus oficiales.
—Ponga una guardia permanente en esa casa. No quiero que algún loco haga algo a su familia.
—Si señor.
—Algo más: quiero una completa requisa de todas las casas. Arma que encuentren la traen. Necesitamos además cuanto animal exista en San Juan y todos los alimentos        disponibles.
—¿Qué hacemos si alguien se resiste?
—Me lo fusila en el acto.
La esposa de Vicente Lima explicó entonces a Acha:
—General, la señora de Benavides es una excelente mujer y debe estar muy preocupada por sus pequeños hijos…
—Quédese tranquila. Vean la forma de que tenga una comunicación con esta casa a         través de los fondos. Y que no dude en venir acá ante cualquier problema.

El grueso de la tropa unitaria instaló su campamento en La Chacarilla, a unos dos         kilometros de la plaza, una propiedad de los frailes dominicos que tenía una              construcción en alto rodeada por dos grandes potreros, aptos para que los animales pastaran. Durante dos días, Acha ocupó la ciudad.

Los potreros de don Daniel Marcó

Aldao, como general en jefe del “ejército combinado”, había destacado a Benavídez en la vanguardia para atraer a Acha e impedir su escape. Se dirigieron a marchas forzadas hacia San Juan ya que era una ratonera sin salida posible. El máximo dirigente venía a la cabeza – sumando el cuerpo de Benavídez – de 2.200 hombres.

Para mal de los federales, había un conflicto interno dentro del ejército. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San Juan y por encontrarse en territorio de su autoridad, el mando supremo con arreglo a los pactos interprovinciales en vigencia (Pacto Federal de 1831). La solución, precaria, llego con el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado, el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao – de su cuerpo de 400 hombres.

Benavides había dejado atrás Angaco en dirección a San Juan. El cansancio era inmenso en aquellos 400 hombres que venían desde La Rioja sin dormir y con hambre atrasada. Había que reunir fuerzas para el choque final. El jefe federal ordenó desensillar en los potreros de don Daniel Marcó para pasar la noche.

Juan Crisóstomo Álvarez

Juan Crisóstomo Álvarez

Por su parte, la “Legión Brizuela”, al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, había        salido en persecución del coronel José María de la Oyuela – el gobernador federal       depuesto de la ciudad de San Juan – que huía en ese rumbo.

Al salir el sol del 15 de agosto, Benavides ordenó carnear algunas vacas que pastaban en los potreros para que se alimentara la tropa. Esperaba noticias sobre la llegada del           ejército de Aldao. Pensaba seguir su viaje a media mañana tomando el camino más        hacia el norte y desde allí marchar hacia la ciudad, intentando dejar a Acha entre dos fuegos: su ejército desde el norte y Aldao desde el sur.

A las 7 de la mañana, el general Acha, conocedor del regreso de la columna de Aldao, decidió partir al frente de su ejército desde Las Chacritas con sólo 500 hombres. El resto estaban esparcidos recogiendo ganado y otras provisiones. Sus fuerzas habían                  aumentado con el enganche de unitarios sanjuaninos pero fue un acto imprudente. En la ciudad sólo quedó un pequeño grupo integrado por 20 soldados.

Jose Maria de la Oyuela

Jose Maria de la Oyuela

Oyuela encontró a las fuerzas de Benavides desmontadas y carneando. Estaban                cansadas y hambrientas por lo que fue imposible hacerlas abandonar los fogones       improvisados y disponerlas para el combate ante la fuerza unitaria que se acercaba.       Alvarez, encontró a las fuerzas enemigas a las 8 de la mañana, sin haber podido          practicar reconocimientos previos del terreno. Ante una gran oportunidad, organizó las suyas inmediatamente y ordenó el ataque.

El grueso del ejército federal venía aun marchando y sin perspectivas de que se           desplegase en  línea de batalla. Aldao, contrariado con su camarada y seguro de             conservar aun la superioridad, no hizo nada para apoyarlo. Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos horas        después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de Benavídez había                   sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales, entre ellos el coronel                                        José Manuel Espinosa, a mediodía, habían muerto. Sus hombres, desbandados, se         dispersaron en diversas direcciones.

Sierra de pie de palo

Sierra de pie de palo

El campo quedó en poder de Acha mientras Benavides recomponía sus fuerzas y          enderezaba hacia el este, donde una polvareda indicaba la llegada del ejército de Aldao por la brecha de la montaña entre las sierras del Pie de Palo y el Villicum.

Acha, confiado por el éxito parcial de su vanguardia, había tenido tiempo de elegir       estratégicamente el mejor terreno para esperar al enemigo.

Preparativos de la batalla

Aldao, mientras Benavídez se batía con los unitarios, se había dedicado a estudiar la       posición de Acha. Observó que las fuerzas de éste no se alejaban de su base de                    operaciones. El lugar del combate, conocido con el nombre de “Punta del Norte”,             departamento de Angaco Norte, está situado a unos 34 kilometros de la ciudad y toma su nombre de la entrada o punta que forman las alamedas o montes de árboles que se internan en la región inhóspita del camino.

Angaco es un vocablo de origen araucano que significa agua o corrientes que hay en la falda de un cerro.

La acequia grande, tenía un poco mas de 5 metros, de borde a borde; pero, siendo el       espacio ocupado por el agua sólo de unos 3 metros, resultaba un pozo muy profundo, y como sus bordes tenían filas tupidas de altos álamos carolinos, se convertía, por ende, en una trinchera ideal.

Además de la defensa natural contra las cargas de caballería cuyana, Aldao tenía la        desventaja de llegar a Angaco después de una “travesía” sin agua de 150 kilometros. En cambio, las tropas de Acha estaban descansadas y alimentadas.

El comandante federal había observado que los infantes de Benavídez, al llegar a los álamos, no tuvieron más remedio que arrojarse al suelo y hacer fuego a boca de jarro sobre el enemigo, parapetados tras del borde opuesto y protegidos por los tupidos        álamos. Resolvió, entonces, distribuir sus fuerzas en sentido análogo, repartiendo su       caballería a los costados para tratar de flanquear a los unitarios, y haciendo avanzar su infantería por el centro; esto lo expondría a pérdidas enormes, por la ventaja que le       daba a sus enemigos su mejor artillería, pero no tenía otro plan posible.

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Conformación de las fuerzas en la batalla

División Avanzada del Ejército Unitario:

  • Comandante: Mariano Acha.
  • Jefe de estado mayor: comandante Irgazabal.
  • Ayudantes: Oficiales Atanasio Marques y Server Pizarro.
  • Batallon Libertad – 250 infantes al mando del coronel Lorenzo Alvarez.
  • Legión Brizuela – 200 jinetes al mando del coronel Crisóstomo Alvarez.
  • Escuadrón Paz – 140 jinetes al mando del coronel Francisco Alvarez.
  • Artillería – 2 piezas y 39 soldados.

Total: 629 hombres

Ejército Federal de Cuyo:

  • Comandante: José Felix Aldao.
  • Batallón de infantería Cazadores Federales – 350 infantes al mando del coronel          José Manuel Espinosa.
  • Batallón Auxiliares de Mendoza – 350 infantes al mando de Mayor N. Barrera.
  • Regimiento Nº2 de caballería – Auxiliares de los Andes – 477 jinetes al mando del       coronel Juan Antonio Benavídez.
  • Regimiento Milicias de San Juan – 300 efectivos al mando del coronel José M. Oyuela.
  • Regimiento Auxiliares de Mendoza – 350 efectivos al mando del comandante             N. Vera.
  • Artillería – cuatro cañones servidos por 30 hombres cada uno.

Total: 1.947 hombres

La obstinación de Aldao

Benavídez y Aldao tuvieron diferencias en cuanto a quién debía comandar el Ejército del Oeste. Convinieron en que la vanguardia quedaría para el primero y el grueso del ejército para el segundo.

Era mediodía y hacía frío aquel 16 de agosto. De un lado del canal o zanja, Acha mandó formar a su tropa. Ordenó repasar la gran acequia, a retaguardia de la cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que trazaba. Quedó conformada una larga    cadena de infantes, entremezclados con la artillería, siguiendo la línea del cauce. La    infantería presentaba su frente al norte y la caballería el suyo al noreste, favorecida por un terreno a propósito para la facilidad de los escuadrones al cargar o al replegarse.

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Aldao confiaba en su numerosa caballería y se lanzó al ataque con ella. Fue en ese      preciso instante cuando la artillería unitaria comenzó a vomitar su fuego. Y aquel      pedazo de suelo sanjuanino se llenó de polvo, pólvora, olores, gritos, cachos mutilados de cuerpos de hombres y bestias que saltaban por el aire. La batalla había comenzado y el reducido ejército de Acha causaba centenares de víctimas en las filas federales.

A continuación Aldao, ordeno efectuar una carga de caballería por los flancos, pero su artillería mal emplazada, no podía silenciar los fuegos de los cañones unitarios, que causaban estragos en sus filas. El ataque de la caballería federal fue recibida                   firmemente por las lanzas unitarias, produciéndose una sangrienta lucha, que duro    pocos minutos, volviendo a retirarse los jinetes de Aldao.

El general federal, dándose cuenta de la confusión del campo de batalla, decide        aprovecharla y ordena al coronel Díaz:

—¡Todos por el centro, hay que arrebatarles los cañones!.

La misma orden dio al chileno Barrera, a cargo de los 350 infantes del batallón             Auxiliares de Mendoza. A paso de trote, se dirigieron contra el centro unitario, a fin de hundirlo y arrebatarle los cañones.

Acha, un oficial experto y de probada sangre fría, preparo para recibir el choque al    veterano batallón “Libertad”. Por su parte, los cañones unitarios llegaron a disparar a quemarropa contra las tropas sanjuaninas, hasta que consiguieron entablar combate cuerpo a cuerpo con bayonetas y sables.

Acha usaba el techo de un pequeño rancho que existía a una corta distancia como      mirador, pero hubo de abandonarla rápidamente para hacer frente a los repetidos e    intensos ataques federales. La presencia de Acha – según testigos – era imponente,     apoyando en los lugares de la línea donde sus soldados flaqueaban.

La batalla se detuvo alrededor de las dos de la tarde. A la espera de un nuevo embate    federal, Acha ordenó a su infantería apostarse dentro de la acequia, utilizándola como trinchera.

“Aquella legión de demonios que capitaneaba el salvaje Acha”, como dice un jefe          federal, quedó reducida a 280 hombres pero no se rendía. Su intrépido jefe debió        cambiar tres veces de caballo porque le mataban el que montaba.

Acha desmontó y se sumó a su caballería.

—Ya lo sabéis, nuestros enemigos no dan cuartel al vencido; el hombre que cae en sus manos, es en el acto degollado; muramos, pues, si fuese menester, pero muramos peleando; vamos a dar una nueva carga y que sea la última, caiga quien caiga.»

Aldao, furioso por no haber podido vencer pese a la amplia superioridad numérica, rehizo velozmente los dos batallones de infantería y ordenó un nuevo ataque, sin dar tiempo a la caballería, que se hallaba dispersa, de rearmarse. La infantería trabó          encarnizado combate con numerosas bajas.

El final de la batalla

La caballería federal, a pesar de estar algo desmoralizada, se volvió a organizar; carga otra vez sobre las posiciones enemigas librándose otra vez un intenso          combate. La valiente actuación del Coronel Crisóstomo Alvarez, a pesar de recibir una grave herida, decidió la lucha a favor de los unitarios. La persecución se inicio, pero los jinetes federales se cubrieron con los fusileros de la reserva, rechazando a la caballería de Alvarez.

Aldao desesperado, ordena al comandante Rodríguez que cargue por la retaguardia enemiga. Acha, percatado del movimiento, hace girar súbitamente a sus infantes, y éstos fusilan a quemarropa a los jinetes federales, cayendo el mismo Rodríguez.

El polvo levantado por las sucesivas cargas de caballería, el denso humo levantado por las constantes descargas de mosquetería y los disparos de los cañones, hacía que solo se viese a pocos pasos de distancia. Sumaba a esto el calor sofocante del día, los gritos de los combatientes y la lucha cuerpo a cuerpo, todo esto provocaba que los oficiales no pudieran darse claramente cuenta de la situación.

José Félix Aldao

José Félix Aldao

En un esfuerzo supremo, Aldao conduce personalmente a su diezmada infantería contra los unitarios; tropezando con la acequia, ordena a los soldados que hagan cuerpo a tierra, para no presentar impunemente un blanco fácil. Sus hombres se arrastran por los pastizales hasta el mismo borde de la acequia, colocando sus        fusiles – al igual que sus enemigos – sobre el borde de su lado. La distancia que      separaba a los combatientes era de  poco mas de 5 m. Se produce entonces un       intenso y violento intercambio de disparos, cubriéndose los soldados como podían, sin lograr ventaja ni uno ni otro.

La caballería unitaria hacia prodigios de valor comandados por Crisóstomo           Alvarez, rechazando una y otra vez a la caballería federal. Después de rechazar la última carga, Alvarez ordena volver grupas y ataca salvajemente otra vez a la           infantería federal que, imposibilitada de moverse, no puede evolucionar para          esperar el ataque de caballería enemiga.

El mayor Barrera, jefe del Batallón Auxiliares de Mendoza, que había recibido           varias heridas, hizo frente al ataque. Sólo cuando no le quedaban más que 44          hombres en las filas, rindió sus armas. Ante tal acto, la infantería también claudicó.

El resto del ejército federal huyó hacia el interior de la provincia de San Juan. Eran aproximadamente las cinco de la tarde. La batalla se había extendido por siete horas, combatiendo sin descanso desde las nueve de la mañana. Por su parte, Benavídez se    dirigió hacia la ciudad de San Juan, donde reunió cuatrocientos hombres, simulando haber triunfado en la contienda.

Las pérdidas federales fueron enormes: 1.000 muertos, 157 prisioneros y una enorme cantidad de bagajes. Acha perdió entre muertos y heridos la mitad de su división, de ellos 170 muertos, siendo baja un gran número de oficiales.

Consecuencias

Poco le duraría el triunfo a Acha. De Angaco volvía a San Juan, sin saber que Benavídez estaba en la ciudad. Al acercarse, Benavídez lo atacó el 18 de Agosto en la Chacarita (en las afueras de San Juan); pero Acha consiguió abrirse camino hasta el centro,                 refugiándose en la catedral, después de abandonar a los prisioneros de Angaco y gran parte de las armas tomadas. En la torre de la catedral resistirá cuatro días, debiendo rendirse el día 22 con los últimos cien hombres que le quedaban.

Benavídez hizo una promesa de vida al general Acha que desdichadamente no se       cumplió. Al ser conducido a Buenos Aires, una partida de soldados de Aldao raptó al vencido, fusilándolo a orillas del Desaguadero el 15 de septiembre. Su cabeza fue puesta en un algarrobo. No se sabe quien dio la orden del ajusticiamiento, Pacheco o Aldao,     pero Benavídez protestó con vehemencia para que no se cumpliese. Lo presumible es que a nadie –sino al carácter de esa guerra- se deba esa inmolación. Aunque, como dato a tener en cuenta, Acha era odiado por los federales por haber entregado a Dorrego en 1828.

Las relaciones entre Aldao y Benavídez quedaron resentidas por la derrota; esto se agravó debido a que el segundo fue nombrado, al poco tiempo, Jefe del Ejército Federal del Oeste y ganó prestigio militar a pesar de la derrota.

300px-Aráoz_de_Lamadrid_Gregorio

Gregorio Aráoz de Lamadrid

Con respecto a la guerra civil, el general Lamadrid continuó su lento avance hacia la ciudad de San Juan y finalmente a Mendoza, que ocupó sucesivamente. Perseguido     primero por Benavídez y luego por el general Ángel Pacheco, fue definitivamente        derrotado por éste en la batalla de Rodeo del Medio, que terminaría con la resistencia unitaria por una década.

Anécdotas de la batalla

  • Teresa de Vargas, luego conocida como la difunta Teresa, figura de culto popular en Angaco, se desempeñó en las cercanías del frente, asistiendo a los heridos.
  • El mayor Melchor Aldao, sobrino del comandante federal, fue rechazado junto con su caballería, pero no se resignaba a retirarse. Clavó espuelas a su caballo y saltó la zanja hasta llegar a la línea unitaria donde alguien gritó ¡No maten a ese valiente!;        jinete y caballo cayeron rápidamente bajo las bayonetas unitarias.
  • En el fragor del combate algunos oficiales se desafiaban a duelo personal, de acuerdo a los usos de la época. Relatan que un oficial unitario y uno federal se desafiaron a duelo y tomando cada uno su fusil dispararon cayendo ambos muertos                       inmediatamente.
  • Crisóstomo Álvarez fue gravemente herido en la cabeza durante la batalla y se vio obligado a retirarse del campo de batalla para ser vendado. Inmediatamente de ser atendido, volvió ensangrentado al frente, causando el llanto de algunos de sus       soldados ante la muestra de valor y entrega. El prestigio militar de Álvarez, al            finalizar la batalla, fue inmenso.

Batalla de Angaco VII – Consecuencias

Continuación de la Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Poco le duraría el triunfo a Acha. De Angaco volvía a San Juan, sin saber que Benavídez estaba en la ciudad. Al acercarse, Benavídez lo atacó el 18 de Agosto en la Chacarita (en las afueras de San Juan); pero Acha consiguió abrirse camino hasta el centro,                 refugiándose en la catedral, después de abandonar a los prisioneros de Angaco y gran parte de las armas tomadas. En la torre de la catedral resistirá cuatro días, debiendo rendirse el día 22 con los últimos cien hombres que le quedaban.

Benavídez hizo una promesa de vida al general Acha que desdichadamente no se       cumplió. Al ser conducido a Buenos Aires, una partida de soldados de Aldao raptó al vencido, fusilándolo a orillas del Desaguadero el 15 de septiembre. Su cabeza fue puesta en un algarrobo. No se sabe quien dio la orden del ajusticiamiento, Pacheco o Aldao,     pero Benavídez protestó con vehemencia para que no se cumpliese. Lo presumible es que a nadie –sino al carácter de esa guerra- se deba esa inmolación. Aunque, como dato a tener en cuenta, Acha era odiado por los federales por haber entregado a Dorrego en 1828.

Las relaciones entre Aldao y Benavídez quedaron resentidas por la derrota; esto se agravó debido a que el segundo fue nombrado, al poco tiempo, Jefe del Ejército Federal del Oeste y ganó prestigio militar a pesar de la derrota.

300px-Aráoz_de_Lamadrid_Gregorio

Gregorio Aráoz de Lamadrid

Con respecto a la guerra civil, el general Lamadrid continuó su lento avance hacia la ciudad de San Juan y finalmente a Mendoza, que ocupó sucesivamente. Perseguido     primero por Benavídez y luego por el general Ángel Pacheco, fue definitivamente        derrotado por éste en la batalla de Rodeo del Medio, que terminaría con la resistencia unitaria por una década.

Anécdotas de la batalla

  • Teresa de Vargas, luego conocida como la difunta Teresa, figura de culto popular en Angaco, se desempeñó en las cercanías del frente, asistiendo a los heridos.
  • El mayor Melchor Aldao, sobrino del comandante federal, fue rechazado junto con su caballería, pero no se resignaba a retirarse. Clavó espuelas a su caballo y saltó la zanja hasta llegar a la línea unitaria donde alguien gritó ¡No maten a ese valiente!;        jinete y caballo cayeron rápidamente bajo las bayonetas unitarias.
  • En el fragor del combate algunos oficiales se desafiaban a duelo personal, de acuerdo a los usos de la época. Relatan que un oficial unitario y uno federal se desafiaron a duelo y tomando cada uno su fusil dispararon cayendo ambos muertos                       inmediatamente.
  • Crisóstomo Álvarez fue gravemente herido en la cabeza durante la batalla y se vio obligado a retirarse del campo de batalla para ser vendado. Inmediatamente de ser atendido, volvió ensangrentado al frente, causando el llanto de algunos de sus       soldados ante la muestra de valor y entrega. El prestigio militar de Álvarez, al            finalizar la batalla, fue inmenso.

Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Continuación de la Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao

La caballería federal, a pesar de estar algo desmoralizada, se volvió a organizar; carga otra vez sobre las posiciones enemigas librándose otra vez un intenso          combate. La valiente actuación del Coronel Crisóstomo Alvarez, a pesar de recibir una grave herida, decidió la lucha a favor de los unitarios. La persecución se inicio, pero los jinetes federales se cubrieron con los fusileros de la reserva, rechazando a la caballería de Alvarez.

Aldao desesperado, ordena al comandante Rodríguez que cargue por la retaguardia enemiga. Acha, percatado del movimiento, hace girar súbitamente a sus infantes, y éstos fusilan a quemarropa a los jinetes federales, cayendo el mismo Rodríguez.

El polvo levantado por las sucesivas cargas de caballería, el denso humo levantado por las constantes descargas de mosquetería y los disparos de los cañones, hacía que solo se viese a pocos pasos de distancia. Sumaba a esto el calor sofocante del día, los gritos de los combatientes y la lucha cuerpo a cuerpo, todo esto provocaba que los oficiales no pudieran darse claramente cuenta de la situación.

José Félix Aldao

José Félix Aldao

En un esfuerzo supremo, Aldao conduce personalmente a su diezmada infantería contra los unitarios; tropezando con la acequia, ordena a los soldados que hagan cuerpo a tierra, para no presentar impunemente un blanco fácil. Sus hombres se arrastran por los pastizales hasta el mismo borde de la acequia, colocando sus        fusiles – al igual que sus enemigos – sobre el borde de su lado. La distancia que      separaba a los combatientes era de  poco mas de 5 m. Se produce entonces un       intenso y violento intercambio de disparos, cubriéndose los soldados como podían, sin lograr ventaja ni uno ni otro.

La caballería unitaria hacia prodigios de valor comandados por Crisóstomo           Alvarez, rechazando una y otra vez a la caballería federal. Después de rechazar la última carga, Alvarez ordena volver grupas y ataca salvajemente otra vez a la           infantería federal que, imposibilitada de moverse, no puede evolucionar para          esperar el ataque de caballería enemiga.

El mayor Barrera, jefe del Batallón Auxiliares de Mendoza, que había recibido           varias heridas, hizo frente al ataque. Sólo cuando no le quedaban más que 44          hombres en las filas, rindió sus armas. Ante tal acto, la infantería también claudicó.

El resto del ejército federal huyó hacia el interior de la provincia de San Juan. Eran aproximadamente las cinco de la tarde. La batalla se había extendido por siete horas, combatiendo sin descanso desde las nueve de la mañana. Por su parte, Benavídez se    dirigió hacia la ciudad de San Juan, donde reunió cuatrocientos hombres, simulando haber triunfado en la contienda.

Las pérdidas federales fueron enormes: 1.000 muertos, 157 prisioneros y una enorme cantidad de bagajes. Acha perdió entre muertos y heridos la mitad de su división, de ellos 170 muertos, siendo baja un gran número de oficiales.

Continua en la Batalla de Angaco VII – Consecuencias

Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao

Continuación de la Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla

Benavídez y Aldao tuvieron diferencias en cuanto a quién debía comandar el Ejército del Oeste. Convinieron en que la vanguardia quedaría para el primero y el grueso del ejército para el segundo.

Era mediodía y hacía frío aquel 16 de agosto. De un lado del canal o zanja, Acha mandó formar a su tropa. Ordenó repasar la gran acequia, a retaguardia de la cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que trazaba. Quedó conformada una larga    cadena de infantes, entremezclados con la artillería, siguiendo la línea del cauce. La    infantería presentaba su frente al norte y la caballería el suyo al noreste, favorecida por un terreno a propósito para la facilidad de los escuadrones al cargar o al replegarse.

angaco

Aldao confiaba en su numerosa caballería y se lanzó al ataque con ella. Fue en ese      preciso instante cuando la artillería unitaria comenzó a vomitar su fuego. Y aquel      pedazo de suelo sanjuanino se llenó de polvo, pólvora, olores, gritos, cachos mutilados de cuerpos de hombres y bestias que saltaban por el aire. La batalla había comenzado y el reducido ejército de Acha causaba centenares de víctimas en las filas federales.

A continuación Aldao, ordeno efectuar una carga de caballería por los flancos, pero su artillería mal emplazada, no podía silenciar los fuegos de los cañones unitarios, que causaban estragos en sus filas. El ataque de la caballería federal fue recibida                   firmemente por las lanzas unitarias, produciéndose una sangrienta lucha, que duro    pocos minutos, volviendo a retirarse los jinetes de Aldao.

El general federal, dándose cuenta de la confusión del campo de batalla, decide        aprovecharla y ordena al coronel Díaz:

—¡Todos por el centro, hay que arrebatarles los cañones!.

La misma orden dio al chileno Barrera, a cargo de los 350 infantes del batallón             Auxiliares de Mendoza. A paso de trote, se dirigieron contra el centro unitario, a fin de hundirlo y arrebatarle los cañones.

Acha, un oficial experto y de probada sangre fría, preparo para recibir el choque al    veterano batallón “Libertad”. Por su parte, los cañones unitarios llegaron a disparar a quemarropa contra las tropas sanjuaninas, hasta que consiguieron entablar combate cuerpo a cuerpo con bayonetas y sables.

Acha usaba el techo de un pequeño rancho que existía a una corta distancia como      mirador, pero hubo de abandonarla rápidamente para hacer frente a los repetidos e    intensos ataques federales. La presencia de Acha – según testigos – era imponente,     apoyando en los lugares de la línea donde sus soldados flaqueaban.

La batalla se detuvo alrededor de las dos de la tarde. A la espera de un nuevo embate    federal, Acha ordenó a su infantería apostarse dentro de la acequia, utilizándola como trinchera.

“Aquella legión de demonios que capitaneaba el salvaje Acha”, como dice un jefe          federal, quedó reducida a 280 hombres pero no se rendía. Su intrépido jefe debió        cambiar tres veces de caballo porque le mataban el que montaba.

Acha desmontó y se sumó a su caballería.

—Ya lo sabéis, nuestros enemigos no dan cuartel al vencido; el hombre que cae en sus manos, es en el acto degollado; muramos, pues, si fuese menester, pero muramos peleando; vamos a dar una nueva carga y que sea la última, caiga quien caiga.»

Aldao, furioso por no haber podido vencer pese a la amplia superioridad numérica, rehizo velozmente los dos batallones de infantería y ordenó un nuevo ataque, sin dar tiempo a la caballería, que se hallaba dispersa, de rearmarse. La infantería trabó          encarnizado combate con numerosas bajas.

Continua en la Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla

Continuación de Batalla de Angaco III – Los potreros de don Daniel Marcó

Aldao, mientras Benavídez se batía con los unitarios, se había dedicado a estudiar la posición de Acha. Observó que las fuerzas de éste no se alejaban de su base de  operaciones. El lugar del combate, conocido con el nombre de “Punta del Norte”, departamento de Angaco Norte, está situado a unos 34 kilometros de la ciudad y toma su nombre de la entrada o punta que forman las alamedas o montes de árboles que se internan en la región inhóspita del camino.

Angaco es un vocablo de origen araucano que significa agua o corrientes que hay en la falda de un cerro.

La acequia grande, tenía un poco mas de 5 metros, de borde a borde; pero, siendo el espacio ocupado por el agua sólo de unos 3 metros, resultaba un pozo muy profundo, y como sus bordes tenían filas tupidas de altos álamos carolinos, se convertía, por ende, en una trinchera ideal.

Además de la defensa natural contra las cargas de caballería cuyana, Aldao tenía la desventaja de llegar a Angaco después de una “travesía” sin agua de 150 kilometros. En cambio, las tropas de Acha estaban descansadas y alimentadas.

El comandante federal había observado que los infantes de Benavídez, al llegar a los álamos, no tuvieron más remedio que arrojarse al suelo y hacer fuego a boca de jarro sobre el enemigo, parapetados tras del borde opuesto y protegidos por los tupidos álamos. Resolvió, entonces, distribuir sus fuerzas en sentido análogo, repartiendo su caballería a los costados para tratar de flanquear a los unitarios, y haciendo avanzar su infantería por el centro; esto lo expondría a pérdidas enormes, por la ventaja que le daba a sus enemigos su mejor artillería, pero no tenía otro plan posible.

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Conformación de las fuerzas en la batalla

División Avanzada del Ejército Unitario:

  • Comandante: Mariano Acha.
  • Jefe de estado mayor: comandante Irgazabal.
  • Ayudantes: Oficiales Atanasio Marques y Server Pizarro.
  • Batallon Libertad – 250 infantes al mando del coronel Lorenzo Alvarez.
  • Legión Brizuela – 200 jinetes al mando del coronel Crisóstomo Alvarez.
  • Escuadrón Paz – 140 jinetes al mando del coronel Francisco Alvarez.
  • Artillería – 2 piezas y 39 soldados.

Total: 629 hombres

Ejército Federal de Cuyo:

  • Comandante: José Felix Aldao.
  • Batallón de infantería Cazadores Federales – 350 infantes al mando del coronel José Manuel Espinosa.
  • Batallón Auxiliares de Mendoza – 350 infantes al mando de Mayor N. Barrera.
  • Regimiento Nº2 de caballería – Auxiliares de los Andes – 477 jinetes al mando del coronel Juan Antonio Benavídez.
  • Regimiento Milicias de San Juan – 300 efectivos al mando del coronel José M. Oyuela.
  • Regimiento Auxiliares de Mendoza – 350 efectivos al mando del comandante N. Vera.
  • Artillería – cuatro cañones servidos por 30 hombres cada uno.

Total: 1.947 hombres

Continua en la Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao


Mahoma, el fundador del Islam

Mahoma (La Meca, c. 26 de abril de 569/570-Medina, 8 d e junio de 632) fue el profeta fundador del islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qasim Muhammad ibn Abd Allah al-Hašimi al-Qurayši, que se castellaniza como «Mahoma».

En la religión musulmana, se considera a Mahoma «el sello de los profetas» (jatim al-anbiya’), el último de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios para           actualizar su mensaje, entre cuyos predecesores se contarían Abraham, Moisés y Jesús de Nazaret. A su vez, el Bahaísmo lo venera como un profeta o «Manifestación de Dios», cuyas enseñanzas habrían sido actualizadas por las de Bahá’u’lláh, fundador de esta   religión.

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Batalla de Angaco III – Los potreros de don Daniel Marcó

Continuación de Batalla de Angaco II – Toma de San Juan

Aldao, como general en jefe del “ejército combinado”, había destacado a Benavídez en la vanguardia para atraer a Acha e impedir su escape. Se dirigieron a marchas forzadas hacia San Juan ya que era una ratonera sin salida posible. El máximo dirigente venía a la cabeza – sumando el cuerpo de Benavídez – de 2.200 hombres.

Para mal de los federales, había un conflicto interno dentro del ejército. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San Juan y por encontrarse en territorio de su autoridad, el mando supremo con arreglo a los pactos interprovinciales en vigencia (Pacto Federal de 1831). La solución, precaria, llego con el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado, el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao – de su cuerpo de 400 hombres.

Benavides había dejado atrás Angaco en dirección a San Juan. El cansancio era inmenso en aquellos 400 hombres que venían desde La Rioja sin dormir y con hambre atrasada. Había que reunir fuerzas para el choque final. El jefe federal ordenó desensillar en los potreros de don Daniel Marcó para pasar la noche.

Juan Crisóstomo Álvarez

Juan Crisóstomo Álvarez

Por su parte, la “Legión Brizuela”, al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, había        salido en persecución del coronel José María de la Oyuela – el gobernador federal       depuesto de la ciudad de San Juan – que huía en ese rumbo.

Al salir el sol del 15 de agosto, Benavides ordenó carnear algunas vacas que pastaban en los potreros para que se alimentara la tropa. Esperaba noticias sobre la llegada del           ejército de Aldao. Pensaba seguir su viaje a media mañana tomando el camino más        hacia el norte y desde allí marchar hacia la ciudad, intentando dejar a Acha entre dos fuegos: su ejército desde el norte y Aldao desde el sur.

A las 7 de la mañana, el general Acha, conocedor del regreso de la columna de Aldao, decidió partir al frente de su ejército desde Las Chacritas con sólo 500 hombres. El resto estaban esparcidos recogiendo ganado y otras provisiones. Sus fuerzas habían                  aumentado con el enganche de unitarios sanjuaninos pero fue un acto imprudente. En la ciudad sólo quedó un pequeño grupo integrado por 20 soldados.

Jose Maria de la Oyuela

Jose Maria de la Oyuela

Oyuela encontró a las fuerzas de Benavides desmontadas y carneando. Estaban                cansadas y hambrientas por lo que fue imposible hacerlas abandonar los fogones       improvisados y disponerlas para el combate ante la fuerza unitaria que se acercaba.       Alvarez, encontró a las fuerzas enemigas a las 8 de la mañana, sin haber podido          practicar reconocimientos previos del terreno. Ante una gran oportunidad, organizó las suyas inmediatamente y ordenó el ataque.

El grueso del ejército federal venía aun marchando y sin perspectivas de que se           desplegase en  línea de batalla. Aldao, contrariado con su camarada y seguro de             conservar aun la superioridad, no hizo nada para apoyarlo. Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos horas        después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de Benavídez había                   sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales, entre ellos el coronel                                        José Manuel Espinosa, a mediodía, habían muerto. Sus hombres, desbandados, se         dispersaron en diversas direcciones.

Sierra de pie de palo

Sierra de pie de palo

El campo quedó en poder de Acha mientras Benavides recomponía sus fuerzas y          enderezaba hacia el este, donde una polvareda indicaba la llegada del ejército de Aldao por la brecha de la montaña entre las sierras del Pie de Palo y el Villicum.

Acha, confiado por el éxito parcial de su vanguardia, había tenido tiempo de elegir       estratégicamente el mejor terreno para esperar al enemigo.

Continua en la Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla

Batalla de Angaco II – Toma de San Juan

Continuación de la Batalla de Angaco I – Situación previa

San Juan era una ciudad de casas chatas, polvorientas calles sin árboles y de puertas y ventanas que se cerraban al ver pasar a aquellos hombres con desconocidas intenciones. Parecía un pueblo fantasma. El presbítero Timoteo Bustamante, gobernador dejado por Benavides, había alcanzado a huir. Varios de los hombres más prominentes también montaron en sus cabalgaduras y fueron a refugiarse en el valle de Zonda, en Ullum y en Calingasta. El jefe de las fuerzas militares, José María Oyuela supo al instante que nada podía hacer en defensa de la ciudad y salió huyendo en dirección a Albardón, intentando reunirse con el ejército de Benavides.

No hubo entrada con tiros al aire ni caballos lanzados a feroz galope. No era la invasión de una montonera. Era un ejército el que llegaba, conducido por un hombre de 41 años, de elevada estatura, de larga barba, tez blanca tostada por mil soles y de apostura marcial.

Mariano Acha

Mariano Acha

—¿Quién está a cargo de la ciudad?
No hubo respuesta.
Pronto se presentaron los unitarios más destacados de San Juan: Damián Hudson, Antonio Lloveras, Hilarión Godoy, Félix Aguilar, Indalecio Cortínez, Cesáreo Aberastain —hermano de Antonino—, Juan Crisóstomo Quiroga, Tadeo y Manuel de la Rosa, Vicente Lima y Anacleto Burgoa, un coronel que alguna vez fue federal y combatió junto a Facundo Quiroga pero ahora era unitario, fanatizado y enfermo de poder.

—General, sería un honor para mí que usted se alojara en mi casa.
El que había hablado era don Vicente Lima, hombre muy respetado.
La casa de Lima quedaba en la misma esquina que hoy forman las calles Mitre y General Acha, frente a la plaza mayor.
Allí se instaló el general. Y ese mismo día asumió el mando de la provincia.
—Dígame, don Vicente… ¿donde vive Benavides?
—A una cuadra de aquí. Los fondos de esta casa y la de él se comunican.
La casa de Benavides estaba ubicada en lo que hoy es la calle Santa Fe, entre la calle del Cabildo (hoy General Acha) y la calle Mendoza. Ahí tenía también su despacho de gobernador.
Acha llamó a uno de sus oficiales.
—Ponga una guardia permanente en esa casa. No quiero que algún loco haga algo a su familia.
—Si señor.
—Algo más: quiero una completa requisa de todas las casas. Arma que encuentren la traen. Necesitamos además cuanto animal exista en San Juan y todos los alimentos disponibles.
—¿Qué hacemos si alguien se resiste?
—Me lo fusila en el acto.
La esposa de Vicente Lima explicó entonces a Acha:
—General, la señora de Benavides es una excelente mujer y debe estar muy preocupada por sus pequeños hijos…
—Quédese tranquila. Vean la forma de que tenga una comunicación con esta casa a través de los fondos. Y que no dude en venir acá ante cualquier problema.

El grueso de la tropa unitaria instaló su campamento en La Chacarilla, a unas 20 cuadras de la plaza, una propiedad de los frailes dominicos que tenía una construcción en alto rodeada por dos grandes potreros, aptos para que los animales pastaran. Durante dos días, Acha ocupó la ciudad.

Continua en La batalla de Angaco III – Los potreros de don Daniel Marcó

Mahoma, el fundador del Islam III – Consolidación

Continuación de Mahoma, el fundador del Islam II – Medina

Mahoma (La Meca, c. 26 de abril de 569/570-Medina, 8 d e junio de 632) fue el profeta fundador del islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qasim Muhammad ibn Abd Allah al-Hašimi al-Qurayši, que se castellaniza como «Mahoma».

En la religión musulmana, se considera a Mahoma «el sello de los profetas» (jatim al-anbiya’), el último de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios para actualizar su mensaje, entre cuyos predecesores se contarían Abraham, Moisés y Jesús de Nazaret. A su vez, el Bahaísmo lo venera como un profeta o «Manifestación de Dios», cuyas enseñanzas habrían sido actualizadas por las de Bahá’u’lláh, fundador de esta religión.

En esta tercera y última parte se relatará desde su consolidación en Medina hasta su muerte.

Documental

Proyecto HISTORIA - Mahoma, el fundador del Islam III

Proyecto HISTORIA – Mahoma, el fundador del Islam III – Consolidación

Audio

Batalla de Angaco I – Situación previa

En mayo de 1840, la Provincia de La Rioja se separó de la Confederación Argentina y se sumó a la Coalición del Norte. Este hecho puso a las provincias cuyanas en campaña para invadir La Rioja.

Conf._Argentina

Mapa de la Confederación Argentina y sus países limítrofes hacia 1833.

En 1841 Rosas había logrado terminar con el apoyo francés al partido unitario, rechazado a Lavalle en Buenos Aires y anulado la injerencia de la Comisión Argentina en Montevideo, comenzando a imponerse en la contienda.

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Nazario Benavides

Las tropas federales tomaron La Rioja, pero no destruyeron el ejército unitario. En Sañogasta el gobernador de San Juan, Nazario Benavidez batió al gobernador riojano Brizuela y lo persiguió en su fuga. Brizuela, herido por la espalda, cayó prisionero y murió poco después.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid

Tras estos reveses, los ejércitos de Juan Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid,  deciden dividirse: Lavalle esperaría al comandante del ejército federal, Manuel Oribe, en Tucumán, mientras que Lamadrid intentaría la invasión a Cuyo.

José Félix Aldao

José Félix Aldao

Lamadrid avanzó lentamente hacia el sur, ocupando La Rioja; pero al ver que los gobernadores de San Juan, Nazario Benavídez, y de Mendoza, José Félix Aldao, estaban en La Rioja, los esquivó y aceleró su marcha. Como no podía hacerlo con el grueso de su ejército, envió una división al mando del recién ascendido a general Mariano Acha como avanzada hacia las provincias de Cuyo.

Entretanto, el Chacho Peñaloza rearmó su ejército en los Llanos, amenazando San Juan, y hostigando las poblaciones fronterizas entre ambas provincias.

Ischigualasto

Ischigualasto

Desde La Rioja, Benavidez enfiló para San Juan por el camino de Ischigualasto, tras abastecerse de 300 caballos. Pero no llegaría a la ciudad. En el lugar conocido como Potrero de Daniel Marcó, en Albardón, lindando con el paraje angaquero de Punta del Monte, acampó.

Benavidez, al frente de las tropas sanjuaninas, y Aldao, con las tropas mendocinas y puntanas, marcharon a reunirse en el territorio riojano para tomar la Ciudad de La Rioja.

Mariano Acha

Mariano Acha

En agosto, el general Acha marchó desde La Rioja hacia San Juan con una vanguardia del ejército unitario, los mejores del ejército, con los siguientes objetivos:

  • Evitar la reunión de Benavídez y Aldao.
  • Distraer al Ejército Federal del Oeste de la invasión a La Rioja.
  • Conseguir tiempo para que Lamadrid organizase el grueso del ejército y esperar refuerzos en la Ciudad de La Rioja.
  • Apoderarse de caballos y dinero.

Sin embargo, durante el camino 380 de sus 900 hombres desertaron.

Mariano Acha, llegó a Caucete tras dar un rodeo por el sur riojano. Venía seguida por Aldao y San Juan se había constituido en una plaza clave. Desde Caucete y sin cruzar el rio, Acha lanzó un ultimátum al comandante de la plaza de San Juan, coronel Oyuela: “Rendición o guerra”, (había intimado “Si se dispara un solo tiro, la guerra será a muerte”, y el prudente delegado Oyuela se retiró sin combatir).

El ejercito de la coalición era cinco veces inferior en número. En una geografía que no había pisado nunca. Y en territorio enemigo, donde eran pocas las puertas que se le abrirían de no ser por el temor. Pero con sus hombres mal equipados, cansados de batallas y sabiéndose parte de una causa que llevaba las de perder, consiguió tomar la Ciudad de San Juan el 13 de agosto sin combate alguno.

Continua en la Batalla de Angaco II – Toma de San Juan

Las campañas de Aníbal en iberia (-221 a -218)

Consolidando su nuevo estatus

Tras la muerte de Asdrúbal en el 221 AC, Aníbal fue elegido por el ejército de Cartago. Este se encontraba en plena invasión de la Península Ibérica y necesitaba de un nuevo comandante en jefe. Posteriormente, sería confirmado en el puesto por el gobierno cartaginés. En esta época, el bárcida contaba con 25 años. Tito Livio da una pequeña descripción del joven general:

A partir de su llegada a hispania, Aníbal atrajo todas las miradas. «Es Amílcar en su juventud, que nos ha sido devuelto», se escribían los viejos soldados. «La misma energía en la cara, el mismo fuego en la mirada: aquí está su aspecto, aquí sus gestos».

Aníbal era despreciado en su patria, en especial por Hannón el grande. Todos los adversarios políticos de su padre Almícar, que habían temido su fuerza y la de Asdrúbal, cuando llegaron noticias de su tragica muerte, despreciaron a Aníbal por su juventud y persiguíeron a los amigos y soldados de aquéllos bajo acusaciones ya antes formuladas contra los Barcas. El pueblo de Cartago, al mismo tiempo, se puso de parte de los denunciantes, lleno de resentimiento contra los difamadores. Les ordenaron llevar al tesoro público los regalos que en gran cantidad habían sido enviados por Almícar y Asdrúbal, al considerarlos despojos tomados al enemigo. Éstos enviaron emisarios a Aníbal en demanda de socorro y le hicieron saber que también él recibiría el desprecio más absoluto por parte de los enemigos de su padre si se desentendía de quienes podían colaborar con él en su patria.

Pero Aníbal no sólo había previsto estas cosas, sino que también era consciente de que los pleitos incoados contra aquéllos eran principio de un complot contra su propia persona. Decidió que no iba a soportar esta enemistad como una amenaza para siempre, al igual que su padre y su cuñado, y que tampoco iba a estar entregado de modo indefinido a la veleidad de los cartagineses, fácilmente dispuestos a mostrarse desagradecidos hacia sus benefactores.

Iberia 300 AC

En esa época, el dominio cartaginés en Iberia había alcanzado la cuenca del Tajo por el norte y la desembocadura del Guadiana y el Alentejo por el oeste. Así fue que, sobre la base de las directrices y consejos que su padre Amílcar le había dado en vida, comenzó a atacar y someter a todas las poblaciones al sur del río Ebro.

En su primera acción de guerra, se dirigió a la Meseta Central y atacó a los Olcades,  un pueblo situado entre las fuentes del Guadiana y el Tajo. A pesar de su juventud, Aníbal ya contaba con una aquilatada experiencia como lugarteniente de las tropas de su padre y su cuñado Asdrúbal.

Llegó a Altea, la capital Olcade también conocida como Cartala, acampando el ejercito junto a ella. Una vez descansadas sus huestes, la atacó de manera enérgica y formidable tomándola en poco tiempo. Sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se sometieron a su dominio imponiéndoles un tributo. Tras hacerse con un inmenso botín  se presentó en Cartagena para pasar allí el invierno. Trató con libertad a los súbditos, anticipó parte de su soldada a sus compañeros de armas y les prometió aumentarlas, con lo que infundió grandes esperanzas en sus tropas y al propio tiempo se hizo muy popular.

El general púnico se dirigió a Cástulo, capital del territorio oretano bajo control cartaginés desde años atrás. Su intención era casarse con una joven princesa castulonense llamada Himilce, medida política idéntica a la practicada por su cuñado Asdrúbal con anterioridad, asegurándose la lealtad de este pueblo. Durante su estancia en esos territorios, el púnico tuvo noticia en voz de aquellos aliados de las posibilidades que los territorios de vetones y vacceos ofrecían a la política bárquida.

Himilce

Fuente dedicada a Himilce en Baeza.

Preparación de la campaña vetona-vaccea

Durante el invierno del 220 AC, Aníbal se dedicó a hacer los preparativos para lo que sería su mayor ambición, someter al pueblo de Roma. Para llevar a cabo esta gran empresa necesitaba abastecerse del grano que poseían los vacceos, conocidos por su gran habilidad agricultora. El aprovisionamiento de trigo, además de otras posibles mercancías, se materializaría asegurando el envío de las cosechas desde la cuenca media del Duero hasta la desembocadura del Ebro donde Aníbal dispondría de la carga, de tal forma que en pocos años se habría acumulado suficiente cantidad de cereal como para que el cartaginés acometiera el paso de los Pirineos y los Alpes.

Además, pondría orden en la periferia de los dominios cartagineses, que era una franja afectada por las frecuentes insurrecciones de los pueblos meseteños. Estos, se adentraban hacia el sur en busca de sal, un producto deficitario en su tierra de
origen. Asegurado el monopolio de las salinas meridionales, los indígenas seguirían comprando sal a cambio de sus productos agropecuarios. El general cartaginés también buscaba la obtención de botín, mercenarios (especialmente de caballería) y prisioneros de guerra para ser empleados como mano de obra en las minas de Cartagena y del alto Guadalquivir.

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Los púnicos, con un ejercito de 20.000 soldados a pie, 6.000 jinetes y 40 elefantes, salio de Cartagena a principios de la primavera hacia Cástulo. Junto a el, le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico, con un núcleo formado por unas falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas para posibilitar una razonable maniobrabilidad y muy potentes en el ataque frontal. Estas falanges eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas
unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado, recurriéndose igualmente al uso de armas «exóticas» como los elefantes de guerra. Eran dirigidos por un cuadro de mando formado
por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen:

  • Súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios.
  • Pueblos aliados como los oretanos o los númidas.
  • Mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

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Una vez en Cástulo, el comandante púnico continuo hacia el oeste en curso con el Guadalquivir hasta alcanzar el río Jándula, remontó su valle, y por este enfiladero cruzó la sierra con paso directo a la zona de Puertollano y al Campo de Calatrava, situándose a los pies del Guadiana que conducía a través del occidente de la provincia ciudadrealeña a la Beturia extremeña.

Como bien había sido informado, en esa época del año los ganaderos de la zona empezaban a subir a los pastos de verano de las serranías castellanas. El cartaginés les obligó a orientarle sobre los pasos que conducían al norte. Los pecuarios eran expertos conocedores de la geografía del interior meseteño, maestros de larga tradición en el cruce de vados y puertos, y por ello los mejores guías para el propósito de las huestes anibálicas de penetrar hasta el corazón vacceo.

Bien aconsejado, Aníbal volteo su rumbo hacia el norte por el viejo camino septentrional que llegaba a la meseta castellana. Siguiendo la Vía de la Plata, atravesó de sur a norte la Vetonia hasta, cruzado el Tajo y enfilado el macizo de Gredos por el corredor del Alagón, arribar al Tormés y seguir sus aguas hasta Salamanca.

Asedio de Salamanca

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Toros de Guisando, El Tiemblo (Ávila).

Aníbal decide asediar la ciudad, una de las más grandes de Iberia. Sus habitantes, en un principio temerosos, prometieron hacer cuanto se les ordenara, acordando un pago de trescientos talentos de plata y la entrega de trescientos rehenes. Con la certeza de haber conseguido un buen trato, los cartagineses levantaron el cerco y esperaron a recibir lo pactado. Pero los salmantinos, cambiando de parecer, no hicieron nada de lo que habían prometido. Ante la pasividad de sus adversarios, Aníbal ordeno a sus soldados entrar en la ciudad con la idea de saquear sus riquezas. Ante la inminencia del asalto, los salmanticenses se avinieron a abandonar la plaza sin mayor carga que sus ropas, desatendiendo armas, riquezas y esclavos, trato que Aníbal acepto.

Poco a poco, los salamanquéses fueron abandonando la ciudad, dejándola libre y sin defensas. Cuando quedo totalmente desalojada, Aníbal ubico a sus habitantes en el arrabal, dejando una guardia para controlarlos. Tras esto, dejo que sus hombres se apoderasen de la plaza. Estos se lanzaron en desorden para apoderarse del gran botín. Los guardias de los charros, ante tal suculento festín, comenzaron a enojarse
por no poder participar en el reparto del saqueo hasta el punto de que la mayoría desobedeció las ordenes que tenían de vigilar a los vetones, lanzándose en masa a participar del botín.

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Espada y vaina tipo Alcácer do Sal halladas en la necrópolis de la Osera, Chamartín, siglos IV-III a. C.; Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Llegado a ese punto, las mujeres ibéricas animaron a voces a los hombres y les dieron las espadas que habían ocultado entre sus ropas ya que las féminas sabían que no serian registradas en el momento de abandonar la plaza. Incluso alguna de ellas se decidió a atacar a los pocos guardias que aún les vigilaban. Una mujer, le quitó la espada a Banón el intérprete, lo hirió salvando este la vida gracias a que llevaba puesta su coraza. Los salamanquinos, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, lograron evadirse de los cartagineses. En cuanto Aníbal descubrió la rebelión, de inmediato se dispuso a perseguirlos. A los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, escabulléndose por los montes, consiguieron escapar.

Consolidando las conquistas

Una vez calmada la vorágine de la contienda, los supervivientes vetones mandaron una embajada de súplica a Aníbal, aceptando todas las condiciones que este dictaminara. En primera instancia, les obligo a el suministro de víveres cerealísticos y animales, tanto en aquel momento como en próximas temporadas, además de la entrega de hombres para el ejército y de riquezas en metal noble.

El carácter levantisco de aquellas gentes era un trance que el propio cartaginés no podía ignorar. Por ello, recurrió a ejercicios diplomáticos con los indígenas para garantizar sus objetivos tras su marcha, por ejemplo pactar matrimonios mixtos entre nobles damas de las principales comunidades indígenas y delegados púnicos para que pudieran permanecer en tierras meseteñas durante un tiempo como representantes de Aníbal. Estos se encargarían, principalmente, del transporte de lo pactado a los territorios púnicos.

También, se les concedió:

  • La promesa de protección por parte de Aníbal a la hora de algún conflicto de envergadura.
  • El compromiso de garantizar la llegada a tierras vetonas de productos meridionales bajo el monopolio púnico desde hacía tiempo, bienes escasos en esas latitudes meseteñas y por ello muy valorados como la sal, el vino y aceite de Turdetania.
  • El abastecimiento de metales (hierro, plata, cobre…) a ámbitos tan necesitados como el solar vacceo, traídos de focos púnicos como la Beturia, Oretania o la misma región de Cartagena.

Para garantizar que los meseteños cumplieran los compromisos, Aníbal desplegó
igualmente medidas coercitivas, capturando familiares de los jerarcas indígenas tomados durante un periodo de tiempo como rehenes de los púnicos.

Tras subyugar a los vetones, Aníbal se dirigió a por los Vacceos, que serian la última pieza a obtener de su campaña. sometió a asedio la ciudad de Arbucala en Zamora que debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura, tuvo que tomar por la fuerza, sometiendo al pueblo Vacceo a las mismas condiciones que tiempo antes había impuesto a los vetones.

Con la campaña vetona-vaccea de los cartagineses dada por finalizada y habiendo cumplido todos sus objetivos. Aníbal se sentía totalmente confiado de haber podido dar el primer paso para la recuperación del poder púnico en el mar Mediterráneo.

Batalla del Tajo

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Llegado el Otoño, Aníbal decidió regresar a cartagena. Abandonaron el territorio vacceo para entrar en la Carpetania, atravesando el Sistema Central por el actual paso del puerto de La Fuenfría y siguiendo un camino tradicionalmente usado por las tribus indígenas que comunicaba la actual Segovia con Libisosa (Lezuza) a través de Titulcia. Una vez en el valle del Tajo, se dirigieron a uno de los vados del río que les
permitiese atravesarlo. Pero su regreso a Qart Hadasht no sería tan fácil como esperaba…

Tras cruzar el río, Aníbal fue informado por sus exploradores de que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. Les acompañaban todos los olcades que habían logrado huir de la primera campaña de Aníbal en Iberia. Estos habían alertado a los carpetanos de la belicidad de los
punicos creando un ejercito para poner fin a sus metas, también se les unieron algunos salmantinos que se habían negado a aceptar el yugo de los cartagineses. El general púnico, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento con habilidad y prudencia retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababan de atravesar, ordenando la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

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Tanto carpetanos, como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica, estando formado por grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de
dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual, ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos, pero carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses o resistir la adversidad.

Este ejército carecería de un mando único y estaba formado por 40.000 hombres, una escasa parte de ellos a caballo.

Con la coalición ibérica asentada frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río pasando a la orilla norte y consiguiendo que sus movimientos no fueran advertidos por sus enemigos.

Los cartagineses habían construido su campamento defensivo y protecciones de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocando un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica, Aníbal evitaba que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos.

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Entre carpesios y tropas auxiliares de olcades y vetones sumaban un ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por
naturaleza, confiando además en el número y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río por medio, lanzando el grito de guerra se precipitaron al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le cogiera más cerca.

Aníbal había dado orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua. En cuanto la coalición ibérica se adentro suficientemente en el río, un enorme contingente de jinetes púnicos se lanzó al ataque, produciéndose un choque absolutamente desigual puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido incluso por un jinete desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de caballo,con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos.

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Dibujo de un elefante cartaginés

Muchos perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, descubrieron que los cuarenta elefantes del ejercito cartaginés les esperaban en la orilla para dar buena cuenta de ellos, siendo aplastados hasta la muerte.

Los ibéricos que consiguieron regresar a su parte de la orilla, después de andar de acá para allá, se empezaron a intentar organizar. Pero Aníbal, que se dio cuenta de la situación, movilizo a todo su ejercito metiéndose en el río en formación de cuadro obligando a huir a los hispanos de la orilla.

Se estima que murieron unos 1.200 hombres de caballería y 1.000 de infantería por parte cartaginesa y unos 8.000 de infantería por parte de la coalición ibérica

Después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio al otro lado del Ebro, exceptuando a los saguntinos. Aníbal regresó con su ejercito a cartagena para pasar el invierno.

Los tratados de la discordia

Mientras tanto, Roma temía la creciente presencia de los cartagineses en Hispania. Se decidió a concluir una alianza con la ciudad de Sagunto en unos términos parecidos a los que los latinos contaban en las colonias griegas. La antigua ciudad ibera de Arse se situaba a una distancia considerable del Ebro por la parte sur. Esta estaba situada en el territorio que los romanos habían reconocido como parte de la zona de influencia cartaginesa y declaró a la ciudad como un protectorado. La plaza era una posición perfecta desde la que podía lanzarse un ataque preventivo si Aníbal no desistía de sus ambiciones.

romanos

Haciendo efecto de los tratados, los Saguntinos, sintiendo la inminente guerra, lograron persuadir a Roma para que ejerciese su control sobre la Península Ibérica.

Se envió una delegación romana (dirigida por Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tamfilo) a Qart Hadasht, donde fue recibida por Aníbal. Los romanos argumentaban que según el tratado firmado en el año 241 antes de Cristo, los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma. Ademas le recordaron que no debía cruzar el río Ebro, de acuerdo con los recientes acuerdos firmados con Asdrúbal en el 226 antes de Cristo. Por su parte, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Forzando la situación aún más, Aníbal exigió la devolución de Cerdeña y los impuestos que se habían impuesto a los cartagineses injustamente, y que les declararía la guerra a Roma si no estaban de acuerdo. Ante tales palabras, los embajadores romanos se convencieron de que Aníbal estaba tratando a toda costa de que hubiese guerra. Los latinos decidieron ir a Cartago, con la intención de hacer la misma petición formal al Senado cartaginés. No obtuvieron ninguna respuesta favorable a sus demandas,  pero regresaron a Roma confiados de que solo habría lucha en la Península Ibérica.

Hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Los romanos ni siquiera reaccionaron cuando en el 219 antes de Cristo llegaron noticias de que Aníbal había puesto bajo asedio la plaza de Sagunto.

Asedio de Sagunto

Aníbal necesitaba una excusa para atacar Sagunto y poder justificarlo ante el senado cartaginés. Oportunidad que llegó cuando dio su apoyo incondicional a los turbolitanos, aliados de Cartago, en su conflicto contra los saguntinos. Los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, se quejaban ante los púnicos de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes.

Aníbal envió embajadores turboletas a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, exponía que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en esta mision con los romanos. Fue tanta su insistencia, enviando muchos mensajes en tal sentido y enviando parte del botín logrado en tierras iberas a la metrópoli, que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno.

Tan pronto tuvo ocasión, Aníbal hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Ya en la reunión, el general cartaginés les exhorto a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al escuchar esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, avanzó con todo su ejército desvastando el territorio saguntino y apostando sus máquinas contra la ciudad.

Cartago, representado por el general cartaginés, había roto el tratado establecido tras la Primera Guerra Púnica. Actuó de igual manera a lo que hizo la República romana cuando se anexionó Cerdeña, pues también se le prohibía explícitamente hacerlo ya que Sagunto era una ciudad aliada con Roma. En el plan de Aníbal, la conquista de Sagunto era fundamental. La ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era buena idea dejar esa ciudad en manos de enemigos. También esperaba que con el saqueo mantendría contento a su ejército (en su mayoría mercenarios del norte de África, Iberia y la Galia). Las riquezas de la ciudad también servirían para ser mostradas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

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Aníbal cercó la ciudad y decidió atacar por tres frentes distintos al mismo tiempo. Para ello usó sus temibles maquinas de guerra, las vineas, para que derribasen la muralla con sus arietes. Pero los saguntinos respondieron ferozmente desde las torres defensivas, haciendo retroceder el avance cartaginés y destruyendo algunos arietes.

Castillo-de-Sagunto

Castillo de Sagunto

Aníbal, que pensaba obtener una victoria fácil y contundente, decide retirarse y atacar al día siguiente. Pero esa misma noche los saguntinos realizaron una incursión en el campamento cartaginés produciendo numerosas bajas. Los púnicos se centraron entonces en derribar primero las torres defensivas. Los cartagineses atacaron con sus maquinas de guerra varios puntos de la ciudad a la vez, logrando derribar tres torres y abriendo una brecha en la muralla, los saguntinos taparon rápidamente la brecha creando un muro de lanzas y escudos. Tal fue su coraje, que no solo consiguieron impedir la entrada a la ciudad sino que les hicieron retroceder hasta su propio campamento. Los saguntinos rápidamente lograron reconstruir la muralla.

Aníbal decidió rodear la ciudad de un muro con un foso y estableció a su alrededor, a intervalos numerosos, puestos de vigilancia. Los cuales inspeccionaba personalmente con frecuencia.

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Lanza Falárica

No se sabe el nombre del comandante saguntino, pero desde luego era un genio militar y Aníbal seria quien lo iba a pagar. Los defensores desarrollaron la llamada falárica que consistía en lanzar un madero de tres pies de largo coronado con puntas de hierro, con su astil forrado de estopa e impregnado de pez y azufre negro, al que
se le prendía fuego lanzándose sobre el enemigo. Esta arma era completamente nueva y los cartagineses huían aterrados, tanto es así, que se suspendieron los ataques durante varios días, tiempo que aprovechan los saguntinos para reforzar y aumentar las murallas.

Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por heraldos, enviaron una embajada a Roma. El senado envió con ellos a sus propios embajadores que, en primer lugar, debían recordarle a Aníbal los acuerdos existentes y caso de no convencerle, navegar hasta Cartago para presentar quejas contra él. A estos embajadores, cuando habían efectuado su travesía hasta Iberia y se dirigían desde el mar hacia el campamento, fueron advertidos de que no se acercaran.

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Ante tal ofensa, los romanos se hicieron de nuevo a la mar, rumbo a Cartago, en compañía de los embajadores saguntinos y volvieron a aludir los tratados a los cartagineses. Éstos culparon a los saguntinos de causar numerosas ofensas a sus súbditos. Los embajadores de Sagunto les invitaron, por su parte, a llevar el juicio ante los romanos. Pero ellos dijeron que no necesitaban de arbitraje alguno, pues podían vengar estas ofensas por sí solos.

Cuando se comunicó esta respuesta a Roma, algunos exhortaban a socorrer de inmediato a los saguntinos, otros se mostraban aún indecisos diciendo que éstos no se hallaban inscritos en sus tratados en calidad de aliados, sino como autónomos y libres, y que los que estaban sitiados eran libres todavía. Y prevaleció esta opinión.

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Mientras tanto, el sitio de Sagunto estaba hiriendo el orgullo de Aníbal, que decidió cambiar la estrategia y reanudar el hostigamiento. Para ello construyó una serie de torres de madera gigantes, que portaban maquinas de guerra en su interior y que protegían a los soldados de las armas arrojadizas saguntinas (fueron las torres de asedio mas grandes construidas hasta la época).

Consiguieron destruir las murallas saguntinas, pero estos habían preparado una pequeña sorpresa a los cartagineses, y es que se les había ocurrido construir pequeñas murallas adosadas a las casas, creando pequeños recintos fortificados en cada una de las calles, los cuales no precisaban de muchos hombres para ser defendidos y que inutilizaban los arietes cartagineses.

Los púnicos decidieron colocar catapultas y ballestas en las zonas más altas de la muralla y de las torres que no dejaban de abrir fuego contra los saguntinos. A pesar de todo, los defensores de Arse consiguieron parar el avance cartaginés, aunque a costa de un gran sacrificio humano.

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La situación de los sitiados era desesperada, gran parte de la ciudad se encontraba asolada, sin víveres, (lo que les obligaba a comer corteza de árbol y cuero de los
escudos reblandecidos) y sin esperanzas ya de ninguna ayuda romana pidieron una rendición honrosa que no fue aceptada por Aníbal. Este impuso sus condiciones que fueron totalmente ignominiosas para los saguntinos. Decidieron reunir el oro y la plata, tanto público como privado, en la plaza pública por medio de una proclama y lo mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal.

Prefiriendo morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche todavía, contra los puestos de guardia de los africanos que aún dormían y no sospechaban tal ataque. Por lo cual, los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a duras penas en medio de la confusión y algunos, incluso, cuando ya estaban luchando. El combate duró mucho tiempo y muchos de los cartagineses murieron, pero a cambió del sacrificio de todos los asaltantes. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Éste fue el final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa. Aníbal, tan pronto como se percató de lo sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos saguntinos que quedaban y eran adultos después de torturarlos. Así terminó el asedio ininterrumpido de ocho meses sobre la ciudad de Sagunto.

Aníbal disponía ahora de una base desde la que podía suministrar a sus fuerzas alimentos y más tropas. Este fue uno de los primeros errores que los romanos cometieron en la Segunda Guerra Púnica: si hubieran ido en socorro de Sagunto contra Aníbal, en lugar de combatir la revuelta iliria, podrían haber reforzado la ciudad y detenido a Aníbal antes de que cruzara los Pirineos.

Después del sitio, el bárquida trató de obtener el apoyo del Senado cartaginés. El consejo (controlado por un sector relativamente favorable a los romanos encabezados por Hannón el Grande) no solía estar de acuerdo con Aníbal y
sus métodos de hacer la guerra, y nunca le dio apoyo completo e incondicional. No obstante, en este episodio, Aníbal fue capaz de obtener un limitado apoyo que le permitió trasladarse a Qart Hadasht, donde se reunió con sus hombres y les informó de sus ambiciosas intenciones. Brevemente, Aníbal emprendió una peregrinación religiosa.

Los romanos enviaron embajadores a Cartago con la orden de que reclamaran a los cartagineses la entrega de Aníbal como responsable de la violación de los tratados, a no ser que todos asumieran la responsabilidad, y de que si no se lo entregaban, declarasen de inmediato y públicamente la guerra.

El embajador, mostrando el pliegue de su toga, con una sonrisa les dijo:

«Aquí os traigo, cartagineses, la paz y la guerra; tomad aquella que elijáis».

Ellos replicaron:

«Danos mejor, la que tú quieras».

¨Sea así, os declaro la guerra»

Replicó el romano. Todo el senado prorrumpió en un grito unánime:

«La aceptamos».

Al punto, le comunicaron a Aníbal que ya podía hacer incursiones por toda Iberia sin temor, pues los pactos estaban rotos. Y él, en consecuencia, marchando contra todos los pueblos cercanos, los puso en sumisión, ya con persuasión, ya por temor o por la fuerza, y reunió un gran ejército sin revelar su finalidad, pero con la secreta intención de invadir Roma. Envió emisarios entre los galos e hizo examinar los pasos de los Alpes. Sus siguientes pasos lo hicieron entrar definitivamente en la leyenda.

Pero esa… es otra historia…

 

Las campañas de Aníbal en Iberia VII – Asedio de Sagunto I

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Aníbal necesitaba una excusa para atacar Sagunto y poder justificarlo ante el senado cartaginés. Oportunidad que llegó cuando dio su apoyo incondicional a los turbolitanos, aliados de Cartago, en su conflicto contra los saguntinos. Los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, se quejaban ante los púnicos de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes.

Aníbal envió embajadores turboletas a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, exponía que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en esta mision con los romanos. Fue tanta su insistencia, enviando muchos mensajes en tal sentido y enviando parte del botín logrado en tierras iberas a la metrópoli, que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno.

Tan pronto tuvo ocasión, Aníbal hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Ya en la reunión, el general cartaginés les exhorto a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al escuchar esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, avanzó con todo su ejército desvastando el territorio saguntino y apostando sus máquinas contra la ciudad.

Cartago, representado por el general cartaginés, había roto el tratado establecido tras la Primera Guerra Púnica. Actuó de igual manera a lo que hizo la República romana cuando se anexionó Cerdeña, pues también se le prohibía explícitamente hacerlo ya que Sagunto era una ciudad aliada con Roma. En el plan de Aníbal, la conquista de Sagunto era fundamental. La ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era buena idea dejar esa ciudad en manos de enemigos. También esperaba que con el saqueo mantendría contento a su ejército (en su mayoría mercenarios del norte de África, Iberia y la Galia). Las riquezas de la ciudad también servirían para ser mostradas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

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Aníbal cercó la ciudad y decidió atacar por tres frentes distintos al mismo tiempo. Para ello usó sus temibles maquinas de guerra, las vineas, para que derribasen la muralla con sus arietes. Pero los saguntinos respondieron ferozmente desde las torres defensivas, haciendo retroceder el avance cartaginés y destruyendo algunos arietes.

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Castillo de Sagunto

Aníbal, que pensaba obtener una victoria fácil y contundente, decide retirarse y atacar al día siguiente. Pero esa misma noche los saguntinos realizaron una incursión en el campamento cartaginés produciendo numerosas bajas. Los púnicos se centraron entonces en derribar primero las torres defensivas. Los cartagineses atacaron con sus maquinas de guerra varios puntos de la ciudad a la vez, logrando derribar tres torres y abriendo una brecha en la muralla, los saguntinos taparon rápidamente la brecha creando un muro de lanzas y escudos. Tal fue su coraje, que no solo consiguieron impedir la entrada a la ciudad sino que les hicieron retroceder hasta su propio campamento. Los saguntinos rápidamente lograron reconstruir la muralla.

Aníbal decidió rodear la ciudad de un muro con un foso y estableció a su alrededor, a intervalos numerosos, puestos de vigilancia. Los cuales inspeccionaba personalmente con frecuencia.

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Lanza Falárica

No se sabe el nombre del comandante saguntino, pero desde luego era un genio militar y Aníbal seria quien lo iba a pagar. Los defensores desarrollaron la llamada falárica que consistía en lanzar un madero de tres pies de largo coronado con puntas de hierro, con su astil forrado de estopa e impregnado de pez y azufre negro, al que
se le prendía fuego lanzándose sobre el enemigo. Esta arma era completamente nueva y los cartagineses huían aterrados, tanto es así, que se suspendieron los ataques durante varios días, tiempo que aprovechan los saguntinos para reforzar y aumentar las murallas.

Continua en Las campaña de Aníbal en Iberia VIII – Asedio de Sagunto II

Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

Mientras tanto, Roma temía la creciente presencia de los cartagineses en Hispania. Se decidió a concluir una alianza con la ciudad de Sagunto en unos términos parecidos a los que los latinos contaban en las colonias griegas. La antigua ciudad ibera de Arse se situaba a una distancia considerable del Ebro por la parte sur. Esta estaba situada en el territorio que los romanos habían reconocido como parte de la zona de influencia cartaginesa y declaró a la ciudad como un protectorado. La plaza era una posición perfecta desde la que podía lanzarse un ataque preventivo si Aníbal no desistía de sus ambiciones.

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Haciendo efecto de los tratados, los Saguntinos, sintiendo la inminente guerra, lograron persuadir a Roma para que ejerciese su control sobre la Península Ibérica.

Se envió una delegación romana (dirigida por Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tamfilo) a Qart Hadasht, donde fue recibida por Aníbal. Los romanos argumentaban que según el tratado firmado en el año 241 antes de Cristo, los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma. Ademas le recordaron que no debía cruzar el río Ebro, de acuerdo con los recientes acuerdos firmados con Asdrúbal en el 226 antes de Cristo. Por su parte, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Forzando la situación aún más, Aníbal exigió la devolución de Cerdeña y los impuestos que se habían impuesto a los cartagineses injustamente, y que les declararía la guerra a Roma si no estaban de acuerdo. Ante tales palabras, los embajadores romanos se convencieron de que Aníbal estaba tratando a toda costa de que hubiese guerra. Los latinos decidieron ir a Cartago, con la intención de hacer la misma petición formal al Senado cartaginés. No obtuvieron ninguna respuesta favorable a sus demandas,  pero regresaron a Roma confiados de que solo habría lucha en la Península Ibérica.

Hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Los romanos ni siquiera reaccionaron cuando en el 219 antes de Cristo llegaron noticias de que Aníbal había puesto bajo asedio la plaza de Sagunto.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia VII – Asedio de Sagunto I

 

Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Tras cruzar el río, Aníbal fue informado por sus exploradores de que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. Les acompañaban todos los olcades que habían logrado huir de la primera campaña de Aníbal en Iberia. Estos habían alertado a los carpetanos de la belicidad de los
punicos creando un ejercito para poner fin a sus metas, también se les unieron algunos salmantinos que se habían negado a aceptar el yugo de los cartagineses. El general púnico, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento con habilidad y prudencia retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababan de atravesar, ordenando la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

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Tanto carpetanos, como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica, estando formado por grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de
dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual, ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos, pero carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses o resistir la adversidad.

Este ejército carecería de un mando único y estaba formado por 40.000 hombres, una escasa parte de ellos a caballo.

Con la coalición ibérica asentada frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río pasando a la orilla norte y consiguiendo que sus movimientos no fueran advertidos por sus enemigos.

Los cartagineses habían construido su campamento defensivo y protecciones de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocando un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica, Aníbal evitaba que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos.

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Entre carpesios y tropas auxiliares de olcades y vetones sumaban un ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por
naturaleza, confiando además en el número y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río por medio, lanzando el grito de guerra se precipitaron al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le cogiera más cerca.

Aníbal había dado orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua. En cuanto la coalición ibérica se adentro suficientemente en el río, un enorme contingente de jinetes púnicos se lanzó al ataque, produciéndose un choque absolutamente desigual puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido incluso por un jinete desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de caballo,con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos.

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Dibujo de un elefante cartaginés

Muchos perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, descubrieron que los cuarenta elefantes del ejercito cartaginés les esperaban en la orilla para dar buena cuenta de ellos, siendo aplastados hasta la muerte.

Los ibéricos que consiguieron regresar a su parte de la orilla, después de andar de acá para allá, se empezaron a intentar organizar. Pero Aníbal, que se dio cuenta de la situación, movilizo a todo su ejercito metiéndose en el río en formación de cuadro obligando a huir a los hispanos de la orilla.

Se estima que murieron unos 1.200 hombres de caballería y 1.000 de infantería por parte cartaginesa y unos 8.000 de infantería por parte de la coalición ibérica

Después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio al otro lado del Ebro, exceptuando a los saguntinos. Aníbal regresó con su ejercito a cartagena para pasar el invierno.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Mahoma, el fundador del Islam II – Medina

Continuación de Mahoma, el fundador del Islam I – La revelación

Mahoma (La Meca, c. 26 de Abril de 569/570-Medina, 8 de Junio de 632) fue el profeta fundador del islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qāsim Muḥammad ibn ʿAbd Allāh al-Hāšimī al-Qurayšī (ابو القاسم محمد ابن عبد الله ابن عبد المطلب ابن هاشم), que se castellaniza como «Mahoma».

En la religión musulmana, se considera a Mahoma «el sello de los profetas» (jātim al-anbiyā’ خاتم الأنبياء), el último de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios para actualizar su mensaje, entre cuyos predecesores se contarían Abraham, Moisés y Jesús de Nazaret. A su vez, el Bahaísmo lo venera como un profeta o «Manifestación de Dios», cuyas enseñanzas habrían sido actualizadas por las de Bahá’u’llaáh, fundador de esta religión.

En esta segunda parte, se relatara desde la revelación del Arcángel Gabriel hasta su consolidación en Medina.

Documental

Proyecto HISTORIA - Mahoma, el fundador del Islam II - Medina

Proyecto HISTORIA – Mahoma, el fundador del Islam II – Medina

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Continua en Mahoma, el fundador del Islam III – Consolidación

Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Continuación de Las campaña de Aníbal en Iberia III – Asedio de Salamanca

Una vez calmada la vorágine de la contienda, los supervivientes vetones mandaron una embajada de súplica a Aníbal, aceptando todas las condiciones que este dictaminara. En primera instancia, les obligo a el suministro de víveres cerealísticos y animales, tanto en aquel momento como en próximas temporadas, además de la entrega de hombres para el ejército y de riquezas en metal noble.

El carácter levantisco de aquellas gentes era un trance que el propio cartaginés no podía ignorar. Por ello, recurrió a ejercicios diplomáticos con los indígenas para garantizar sus objetivos tras su marcha, por ejemplo pactar matrimonios mixtos entre nobles damas de las principales comunidades indígenas y delegados púnicos para que pudieran permanecer en tierras meseteñas durante un tiempo como representantes de Aníbal. Estos se encargarían, principalmente, del transporte de lo pactado a los territorios púnicos.

También, se les concedió:

  • La promesa de protección por parte de Aníbal a la hora de algún conflicto de envergadura.
  • El compromiso de garantizar la llegada a tierras vetonas de productos meridionales bajo el monopolio púnico desde hacía tiempo, bienes escasos en esas latitudes meseteñas y por ello muy valorados como la sal, el vino y aceite de Turdetania.
  • El abastecimiento de metales (hierro, plata, cobre…) a ámbitos tan necesitados como el solar vacceo, traídos de focos púnicos como la Beturia, Oretania o la misma región de Cartagena.

Para garantizar que los meseteños cumplieran los compromisos, Aníbal desplegó
igualmente medidas coercitivas, capturando familiares de los jerarcas indígenas tomados durante un periodo de tiempo como rehenes de los púnicos.

Tras subyugar a los vetones, Aníbal se dirigió a por los Vacceos, que serian la última pieza a obtener de su campaña. sometió a asedio la ciudad de Arbucala en Zamora que debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura, tuvo que tomar por la fuerza, sometiendo al pueblo Vacceo a las mismas condiciones que tiempo antes había impuesto a los vetones.

Con la campaña vetona-vaccea de los cartagineses dada por finalizada y habiendo cumplido todos sus objetivos. Aníbal se sentía totalmente confiado de haber podido dar el primer paso para la recuperación del poder púnico en el mar Mediterráneo.

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Llegado el Otoño, Aníbal decidió regresar a cartagena. Abandonaron el territorio vacceo para entrar en la Carpetania, atravesando el Sistema Central por el actual paso del puerto de La Fuenfría y siguiendo un camino tradicionalmente usado por las tribus indígenas que comunicaba la actual Segovia con Libisosa (Lezuza) a través de Titulcia. Una vez en el valle del Tajo, se dirigieron a uno de los vados del río que les
permitiese atravesarlo. Pero su regreso a Qart Hadasht no sería tan fácil como esperaba…

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

 

Las campañas de Aníbal en Iberia III – Asedio de Salamanca

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia II

Como bien había sido informado, en esa época del año los ganaderos de la zona empezaban a subir a los pastos de verano de las serranías castellanas. El cartaginés les obligó a orientarle sobre los pasos que conducían al norte. Los pecuarios eran expertos conocedores de la geografía del interior meseteño, maestros de larga tradición en el cruce de vados y puertos, y por ello los mejores guías para el propósito de las huestes anibálicas de penetrar hasta el corazón vacceo.

Bien aconsejado, Aníbal volteo su rumbo hacia el norte por el viejo camino septentrional que llegaba a la meseta castellana. Siguiendo la Vía de la Plata, atravesó de sur a norte la Vetonia hasta, cruzado el Tajo y enfilado el macizo de Gredos por el corredor del Alagón, arribar al Tormés y seguir sus aguas hasta Salamanca.

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Toros de Guisando, El Tiemblo (Ávila).

Aníbal decide asediar la ciudad, una de las más grandes de Iberia. Sus habitantes, en un principio temerosos, prometieron hacer cuanto se les ordenara, acordando un pago de trescientos talentos de plata y la entrega de trescientos rehenes. Con la certeza de haber conseguido un buen trato, los cartagineses levantaron el cerco y esperaron a recibir lo pactado. Pero los salmantinos, cambiando de parecer, no hicieron nada de lo que habían prometido. Ante la pasividad de sus adversarios, Aníbal ordeno a sus soldados entrar en la ciudad con la idea de saquear sus riquezas. Ante la inminencia del asalto, los salmanticenses se avinieron a abandonar la plaza sin mayor carga que sus ropas, desatendiendo armas, riquezas y esclavos, trato que Aníbal acepto.

Poco a poco, los salamanquéses fueron abandonando la ciudad, dejándola libre y sin defensas. Cuando quedo totalmente desalojada, Aníbal ubico a sus habitantes en el arrabal, dejando una guardia para controlarlos. Tras esto, dejo que sus hombres se apoderasen de la plaza. Estos se lanzaron en desorden para apoderarse del gran botín. Los guardias de los charros, ante tal suculento festín, comenzaron a enojarse
por no poder participar en el reparto del saqueo hasta el punto de que la mayoría desobedeció las ordenes que tenían de vigilar a los vetones, lanzándose en masa a participar del botín.

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Espada y vaina tipo Alcácer do Sal halladas en la necrópolis de la Osera, Chamartín, siglos IV-III a. C.; Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Llegado a ese punto, las mujeres ibéricas animaron a voces a los hombres y les dieron las espadas que habían ocultado entre sus ropas ya que las féminas sabían que no serian registradas en el momento de abandonar la plaza. Incluso alguna de ellas se decidió a atacar a los pocos guardias que aún les vigilaban. Una mujer, le quitó la espada a Banón el intérprete, lo hirió salvando este la vida gracias a que llevaba puesta su coraza. Los salamanquinos, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, lograron evadirse de los cartagineses. En cuanto Aníbal descubrió la rebelión, de inmediato se dispuso a perseguirlos. A los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, escabulléndose por los montes, consiguieron escapar.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Las campañas de Aníbal en Iberia II – Preparación de la campaña vetona-vaccea

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia I

Durante el invierno del 220 AC, Aníbal se dedicó a hacer los preparativos para lo que sería su mayor ambición, someter al pueblo de Roma. Para llevar a cabo esta gran empresa necesitaba abastecerse del grano que poseían los vacceos, conocidos por su gran habilidad agricultora. El aprovisionamiento de trigo, además de otras posibles mercancías, se materializaría asegurando el envío de las cosechas desde la cuenca media del Duero hasta la desembocadura del Ebro donde Aníbal dispondría de la carga, de tal forma que en pocos años se habría acumulado suficiente cantidad de cereal como para que el cartaginés acometiera el paso de los Pirineos y los Alpes.

Además, pondría orden en la periferia de los dominios cartagineses, que era una franja afectada por las frecuentes insurrecciones de los pueblos meseteños. Estos, se adentraban hacia el sur en busca de sal, un producto deficitario en su tierra de
origen. Asegurado el monopolio de las salinas meridionales, los indígenas seguirían comprando sal a cambio de sus productos agropecuarios. El general cartaginés también buscaba la obtención de botín, mercenarios (especialmente de caballería) y prisioneros de guerra para ser empleados como mano de obra en las minas de Cartagena y del alto Guadalquivir.

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Los púnicos, con un ejercito de 20.000 soldados a pie, 6.000 jinetes y 40 elefantes, salio de Cartagena a principios de la primavera hacia Cástulo. Junto a el, le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico, con un núcleo formado por unas falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas para posibilitar una razonable maniobrabilidad y muy potentes en el ataque frontal. Estas falanges eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas
unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado, recurriéndose igualmente al uso de armas «exóticas» como los elefantes de guerra. Eran dirigidos por un cuadro de mando formado
por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen:

  • Súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios.
  • Pueblos aliados como los oretanos o los númidas.
  • Mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

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Una vez en Cástulo, el comandante púnico continuo hacia el oeste en curso con el Guadalquivir hasta alcanzar el río Jándula, remontó su valle, y por este enfiladero cruzó la sierra con paso directo a la zona de Puertollano y al Campo de Calatrava, situándose a los pies del Guadiana que conducía a través del occidente de la provincia ciudadrealeña a la Beturia extremeña.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia III

Batalla de La Rochelle, 22 de junio de 1372

En 1368, Enrique de Trastámara comenzó a negociar con Carlos V de Francia, buscando contrarrestar los efectos de la coalición que Pedro I había formado con Inglaterra. Por su parte, el francés vio la oportunidad de conseguir la poderosa flota castellana, que le daría muchas oportunidades de éxito en la guerra de los cien años. El 20 de noviembre, se firmó un acuerdo de cooperación militar en el que Castilla debería aportar el doble de naves que los franceses en las operaciones navales conjuntas que se desarrollaran a partir de entonces.

En 1369, con el respaldo marítimo de Castilla, Carlos V reanudó  las hostilidades de la guerra de los Cien Años con Inglaterra, violando así el Tratado de Brétigny. Dentro de su estrategia de conquista de plazas fuertes inglesas, el rey francés pretendía redoblar el cerco sobre La Rochela, punto clave para el control del Ducado de Guyena, en poder de Inglaterra. Por ello pidió la colaboración naval castellana, y Enrique II envió unos 21 barcos, la mayoría galeras, al mando del almirante genovés Ambrosio Bocanegra, sucesor en el cargo de su padre Egidio. Acompañando al almirante, se encontraban Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, Fernando de Peón y Ruy Díaz de Rojas (jefe de las naos).

Eduardo III de Inglaterra, consciente de la importancia de dicha plaza, propuso su defensa a toda costa. Interrumpió el comercio de lana con Flandes, empleando los barcos que se utilizaban para ese menester, y tiró de abundantes recursos para formar una flota de 36 naos y 14 naves de transporte al mando de su yerno Juan de Hastings, conde de Pembroke. Además, iban en ella naves de transporte con hombres, material y dinero destinados a la guerra en la Guyena.

La primera flota que llegó a La Rochelle fue la inglesa, avistando a las naves castellanas el 21 de junio. Bocanegra decidió acercarse para estudiar la situación, tras una pequeña escaramuza, observó que los ingleses contaban con barcos de gran calado, por lo que decidió retirarse. Los marinos ingleses, enardecidos, pregonaron la actitud cobarde del genovés.

Al día siguiente, la bajamar dejó varada a la flota inglesa, momento que había estado esperando Bocanegra para lanzar sus galeras, más ligeras y con un menor calado. Con un enemigo inmovilizado, los castellanos utilizaron sus bombardas para arrasar las cubiertas, matando 800 ingleses y desbaratando la totalidad de las naves enemigas. Se incautaron 20.000 marcos y se apresaron unos 280 caballeros, incluyendo al conde de Pembroke. Estos, no fueron los únicos prisioneros, ya que los castellanos decidieron capturar el resto de la tripulación, unos 8.000 hombres. Fue algo inusual para la época porque se solía degollar o tirar por la borda a los que se rendían. La pérdida de flota, hombres y dinero inglés, produjo que La Rochelle viera su capacidad defensiva drásticamente reducida.

Por si fuera poco, en el viaje de regreso a Santander, Bocanegra apresó otros cuatro barcos ingleses en la latitud de Burdeos. Pembroke y 70 caballeros que describieron…

“De espuelas doradas”.

Fueron enviados a Burgos, a la presencia de Enrique, que los entregó a Bertrand du Guesclin, condestable francés. Más tarde, el conde de Pembroke murió durante su cautiverio. En agosto, tropas francesas y la coalición marítima con Castilla, hicieron que los ingleses abandonaran La Rochelle, dificultando enormemente la capacidad de defender el territorio de la Guyena.

La gran victoria castellana permitió que se convirtiera en la primera potencia naval del Atlántico, otorgando así mayores posibilidades mercantiles a sus marinos (fundamentalmente cántabros). Estos mercaderes sustituyeron a los ingleses en Flandes, llegando a construir un almacén en Brujas. Los ingresos obtenidos de las exportaciones propiciaron un auge económico castellano, y Burgos se convirtió en una las ciudades más importantes de Europa Occidental.