La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta

Continuación de La segunda guerra púnica en Iberia – Organización y partida

Los romanos ya contaban con un ejército de 25 000 hombres en la Galia Cisalpina. Se encontraban bajo el mando de dos pretores debido a que las tribus galas de boios e ínsubros habían atacado las colonias romanas del norte de Italia. Escipión decidió
enviar a Iberia el ejército que había traído con él, bajo el mando de su hermano y legado Cneo Escipión (fue cónsul en el 221 AC) y dejar con el a una pequeña parte de sus tropas que se incorporarían a las del norte de Italia.

Una vez burlados, necesitaban cortar las líneas de suministro de Aníbal que tenían su origen en tierras iberas. Esta sabia resolución de Escipión probablemente salvó a Roma, porque si los cartagineses hubieran mantenido su dominio indiscutible en iberia, habrían podido concentrar todos sus esfuerzos en apoyar a Aníbal en Italia, y por ende, haber enviado fuertes refuerzos una vez finalizada la batalla de Cannas, acto que habría complicado las cosas mucho más a Roma.

Massilia

Massilia

Cneo Cornelio Escipión, con 20000 soldados de infantería (2 legiones romanas y 2 aliadas) 2.200 de caballería y 60 quinquerremes, zarpó de Massilia y atracó en Emporion, en la provincia de Girona. Una vez ocupada, fue rebautizada como Emporiae (Ampurias).

Los objetivos fundamentales a alcanzar por Cneo en Iberia eran, según las órdenes del Senado, apoyar a las tribus aliadas, asegurar la independencia de los establecimientos griegos, atraer nuevos aliados a la causa romana y, por
último, expulsar a los púnicos de la Península. Es evidente que en aquellos momentos Roma no pensaba en otra cosa que en ahogar la fuente de aprovisionamientos del ejército cartaginés que iba a invadir la Península Itálica, sin
pensar en ningún momento en la conquista de Iberia y su anexión al incipiente imperio romano.

Inmediatamente, el legado romano inició los contactos con las diversas tribus pirenaicas y costeras ofreciéndoles su ayuda para desembarazarse de los púnicos. Dado que los pueblos de la zona, al contrario que los ilergetes y edetanos, tenían una capacidad militar muy reducida, no tuvieron más remedio que aceptar la “protección” de los romanos. La primera tribu hispana que tuvo el “honor” de quedar sometida fue la de los layetanos.

Estas tribus le proporcionarían a Escipión contingentes militares auxiliares, que serían los primeros soldados de estas características que Roma admitió en su ejército. Hasta esas fechas, sus soldados eran, o bien ciudadanos romanos (los legionarios) o soldados latinos o itálicos (los aliados), proporcionados a Roma por los pactos que ésta había suscrito con sus ciudades. Aquellos que, como los burgussios y andosinos, no la aceptaron, fueron atacados por los romanos, sus poblados destruidos y la población convertida en esclava.

De esta forma, antes de terminar el verano del 218 AC, los romanos disponían de una base segura desde la que proyectarse al resto de la costa levantina, en la que recibían constantes refuerzos procedentes de Marsella. La actitud dubitativa del general cartaginés, Hannon, no atacando en sus inicios a los romanos, permitió que éstos afirmasen su poderío en la zona, al tiempo que las tribus iberas, inicialmente partidarias de los púnicos, se vieran obligadas a aliarse con aquellos.

Continuara…

La segunda guerra púnica en Iberia I – Organización y partida

Tras la conclusión con éxito del sitio de Sagunto, Aníbal Barca dio descanso a sus       tropas, comenzando a avanzar hacia Italia con 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 37           elefantes a finales de Abril de 218 AC. Una vez cruzado el Ebro, el general púnico dedicó unas semanas a someter a las tribus ibéricas del Noreste (bargusios, ausetanos,           arenosios y lacetanos), pues no podía arriesgarse a dejar en su retaguardia tribus        potencialmente hostiles que amenazaran sus líneas de comunicación. Durante este       período sus fuerzas quedaron disminuidas en unos 3.000 desertores carpetanos y otros 7.000 que hubo de licenciar por no sentir suficiente confianza en ellos.

Infante Libio-Fenicio

Infante Libio-Fenicio

Una vez reorganizadas sus fuerzas, dejó en la Península Ibérica dos ejércitos: uno al Norte del Ebro, compuesto por 10.000 infantes y 1.000 jinetes, bajo el mando del general Hannón; otro, integrado por 12650 infantes, 2550 jinetes y 21 elefantes, al mando de su hermano Asdrúbal, que se encargaría de la defensa del resto de las tierras ibéricas. Asi mismo, dejó bajo el mando de Asdrúbal una flota de 57 barcos (50 quinquerremes,            2 cuatrirremes y 5 trirremes).

Con todo dispuesto, Aníbal se puso al frente y cruzó los Pirineos con el resto del ejército compuesto por unos 55.000 infantes, 8.000 jinetes y 15 elefantes (Se incluían en él       numerosos mercenarios de la península: baleáricos, cántabros, astures, celtíberos,           lusitanos e ibéricos en general).

Mientras tanto, en Roma fueron elegidos cónsules Tiberio Sempronio Longo y Publio Cornelio Escipión, padre del futuro africano. La armada romana movilizó                       220 quinquerremes para apoyo en la Segunda guerra iliria, principal preocupación de los latinos en esa época. El cónsul Tiberio Sempronio Longo recibió 4 legiones                   (2 romanas y 2 aliadas; 8.000 romanos a pie y 16.000 aliados más 600 jinetes romanos y 1.800 aliados) y las instrucciones de navegar por África acompañado por                           160 quinqueremes. Por su parte, Publio Cornelio Escipión recibió 4 legiones             (8.000 romanos y 14.000 aliados de infantería más 600 romanos y 1.600 aliados a           caballo) e izó la vela hacia iberia acompañado por 60 navíos.

Marcha de Aníbal en 218 AC

Marcha de Aníbal en 218 AC

Publio salió a la mar, con su ejército, desde Pisa a la ciudad griega aliada de Massilia,       actual Marsella. A su llegada, se encontró con que Aníbal ya había cruzado los Pirineos y había avanzando hacia el Ródano. Como sus hombres habían sufrido mucho a causa del mareo, les permitió unos cuantos días de descanso, pensando que había tiempo          suficiente para impedir que Aníbal cruzase el río.

A continuación, envió una patrulla de caballería al norte hasta la orilla oriental del río Ródano. Allí se enfrentaron, con similar numero de fuerzas, a la caballería ligera           númida, expulsando a los cartagineses después de luchar en una dura escaramuza.           Escipión marchó al norte desde su base, mientras que Aníbal marchó hacia el este de los Alpes.

Pero la rapidez de los movimientos del cartaginés fue superior a la que el cónsul había anticipado. Había cruzado el Ródano, mientras que los romanos estaban aún en la desembocadura del río. Escipión, que marchaba por la orilla izquierda, se encontró con el desierto campamento púnico,  dándose cuenta de que Aníbal se encontraba a 3 días de marcha en el interior de la Galia.

Continua en La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta en Iberia

 

Las campañas de Aníbal en iberia (-221 a -218)

Consolidando su nuevo estatus

Tras la muerte de Asdrúbal en el 221 AC, Aníbal fue elegido por el ejército de Cartago. Este se encontraba en plena invasión de la Península Ibérica y necesitaba de un nuevo comandante en jefe. Posteriormente, sería confirmado en el puesto por el gobierno cartaginés. En esta época, el bárcida contaba con 25 años. Tito Livio da una pequeña descripción del joven general:

A partir de su llegada a hispania, Aníbal atrajo todas las miradas. «Es Amílcar en su juventud, que nos ha sido devuelto», se escribían los viejos soldados. «La misma energía en la cara, el mismo fuego en la mirada: aquí está su aspecto, aquí sus gestos».

Aníbal era despreciado en su patria, en especial por Hannón el grande. Todos los adversarios políticos de su padre Almícar, que habían temido su fuerza y la de Asdrúbal, cuando llegaron noticias de su tragica muerte, despreciaron a Aníbal por su juventud y persiguíeron a los amigos y soldados de aquéllos bajo acusaciones ya antes formuladas contra los Barcas. El pueblo de Cartago, al mismo tiempo, se puso de parte de los denunciantes, lleno de resentimiento contra los difamadores. Les ordenaron llevar al tesoro público los regalos que en gran cantidad habían sido enviados por Almícar y Asdrúbal, al considerarlos despojos tomados al enemigo. Éstos enviaron emisarios a Aníbal en demanda de socorro y le hicieron saber que también él recibiría el desprecio más absoluto por parte de los enemigos de su padre si se desentendía de quienes podían colaborar con él en su patria.

Pero Aníbal no sólo había previsto estas cosas, sino que también era consciente de que los pleitos incoados contra aquéllos eran principio de un complot contra su propia persona. Decidió que no iba a soportar esta enemistad como una amenaza para siempre, al igual que su padre y su cuñado, y que tampoco iba a estar entregado de modo indefinido a la veleidad de los cartagineses, fácilmente dispuestos a mostrarse desagradecidos hacia sus benefactores.

Iberia 300 AC

En esa época, el dominio cartaginés en Iberia había alcanzado la cuenca del Tajo por el norte y la desembocadura del Guadiana y el Alentejo por el oeste. Así fue que, sobre la base de las directrices y consejos que su padre Amílcar le había dado en vida, comenzó a atacar y someter a todas las poblaciones al sur del río Ebro.

En su primera acción de guerra, se dirigió a la Meseta Central y atacó a los Olcades,  un pueblo situado entre las fuentes del Guadiana y el Tajo. A pesar de su juventud, Aníbal ya contaba con una aquilatada experiencia como lugarteniente de las tropas de su padre y su cuñado Asdrúbal.

Llegó a Altea, la capital Olcade también conocida como Cartala, acampando el ejercito junto a ella. Una vez descansadas sus huestes, la atacó de manera enérgica y formidable tomándola en poco tiempo. Sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se sometieron a su dominio imponiéndoles un tributo. Tras hacerse con un inmenso botín  se presentó en Cartagena para pasar allí el invierno. Trató con libertad a los súbditos, anticipó parte de su soldada a sus compañeros de armas y les prometió aumentarlas, con lo que infundió grandes esperanzas en sus tropas y al propio tiempo se hizo muy popular.

El general púnico se dirigió a Cástulo, capital del territorio oretano bajo control cartaginés desde años atrás. Su intención era casarse con una joven princesa castulonense llamada Himilce, medida política idéntica a la practicada por su cuñado Asdrúbal con anterioridad, asegurándose la lealtad de este pueblo. Durante su estancia en esos territorios, el púnico tuvo noticia en voz de aquellos aliados de las posibilidades que los territorios de vetones y vacceos ofrecían a la política bárquida.

Himilce

Fuente dedicada a Himilce en Baeza.

Preparación de la campaña vetona-vaccea

Durante el invierno del 220 AC, Aníbal se dedicó a hacer los preparativos para lo que sería su mayor ambición, someter al pueblo de Roma. Para llevar a cabo esta gran empresa necesitaba abastecerse del grano que poseían los vacceos, conocidos por su gran habilidad agricultora. El aprovisionamiento de trigo, además de otras posibles mercancías, se materializaría asegurando el envío de las cosechas desde la cuenca media del Duero hasta la desembocadura del Ebro donde Aníbal dispondría de la carga, de tal forma que en pocos años se habría acumulado suficiente cantidad de cereal como para que el cartaginés acometiera el paso de los Pirineos y los Alpes.

Además, pondría orden en la periferia de los dominios cartagineses, que era una franja afectada por las frecuentes insurrecciones de los pueblos meseteños. Estos, se adentraban hacia el sur en busca de sal, un producto deficitario en su tierra de
origen. Asegurado el monopolio de las salinas meridionales, los indígenas seguirían comprando sal a cambio de sus productos agropecuarios. El general cartaginés también buscaba la obtención de botín, mercenarios (especialmente de caballería) y prisioneros de guerra para ser empleados como mano de obra en las minas de Cartagena y del alto Guadalquivir.

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Los púnicos, con un ejercito de 20.000 soldados a pie, 6.000 jinetes y 40 elefantes, salio de Cartagena a principios de la primavera hacia Cástulo. Junto a el, le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico, con un núcleo formado por unas falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas para posibilitar una razonable maniobrabilidad y muy potentes en el ataque frontal. Estas falanges eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas
unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado, recurriéndose igualmente al uso de armas «exóticas» como los elefantes de guerra. Eran dirigidos por un cuadro de mando formado
por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen:

  • Súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios.
  • Pueblos aliados como los oretanos o los númidas.
  • Mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

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Una vez en Cástulo, el comandante púnico continuo hacia el oeste en curso con el Guadalquivir hasta alcanzar el río Jándula, remontó su valle, y por este enfiladero cruzó la sierra con paso directo a la zona de Puertollano y al Campo de Calatrava, situándose a los pies del Guadiana que conducía a través del occidente de la provincia ciudadrealeña a la Beturia extremeña.

Como bien había sido informado, en esa época del año los ganaderos de la zona empezaban a subir a los pastos de verano de las serranías castellanas. El cartaginés les obligó a orientarle sobre los pasos que conducían al norte. Los pecuarios eran expertos conocedores de la geografía del interior meseteño, maestros de larga tradición en el cruce de vados y puertos, y por ello los mejores guías para el propósito de las huestes anibálicas de penetrar hasta el corazón vacceo.

Bien aconsejado, Aníbal volteo su rumbo hacia el norte por el viejo camino septentrional que llegaba a la meseta castellana. Siguiendo la Vía de la Plata, atravesó de sur a norte la Vetonia hasta, cruzado el Tajo y enfilado el macizo de Gredos por el corredor del Alagón, arribar al Tormés y seguir sus aguas hasta Salamanca.

Asedio de Salamanca

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Toros de Guisando, El Tiemblo (Ávila).

Aníbal decide asediar la ciudad, una de las más grandes de Iberia. Sus habitantes, en un principio temerosos, prometieron hacer cuanto se les ordenara, acordando un pago de trescientos talentos de plata y la entrega de trescientos rehenes. Con la certeza de haber conseguido un buen trato, los cartagineses levantaron el cerco y esperaron a recibir lo pactado. Pero los salmantinos, cambiando de parecer, no hicieron nada de lo que habían prometido. Ante la pasividad de sus adversarios, Aníbal ordeno a sus soldados entrar en la ciudad con la idea de saquear sus riquezas. Ante la inminencia del asalto, los salmanticenses se avinieron a abandonar la plaza sin mayor carga que sus ropas, desatendiendo armas, riquezas y esclavos, trato que Aníbal acepto.

Poco a poco, los salamanquéses fueron abandonando la ciudad, dejándola libre y sin defensas. Cuando quedo totalmente desalojada, Aníbal ubico a sus habitantes en el arrabal, dejando una guardia para controlarlos. Tras esto, dejo que sus hombres se apoderasen de la plaza. Estos se lanzaron en desorden para apoderarse del gran botín. Los guardias de los charros, ante tal suculento festín, comenzaron a enojarse
por no poder participar en el reparto del saqueo hasta el punto de que la mayoría desobedeció las ordenes que tenían de vigilar a los vetones, lanzándose en masa a participar del botín.

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Espada y vaina tipo Alcácer do Sal halladas en la necrópolis de la Osera, Chamartín, siglos IV-III a. C.; Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Llegado a ese punto, las mujeres ibéricas animaron a voces a los hombres y les dieron las espadas que habían ocultado entre sus ropas ya que las féminas sabían que no serian registradas en el momento de abandonar la plaza. Incluso alguna de ellas se decidió a atacar a los pocos guardias que aún les vigilaban. Una mujer, le quitó la espada a Banón el intérprete, lo hirió salvando este la vida gracias a que llevaba puesta su coraza. Los salamanquinos, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, lograron evadirse de los cartagineses. En cuanto Aníbal descubrió la rebelión, de inmediato se dispuso a perseguirlos. A los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, escabulléndose por los montes, consiguieron escapar.

Consolidando las conquistas

Una vez calmada la vorágine de la contienda, los supervivientes vetones mandaron una embajada de súplica a Aníbal, aceptando todas las condiciones que este dictaminara. En primera instancia, les obligo a el suministro de víveres cerealísticos y animales, tanto en aquel momento como en próximas temporadas, además de la entrega de hombres para el ejército y de riquezas en metal noble.

El carácter levantisco de aquellas gentes era un trance que el propio cartaginés no podía ignorar. Por ello, recurrió a ejercicios diplomáticos con los indígenas para garantizar sus objetivos tras su marcha, por ejemplo pactar matrimonios mixtos entre nobles damas de las principales comunidades indígenas y delegados púnicos para que pudieran permanecer en tierras meseteñas durante un tiempo como representantes de Aníbal. Estos se encargarían, principalmente, del transporte de lo pactado a los territorios púnicos.

También, se les concedió:

  • La promesa de protección por parte de Aníbal a la hora de algún conflicto de envergadura.
  • El compromiso de garantizar la llegada a tierras vetonas de productos meridionales bajo el monopolio púnico desde hacía tiempo, bienes escasos en esas latitudes meseteñas y por ello muy valorados como la sal, el vino y aceite de Turdetania.
  • El abastecimiento de metales (hierro, plata, cobre…) a ámbitos tan necesitados como el solar vacceo, traídos de focos púnicos como la Beturia, Oretania o la misma región de Cartagena.

Para garantizar que los meseteños cumplieran los compromisos, Aníbal desplegó
igualmente medidas coercitivas, capturando familiares de los jerarcas indígenas tomados durante un periodo de tiempo como rehenes de los púnicos.

Tras subyugar a los vetones, Aníbal se dirigió a por los Vacceos, que serian la última pieza a obtener de su campaña. sometió a asedio la ciudad de Arbucala en Zamora que debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura, tuvo que tomar por la fuerza, sometiendo al pueblo Vacceo a las mismas condiciones que tiempo antes había impuesto a los vetones.

Con la campaña vetona-vaccea de los cartagineses dada por finalizada y habiendo cumplido todos sus objetivos. Aníbal se sentía totalmente confiado de haber podido dar el primer paso para la recuperación del poder púnico en el mar Mediterráneo.

Batalla del Tajo

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Llegado el Otoño, Aníbal decidió regresar a cartagena. Abandonaron el territorio vacceo para entrar en la Carpetania, atravesando el Sistema Central por el actual paso del puerto de La Fuenfría y siguiendo un camino tradicionalmente usado por las tribus indígenas que comunicaba la actual Segovia con Libisosa (Lezuza) a través de Titulcia. Una vez en el valle del Tajo, se dirigieron a uno de los vados del río que les
permitiese atravesarlo. Pero su regreso a Qart Hadasht no sería tan fácil como esperaba…

Tras cruzar el río, Aníbal fue informado por sus exploradores de que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. Les acompañaban todos los olcades que habían logrado huir de la primera campaña de Aníbal en Iberia. Estos habían alertado a los carpetanos de la belicidad de los
punicos creando un ejercito para poner fin a sus metas, también se les unieron algunos salmantinos que se habían negado a aceptar el yugo de los cartagineses. El general púnico, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento con habilidad y prudencia retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababan de atravesar, ordenando la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

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Tanto carpetanos, como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica, estando formado por grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de
dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual, ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos, pero carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses o resistir la adversidad.

Este ejército carecería de un mando único y estaba formado por 40.000 hombres, una escasa parte de ellos a caballo.

Con la coalición ibérica asentada frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río pasando a la orilla norte y consiguiendo que sus movimientos no fueran advertidos por sus enemigos.

Los cartagineses habían construido su campamento defensivo y protecciones de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocando un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica, Aníbal evitaba que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos.

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Entre carpesios y tropas auxiliares de olcades y vetones sumaban un ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por
naturaleza, confiando además en el número y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río por medio, lanzando el grito de guerra se precipitaron al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le cogiera más cerca.

Aníbal había dado orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua. En cuanto la coalición ibérica se adentro suficientemente en el río, un enorme contingente de jinetes púnicos se lanzó al ataque, produciéndose un choque absolutamente desigual puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido incluso por un jinete desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de caballo,con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos.

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Dibujo de un elefante cartaginés

Muchos perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, descubrieron que los cuarenta elefantes del ejercito cartaginés les esperaban en la orilla para dar buena cuenta de ellos, siendo aplastados hasta la muerte.

Los ibéricos que consiguieron regresar a su parte de la orilla, después de andar de acá para allá, se empezaron a intentar organizar. Pero Aníbal, que se dio cuenta de la situación, movilizo a todo su ejercito metiéndose en el río en formación de cuadro obligando a huir a los hispanos de la orilla.

Se estima que murieron unos 1.200 hombres de caballería y 1.000 de infantería por parte cartaginesa y unos 8.000 de infantería por parte de la coalición ibérica

Después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio al otro lado del Ebro, exceptuando a los saguntinos. Aníbal regresó con su ejercito a cartagena para pasar el invierno.

Los tratados de la discordia

Mientras tanto, Roma temía la creciente presencia de los cartagineses en Hispania. Se decidió a concluir una alianza con la ciudad de Sagunto en unos términos parecidos a los que los latinos contaban en las colonias griegas. La antigua ciudad ibera de Arse se situaba a una distancia considerable del Ebro por la parte sur. Esta estaba situada en el territorio que los romanos habían reconocido como parte de la zona de influencia cartaginesa y declaró a la ciudad como un protectorado. La plaza era una posición perfecta desde la que podía lanzarse un ataque preventivo si Aníbal no desistía de sus ambiciones.

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Haciendo efecto de los tratados, los Saguntinos, sintiendo la inminente guerra, lograron persuadir a Roma para que ejerciese su control sobre la Península Ibérica.

Se envió una delegación romana (dirigida por Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tamfilo) a Qart Hadasht, donde fue recibida por Aníbal. Los romanos argumentaban que según el tratado firmado en el año 241 antes de Cristo, los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma. Ademas le recordaron que no debía cruzar el río Ebro, de acuerdo con los recientes acuerdos firmados con Asdrúbal en el 226 antes de Cristo. Por su parte, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Forzando la situación aún más, Aníbal exigió la devolución de Cerdeña y los impuestos que se habían impuesto a los cartagineses injustamente, y que les declararía la guerra a Roma si no estaban de acuerdo. Ante tales palabras, los embajadores romanos se convencieron de que Aníbal estaba tratando a toda costa de que hubiese guerra. Los latinos decidieron ir a Cartago, con la intención de hacer la misma petición formal al Senado cartaginés. No obtuvieron ninguna respuesta favorable a sus demandas,  pero regresaron a Roma confiados de que solo habría lucha en la Península Ibérica.

Hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Los romanos ni siquiera reaccionaron cuando en el 219 antes de Cristo llegaron noticias de que Aníbal había puesto bajo asedio la plaza de Sagunto.

Asedio de Sagunto

Aníbal necesitaba una excusa para atacar Sagunto y poder justificarlo ante el senado cartaginés. Oportunidad que llegó cuando dio su apoyo incondicional a los turbolitanos, aliados de Cartago, en su conflicto contra los saguntinos. Los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, se quejaban ante los púnicos de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes.

Aníbal envió embajadores turboletas a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, exponía que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en esta mision con los romanos. Fue tanta su insistencia, enviando muchos mensajes en tal sentido y enviando parte del botín logrado en tierras iberas a la metrópoli, que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno.

Tan pronto tuvo ocasión, Aníbal hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Ya en la reunión, el general cartaginés les exhorto a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al escuchar esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, avanzó con todo su ejército desvastando el territorio saguntino y apostando sus máquinas contra la ciudad.

Cartago, representado por el general cartaginés, había roto el tratado establecido tras la Primera Guerra Púnica. Actuó de igual manera a lo que hizo la República romana cuando se anexionó Cerdeña, pues también se le prohibía explícitamente hacerlo ya que Sagunto era una ciudad aliada con Roma. En el plan de Aníbal, la conquista de Sagunto era fundamental. La ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era buena idea dejar esa ciudad en manos de enemigos. También esperaba que con el saqueo mantendría contento a su ejército (en su mayoría mercenarios del norte de África, Iberia y la Galia). Las riquezas de la ciudad también servirían para ser mostradas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

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Aníbal cercó la ciudad y decidió atacar por tres frentes distintos al mismo tiempo. Para ello usó sus temibles maquinas de guerra, las vineas, para que derribasen la muralla con sus arietes. Pero los saguntinos respondieron ferozmente desde las torres defensivas, haciendo retroceder el avance cartaginés y destruyendo algunos arietes.

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Castillo de Sagunto

Aníbal, que pensaba obtener una victoria fácil y contundente, decide retirarse y atacar al día siguiente. Pero esa misma noche los saguntinos realizaron una incursión en el campamento cartaginés produciendo numerosas bajas. Los púnicos se centraron entonces en derribar primero las torres defensivas. Los cartagineses atacaron con sus maquinas de guerra varios puntos de la ciudad a la vez, logrando derribar tres torres y abriendo una brecha en la muralla, los saguntinos taparon rápidamente la brecha creando un muro de lanzas y escudos. Tal fue su coraje, que no solo consiguieron impedir la entrada a la ciudad sino que les hicieron retroceder hasta su propio campamento. Los saguntinos rápidamente lograron reconstruir la muralla.

Aníbal decidió rodear la ciudad de un muro con un foso y estableció a su alrededor, a intervalos numerosos, puestos de vigilancia. Los cuales inspeccionaba personalmente con frecuencia.

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Lanza Falárica

No se sabe el nombre del comandante saguntino, pero desde luego era un genio militar y Aníbal seria quien lo iba a pagar. Los defensores desarrollaron la llamada falárica que consistía en lanzar un madero de tres pies de largo coronado con puntas de hierro, con su astil forrado de estopa e impregnado de pez y azufre negro, al que
se le prendía fuego lanzándose sobre el enemigo. Esta arma era completamente nueva y los cartagineses huían aterrados, tanto es así, que se suspendieron los ataques durante varios días, tiempo que aprovechan los saguntinos para reforzar y aumentar las murallas.

Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por heraldos, enviaron una embajada a Roma. El senado envió con ellos a sus propios embajadores que, en primer lugar, debían recordarle a Aníbal los acuerdos existentes y caso de no convencerle, navegar hasta Cartago para presentar quejas contra él. A estos embajadores, cuando habían efectuado su travesía hasta Iberia y se dirigían desde el mar hacia el campamento, fueron advertidos de que no se acercaran.

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Ante tal ofensa, los romanos se hicieron de nuevo a la mar, rumbo a Cartago, en compañía de los embajadores saguntinos y volvieron a aludir los tratados a los cartagineses. Éstos culparon a los saguntinos de causar numerosas ofensas a sus súbditos. Los embajadores de Sagunto les invitaron, por su parte, a llevar el juicio ante los romanos. Pero ellos dijeron que no necesitaban de arbitraje alguno, pues podían vengar estas ofensas por sí solos.

Cuando se comunicó esta respuesta a Roma, algunos exhortaban a socorrer de inmediato a los saguntinos, otros se mostraban aún indecisos diciendo que éstos no se hallaban inscritos en sus tratados en calidad de aliados, sino como autónomos y libres, y que los que estaban sitiados eran libres todavía. Y prevaleció esta opinión.

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Mientras tanto, el sitio de Sagunto estaba hiriendo el orgullo de Aníbal, que decidió cambiar la estrategia y reanudar el hostigamiento. Para ello construyó una serie de torres de madera gigantes, que portaban maquinas de guerra en su interior y que protegían a los soldados de las armas arrojadizas saguntinas (fueron las torres de asedio mas grandes construidas hasta la época).

Consiguieron destruir las murallas saguntinas, pero estos habían preparado una pequeña sorpresa a los cartagineses, y es que se les había ocurrido construir pequeñas murallas adosadas a las casas, creando pequeños recintos fortificados en cada una de las calles, los cuales no precisaban de muchos hombres para ser defendidos y que inutilizaban los arietes cartagineses.

Los púnicos decidieron colocar catapultas y ballestas en las zonas más altas de la muralla y de las torres que no dejaban de abrir fuego contra los saguntinos. A pesar de todo, los defensores de Arse consiguieron parar el avance cartaginés, aunque a costa de un gran sacrificio humano.

hogueras de san juan

La situación de los sitiados era desesperada, gran parte de la ciudad se encontraba asolada, sin víveres, (lo que les obligaba a comer corteza de árbol y cuero de los
escudos reblandecidos) y sin esperanzas ya de ninguna ayuda romana pidieron una rendición honrosa que no fue aceptada por Aníbal. Este impuso sus condiciones que fueron totalmente ignominiosas para los saguntinos. Decidieron reunir el oro y la plata, tanto público como privado, en la plaza pública por medio de una proclama y lo mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal.

Prefiriendo morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche todavía, contra los puestos de guardia de los africanos que aún dormían y no sospechaban tal ataque. Por lo cual, los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a duras penas en medio de la confusión y algunos, incluso, cuando ya estaban luchando. El combate duró mucho tiempo y muchos de los cartagineses murieron, pero a cambió del sacrificio de todos los asaltantes. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Éste fue el final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa. Aníbal, tan pronto como se percató de lo sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos saguntinos que quedaban y eran adultos después de torturarlos. Así terminó el asedio ininterrumpido de ocho meses sobre la ciudad de Sagunto.

Aníbal disponía ahora de una base desde la que podía suministrar a sus fuerzas alimentos y más tropas. Este fue uno de los primeros errores que los romanos cometieron en la Segunda Guerra Púnica: si hubieran ido en socorro de Sagunto contra Aníbal, en lugar de combatir la revuelta iliria, podrían haber reforzado la ciudad y detenido a Aníbal antes de que cruzara los Pirineos.

Después del sitio, el bárquida trató de obtener el apoyo del Senado cartaginés. El consejo (controlado por un sector relativamente favorable a los romanos encabezados por Hannón el Grande) no solía estar de acuerdo con Aníbal y
sus métodos de hacer la guerra, y nunca le dio apoyo completo e incondicional. No obstante, en este episodio, Aníbal fue capaz de obtener un limitado apoyo que le permitió trasladarse a Qart Hadasht, donde se reunió con sus hombres y les informó de sus ambiciosas intenciones. Brevemente, Aníbal emprendió una peregrinación religiosa.

Los romanos enviaron embajadores a Cartago con la orden de que reclamaran a los cartagineses la entrega de Aníbal como responsable de la violación de los tratados, a no ser que todos asumieran la responsabilidad, y de que si no se lo entregaban, declarasen de inmediato y públicamente la guerra.

El embajador, mostrando el pliegue de su toga, con una sonrisa les dijo:

«Aquí os traigo, cartagineses, la paz y la guerra; tomad aquella que elijáis».

Ellos replicaron:

«Danos mejor, la que tú quieras».

¨Sea así, os declaro la guerra»

Replicó el romano. Todo el senado prorrumpió en un grito unánime:

«La aceptamos».

Al punto, le comunicaron a Aníbal que ya podía hacer incursiones por toda Iberia sin temor, pues los pactos estaban rotos. Y él, en consecuencia, marchando contra todos los pueblos cercanos, los puso en sumisión, ya con persuasión, ya por temor o por la fuerza, y reunió un gran ejército sin revelar su finalidad, pero con la secreta intención de invadir Roma. Envió emisarios entre los galos e hizo examinar los pasos de los Alpes. Sus siguientes pasos lo hicieron entrar definitivamente en la leyenda.

Pero esa… es otra historia…

 

Las campañas de Aníbal en Iberia VIII – Asedio de Sagunto II

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia VII – Asedio de Sagunto I

Los saguntinos, al verse abrumados por este ataque inesperado y no anunciado por heraldos, enviaron una embajada a Roma. El senado envió con ellos a sus propios embajadores que, en primer lugar, debían recordarle a Aníbal los acuerdos existentes y caso de no convencerle, navegar hasta Cartago para presentar quejas contra él. A estos embajadores, cuando habían efectuado su travesía hasta Iberia y se dirigían desde el mar hacia el campamento, fueron advertidos de que no se acercaran.

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Ante tal ofensa, los romanos se hicieron de nuevo a la mar, rumbo a Cartago, en compañía de los embajadores saguntinos y volvieron a aludir los tratados a los cartagineses. Éstos culparon a los saguntinos de causar numerosas ofensas a sus súbditos. Los embajadores de Sagunto les invitaron, por su parte, a llevar el juicio ante los romanos. Pero ellos dijeron que no necesitaban de arbitraje alguno, pues podían vengar estas ofensas por sí solos.

Cuando se comunicó esta respuesta a Roma, algunos exhortaban a socorrer de inmediato a los saguntinos, otros se mostraban aún indecisos diciendo que éstos no se hallaban inscritos en sus tratados en calidad de aliados, sino como autónomos y libres, y que los que estaban sitiados eran libres todavía. Y prevaleció esta opinión.

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Mientras tanto, el sitio de Sagunto estaba hiriendo el orgullo de Aníbal, que decidió cambiar la estrategia y reanudar el hostigamiento. Para ello construyó una serie de torres de madera gigantes, que portaban maquinas de guerra en su interior y que protegían a los soldados de las armas arrojadizas saguntinas (fueron las torres de asedio mas grandes construidas hasta la época).

Consiguieron destruir las murallas saguntinas, pero estos habían preparado una pequeña sorpresa a los cartagineses, y es que se les había ocurrido construir pequeñas murallas adosadas a las casas, creando pequeños recintos fortificados en cada una de las calles, los cuales no precisaban de muchos hombres para ser defendidos y que inutilizaban los arietes cartagineses.

Los púnicos decidieron colocar catapultas y ballestas en las zonas más altas de la muralla y de las torres que no dejaban de abrir fuego contra los saguntinos. A pesar de todo, los defensores de Arse consiguieron parar el avance cartaginés, aunque a costa de un gran sacrificio humano.

hogueras de san juan

La situación de los sitiados era desesperada, gran parte de la ciudad se encontraba asolada, sin víveres, (lo que les obligaba a comer corteza de árbol y cuero de los
escudos reblandecidos) y sin esperanzas ya de ninguna ayuda romana pidieron una rendición honrosa que no fue aceptada por Aníbal. Este impuso sus condiciones que fueron totalmente ignominiosas para los saguntinos. Decidieron reunir el oro y la plata, tanto público como privado, en la plaza pública por medio de una proclama y lo mezclaron con plomo y bronce fundido para que resultara inútil a Aníbal.

Prefiriendo morir en combate antes que por hambre, se lanzaron a la carrera, de noche todavía, contra los puestos de guardia de los africanos que aún dormían y no sospechaban tal ataque. Por lo cual, los mataron cuando se levantaban del lecho y se estaban armando a duras penas en medio de la confusión y algunos, incluso, cuando ya estaban luchando. El combate duró mucho tiempo y muchos de los cartagineses murieron, pero a cambió del sacrificio de todos los asaltantes. Las mujeres, al ver desde las murallas el fin de sus hombres, se arrojaron unas desde los tejados, otras se ahorcaron y otras, incluso, degollaron a sus propios hijos. Éste fue el final de Sagunto, una ciudad que había sido grande y poderosa. Aníbal, tan pronto como se percató de lo sucedido con el oro, movido por la ira, dio muerte a aquellos saguntinos que quedaban y eran adultos después de torturarlos. Así terminó el asedio ininterrumpido de ocho meses sobre la ciudad de Sagunto.

Aníbal disponía ahora de una base desde la que podía suministrar a sus fuerzas alimentos y más tropas. Este fue uno de los primeros errores que los romanos cometieron en la Segunda Guerra Púnica: si hubieran ido en socorro de Sagunto contra Aníbal, en lugar de combatir la revuelta iliria, podrían haber reforzado la ciudad y detenido a Aníbal antes de que cruzara los Pirineos.

Después del sitio, el bárquida trató de obtener el apoyo del Senado cartaginés. El consejo (controlado por un sector relativamente favorable a los romanos encabezados por Hannón el Grande) no solía estar de acuerdo con Aníbal y
sus métodos de hacer la guerra, y nunca le dio apoyo completo e incondicional. No obstante, en este episodio, Aníbal fue capaz de obtener un limitado apoyo que le permitió trasladarse a Qart Hadasht, donde se reunió con sus hombres y les informó de sus ambiciosas intenciones. Brevemente, Aníbal emprendió una peregrinación religiosa.

Los romanos enviaron embajadores a Cartago con la orden de que reclamaran a los cartagineses la entrega de Aníbal como responsable de la violación de los tratados, a no ser que todos asumieran la responsabilidad, y de que si no se lo entregaban, declarasen de inmediato y públicamente la guerra.

El embajador, mostrando el pliegue de su toga, con una sonrisa les dijo:

«Aquí os traigo, cartagineses, la paz y la guerra; tomad aquella que elijáis».

Ellos replicaron:

«Danos mejor, la que tú quieras».

¨Sea así, os declaro la guerra»

Replicó el romano. Todo el senado prorrumpió en un grito unánime:

«La aceptamos».

Al punto, le comunicaron a Aníbal que ya podía hacer incursiones por toda Iberia sin temor, pues los pactos estaban rotos. Y él, en consecuencia, marchando contra todos los pueblos cercanos, los puso en sumisión, ya con persuasión, ya por temor o por la fuerza, y reunió un gran ejército sin revelar su finalidad, pero con la secreta intención de invadir Roma. Envió emisarios entre los galos e hizo examinar los pasos de los Alpes. Sus siguientes pasos lo hicieron entrar definitivamente en la leyenda.

Pero esa… es otra historia…

Las campañas de Aníbal en Iberia VII – Asedio de Sagunto I

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Aníbal necesitaba una excusa para atacar Sagunto y poder justificarlo ante el senado cartaginés. Oportunidad que llegó cuando dio su apoyo incondicional a los turbolitanos, aliados de Cartago, en su conflicto contra los saguntinos. Los turbuletes, que eran vecinos de los de Sagunto, se quejaban ante los púnicos de estos últimos sobre la base de que hacían incursiones contra su territorio y les causaban muchos ultrajes.

Aníbal envió embajadores turboletas a Cartago, en tanto que él, en misivas privadas, exponía que los romanos trataban de convencer a la parte de Iberia sometida a Cartago para que hiciera defección de ésta, y que los saguntinos cooperaban en esta mision con los romanos. Fue tanta su insistencia, enviando muchos mensajes en tal sentido y enviando parte del botín logrado en tierras iberas a la metrópoli, que el consejo le autorizó a actuar con relación a los saguntinos del modo que juzgara oportuno.

Tan pronto tuvo ocasión, Aníbal hizo que, de nuevo, los turbuletes se presentaran ante él para quejarse de los saguntinos y mandó venir embajadores de éstos. Ya en la reunión, el general cartaginés les exhorto a que cada uno expusiera en su presencia los motivos de sus diferencias, estos últimos manifestaron que remitirían el juicio a Roma. Al escuchar esto, los hizo salir del campamento y a la noche siguiente, avanzó con todo su ejército desvastando el territorio saguntino y apostando sus máquinas contra la ciudad.

Cartago, representado por el general cartaginés, había roto el tratado establecido tras la Primera Guerra Púnica. Actuó de igual manera a lo que hizo la República romana cuando se anexionó Cerdeña, pues también se le prohibía explícitamente hacerlo ya que Sagunto era una ciudad aliada con Roma. En el plan de Aníbal, la conquista de Sagunto era fundamental. La ciudad era una de las más fortificadas de la zona y no era buena idea dejar esa ciudad en manos de enemigos. También esperaba que con el saqueo mantendría contento a su ejército (en su mayoría mercenarios del norte de África, Iberia y la Galia). Las riquezas de la ciudad también servirían para ser mostradas ante los ojos de sus opositores políticos a su vuelta a Cartago.

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Aníbal cercó la ciudad y decidió atacar por tres frentes distintos al mismo tiempo. Para ello usó sus temibles maquinas de guerra, las vineas, para que derribasen la muralla con sus arietes. Pero los saguntinos respondieron ferozmente desde las torres defensivas, haciendo retroceder el avance cartaginés y destruyendo algunos arietes.

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Castillo de Sagunto

Aníbal, que pensaba obtener una victoria fácil y contundente, decide retirarse y atacar al día siguiente. Pero esa misma noche los saguntinos realizaron una incursión en el campamento cartaginés produciendo numerosas bajas. Los púnicos se centraron entonces en derribar primero las torres defensivas. Los cartagineses atacaron con sus maquinas de guerra varios puntos de la ciudad a la vez, logrando derribar tres torres y abriendo una brecha en la muralla, los saguntinos taparon rápidamente la brecha creando un muro de lanzas y escudos. Tal fue su coraje, que no solo consiguieron impedir la entrada a la ciudad sino que les hicieron retroceder hasta su propio campamento. Los saguntinos rápidamente lograron reconstruir la muralla.

Aníbal decidió rodear la ciudad de un muro con un foso y estableció a su alrededor, a intervalos numerosos, puestos de vigilancia. Los cuales inspeccionaba personalmente con frecuencia.

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Lanza Falárica

No se sabe el nombre del comandante saguntino, pero desde luego era un genio militar y Aníbal seria quien lo iba a pagar. Los defensores desarrollaron la llamada falárica que consistía en lanzar un madero de tres pies de largo coronado con puntas de hierro, con su astil forrado de estopa e impregnado de pez y azufre negro, al que
se le prendía fuego lanzándose sobre el enemigo. Esta arma era completamente nueva y los cartagineses huían aterrados, tanto es así, que se suspendieron los ataques durante varios días, tiempo que aprovechan los saguntinos para reforzar y aumentar las murallas.

Continua en Las campaña de Aníbal en Iberia VIII – Asedio de Sagunto II

Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

Mientras tanto, Roma temía la creciente presencia de los cartagineses en Hispania. Se decidió a concluir una alianza con la ciudad de Sagunto en unos términos parecidos a los que los latinos contaban en las colonias griegas. La antigua ciudad ibera de Arse se situaba a una distancia considerable del Ebro por la parte sur. Esta estaba situada en el territorio que los romanos habían reconocido como parte de la zona de influencia cartaginesa y declaró a la ciudad como un protectorado. La plaza era una posición perfecta desde la que podía lanzarse un ataque preventivo si Aníbal no desistía de sus ambiciones.

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Haciendo efecto de los tratados, los Saguntinos, sintiendo la inminente guerra, lograron persuadir a Roma para que ejerciese su control sobre la Península Ibérica.

Se envió una delegación romana (dirigida por Publio Valerio Flaco y Quinto Bebio Tamfilo) a Qart Hadasht, donde fue recibida por Aníbal. Los romanos argumentaban que según el tratado firmado en el año 241 antes de Cristo, los cartagineses no podían atacar a un aliado de Roma. Ademas le recordaron que no debía cruzar el río Ebro, de acuerdo con los recientes acuerdos firmados con Asdrúbal en el 226 antes de Cristo. Por su parte, los púnicos se amparaban en la cláusula del documento que reconocía la soberanía cartaginesa sobre los territorios hispanos situados al sur del Ebro.

Forzando la situación aún más, Aníbal exigió la devolución de Cerdeña y los impuestos que se habían impuesto a los cartagineses injustamente, y que les declararía la guerra a Roma si no estaban de acuerdo. Ante tales palabras, los embajadores romanos se convencieron de que Aníbal estaba tratando a toda costa de que hubiese guerra. Los latinos decidieron ir a Cartago, con la intención de hacer la misma petición formal al Senado cartaginés. No obtuvieron ninguna respuesta favorable a sus demandas,  pero regresaron a Roma confiados de que solo habría lucha en la Península Ibérica.

Hicieron tan poco caso de Aníbal que dirigieron su atención a los ilirios, que habían comenzado una revuelta. Los romanos ni siquiera reaccionaron cuando en el 219 antes de Cristo llegaron noticias de que Aníbal había puesto bajo asedio la plaza de Sagunto.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia VII – Asedio de Sagunto I

 

Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Tras cruzar el río, Aníbal fue informado por sus exploradores de que un gran ejército carpetano estaba situado en su camino esperando para hacerle frente. Les acompañaban todos los olcades que habían logrado huir de la primera campaña de Aníbal en Iberia. Estos habían alertado a los carpetanos de la belicidad de los
punicos creando un ejercito para poner fin a sus metas, también se les unieron algunos salmantinos que se habían negado a aceptar el yugo de los cartagineses. El general púnico, sobrepasado ampliamente en número y con su movilidad reducida debido al botín que acarreaba, evitó el enfrentamiento con habilidad y prudencia retrocediendo hasta la orilla sur del río que acababan de atravesar, ordenando la construcción de un campamento defensivo que les ofreciera una protección temporal ante los enemigos.

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Tanto carpetanos, como vacceos y olcades eran tribus de filiación céltica, estando formado por grupos de guerreros unidos cada uno a su propio jefe por lazos de
dependencia, clientela o gentilidad. Estos grupos se componían de infantería con un entrenamiento y armamento desigual, ya que gran parte de sus miembros no eran guerreros profesionales. Su manera de combatir se basaba en formaciones densas que utilizaban la táctica de ataques iniciales masivos y muy violentos, pero carecían de la disciplina necesaria para sobreponerse a los reveses o resistir la adversidad.

Este ejército carecería de un mando único y estaba formado por 40.000 hombres, una escasa parte de ellos a caballo.

Con la coalición ibérica asentada frente al campamento a la espera de la batalla, el ejército cartaginés aprovechó la noche para cruzar el río pasando a la orilla norte y consiguiendo que sus movimientos no fueran advertidos por sus enemigos.

Los cartagineses habían construido su campamento defensivo y protecciones de tal manera que los carpetanos tuviesen que pasar por un sitio determinado para poder atravesar el río, provocando un efecto parecido al de la batalla de las Termópilas, obligando a un gran ejército a reducir el ancho de sus filas para poder avanzar y de esta manera anular en gran medida la desventaja de la diferencia numérica. Con esta táctica, Aníbal evitaba que los carpetanos pudiesen rebasar sus flancos aprovechando su abrumadora superioridad de efectivos.

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Entre carpesios y tropas auxiliares de olcades y vetones sumaban un ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por
naturaleza, confiando además en el número y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río por medio, lanzando el grito de guerra se precipitaron al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le cogiera más cerca.

Aníbal había dado orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua. En cuanto la coalición ibérica se adentro suficientemente en el río, un enorme contingente de jinetes púnicos se lanzó al ataque, produciéndose un choque absolutamente desigual puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado, podía ser abatido incluso por un jinete desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de caballo,con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos.

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Dibujo de un elefante cartaginés

Muchos perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente llena de rápidos, descubrieron que los cuarenta elefantes del ejercito cartaginés les esperaban en la orilla para dar buena cuenta de ellos, siendo aplastados hasta la muerte.

Los ibéricos que consiguieron regresar a su parte de la orilla, después de andar de acá para allá, se empezaron a intentar organizar. Pero Aníbal, que se dio cuenta de la situación, movilizo a todo su ejercito metiéndose en el río en formación de cuadro obligando a huir a los hispanos de la orilla.

Se estima que murieron unos 1.200 hombres de caballería y 1.000 de infantería por parte cartaginesa y unos 8.000 de infantería por parte de la coalición ibérica

Después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el territorio al otro lado del Ebro, exceptuando a los saguntinos. Aníbal regresó con su ejercito a cartagena para pasar el invierno.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia VI – Los tratados de la discordia

Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Continuación de Las campaña de Aníbal en Iberia III – Asedio de Salamanca

Una vez calmada la vorágine de la contienda, los supervivientes vetones mandaron una embajada de súplica a Aníbal, aceptando todas las condiciones que este dictaminara. En primera instancia, les obligo a el suministro de víveres cerealísticos y animales, tanto en aquel momento como en próximas temporadas, además de la entrega de hombres para el ejército y de riquezas en metal noble.

El carácter levantisco de aquellas gentes era un trance que el propio cartaginés no podía ignorar. Por ello, recurrió a ejercicios diplomáticos con los indígenas para garantizar sus objetivos tras su marcha, por ejemplo pactar matrimonios mixtos entre nobles damas de las principales comunidades indígenas y delegados púnicos para que pudieran permanecer en tierras meseteñas durante un tiempo como representantes de Aníbal. Estos se encargarían, principalmente, del transporte de lo pactado a los territorios púnicos.

También, se les concedió:

  • La promesa de protección por parte de Aníbal a la hora de algún conflicto de envergadura.
  • El compromiso de garantizar la llegada a tierras vetonas de productos meridionales bajo el monopolio púnico desde hacía tiempo, bienes escasos en esas latitudes meseteñas y por ello muy valorados como la sal, el vino y aceite de Turdetania.
  • El abastecimiento de metales (hierro, plata, cobre…) a ámbitos tan necesitados como el solar vacceo, traídos de focos púnicos como la Beturia, Oretania o la misma región de Cartagena.

Para garantizar que los meseteños cumplieran los compromisos, Aníbal desplegó
igualmente medidas coercitivas, capturando familiares de los jerarcas indígenas tomados durante un periodo de tiempo como rehenes de los púnicos.

Tras subyugar a los vetones, Aníbal se dirigió a por los Vacceos, que serian la última pieza a obtener de su campaña. sometió a asedio la ciudad de Arbucala en Zamora que debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura, tuvo que tomar por la fuerza, sometiendo al pueblo Vacceo a las mismas condiciones que tiempo antes había impuesto a los vetones.

Con la campaña vetona-vaccea de los cartagineses dada por finalizada y habiendo cumplido todos sus objetivos. Aníbal se sentía totalmente confiado de haber podido dar el primer paso para la recuperación del poder púnico en el mar Mediterráneo.

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Llegado el Otoño, Aníbal decidió regresar a cartagena. Abandonaron el territorio vacceo para entrar en la Carpetania, atravesando el Sistema Central por el actual paso del puerto de La Fuenfría y siguiendo un camino tradicionalmente usado por las tribus indígenas que comunicaba la actual Segovia con Libisosa (Lezuza) a través de Titulcia. Una vez en el valle del Tajo, se dirigieron a uno de los vados del río que les
permitiese atravesarlo. Pero su regreso a Qart Hadasht no sería tan fácil como esperaba…

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia V – Batalla del Tajo

 

Las campañas de Aníbal en Iberia III – Asedio de Salamanca

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia II

Como bien había sido informado, en esa época del año los ganaderos de la zona empezaban a subir a los pastos de verano de las serranías castellanas. El cartaginés les obligó a orientarle sobre los pasos que conducían al norte. Los pecuarios eran expertos conocedores de la geografía del interior meseteño, maestros de larga tradición en el cruce de vados y puertos, y por ello los mejores guías para el propósito de las huestes anibálicas de penetrar hasta el corazón vacceo.

Bien aconsejado, Aníbal volteo su rumbo hacia el norte por el viejo camino septentrional que llegaba a la meseta castellana. Siguiendo la Vía de la Plata, atravesó de sur a norte la Vetonia hasta, cruzado el Tajo y enfilado el macizo de Gredos por el corredor del Alagón, arribar al Tormés y seguir sus aguas hasta Salamanca.

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Toros de Guisando, El Tiemblo (Ávila).

Aníbal decide asediar la ciudad, una de las más grandes de Iberia. Sus habitantes, en un principio temerosos, prometieron hacer cuanto se les ordenara, acordando un pago de trescientos talentos de plata y la entrega de trescientos rehenes. Con la certeza de haber conseguido un buen trato, los cartagineses levantaron el cerco y esperaron a recibir lo pactado. Pero los salmantinos, cambiando de parecer, no hicieron nada de lo que habían prometido. Ante la pasividad de sus adversarios, Aníbal ordeno a sus soldados entrar en la ciudad con la idea de saquear sus riquezas. Ante la inminencia del asalto, los salmanticenses se avinieron a abandonar la plaza sin mayor carga que sus ropas, desatendiendo armas, riquezas y esclavos, trato que Aníbal acepto.

Poco a poco, los salamanquéses fueron abandonando la ciudad, dejándola libre y sin defensas. Cuando quedo totalmente desalojada, Aníbal ubico a sus habitantes en el arrabal, dejando una guardia para controlarlos. Tras esto, dejo que sus hombres se apoderasen de la plaza. Estos se lanzaron en desorden para apoderarse del gran botín. Los guardias de los charros, ante tal suculento festín, comenzaron a enojarse
por no poder participar en el reparto del saqueo hasta el punto de que la mayoría desobedeció las ordenes que tenían de vigilar a los vetones, lanzándose en masa a participar del botín.

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Espada y vaina tipo Alcácer do Sal halladas en la necrópolis de la Osera, Chamartín, siglos IV-III a. C.; Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Llegado a ese punto, las mujeres ibéricas animaron a voces a los hombres y les dieron las espadas que habían ocultado entre sus ropas ya que las féminas sabían que no serian registradas en el momento de abandonar la plaza. Incluso alguna de ellas se decidió a atacar a los pocos guardias que aún les vigilaban. Una mujer, le quitó la espada a Banón el intérprete, lo hirió salvando este la vida gracias a que llevaba puesta su coraza. Los salamanquinos, habiendo herido a unos y hecho huir a otros, lograron evadirse de los cartagineses. En cuanto Aníbal descubrió la rebelión, de inmediato se dispuso a perseguirlos. A los que se quedaron atrás los apresó; pero los demás, escabulléndose por los montes, consiguieron escapar.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia IV – Consolidando las conquistas

Las campañas de Aníbal en Iberia II – Preparación de la campaña vetona-vaccea

Continuación de Las campañas de Aníbal en Iberia I

Durante el invierno del 220 AC, Aníbal se dedicó a hacer los preparativos para lo que sería su mayor ambición, someter al pueblo de Roma. Para llevar a cabo esta gran empresa necesitaba abastecerse del grano que poseían los vacceos, conocidos por su gran habilidad agricultora. El aprovisionamiento de trigo, además de otras posibles mercancías, se materializaría asegurando el envío de las cosechas desde la cuenca media del Duero hasta la desembocadura del Ebro donde Aníbal dispondría de la carga, de tal forma que en pocos años se habría acumulado suficiente cantidad de cereal como para que el cartaginés acometiera el paso de los Pirineos y los Alpes.

Además, pondría orden en la periferia de los dominios cartagineses, que era una franja afectada por las frecuentes insurrecciones de los pueblos meseteños. Estos, se adentraban hacia el sur en busca de sal, un producto deficitario en su tierra de
origen. Asegurado el monopolio de las salinas meridionales, los indígenas seguirían comprando sal a cambio de sus productos agropecuarios. El general cartaginés también buscaba la obtención de botín, mercenarios (especialmente de caballería) y prisioneros de guerra para ser empleados como mano de obra en las minas de Cartagena y del alto Guadalquivir.

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Los púnicos, con un ejercito de 20.000 soldados a pie, 6.000 jinetes y 40 elefantes, salio de Cartagena a principios de la primavera hacia Cástulo. Junto a el, le acompañaba un elenco de brillantes generales como su lugarteniente Maharbal, su sobrino Hannón, hijo de Bomílcar, así como sus hermanos menores: Asdrúbal y Magón Barca.

El ejército cartaginés tenía un carácter helenístico, con un núcleo formado por unas falanges de infantería pesada, compactas, bien entrenadas para posibilitar una razonable maniobrabilidad y muy potentes en el ataque frontal. Estas falanges eran apoyadas por unidades de infantería ligera y caballería. Los miembros de estas
unidades, bastante profesionalizadas, prestaban largo tiempo de servicio, lo que posibilitaba un entrenamiento efectivo y homogéneo. En cuanto a su armamento, éste solía ser estandarizado, recurriéndose igualmente al uso de armas «exóticas» como los elefantes de guerra. Eran dirigidos por un cuadro de mando formado
por nobles cartagineses, pero en la base del mismo no combatían sus ciudadanos sino que la componían tropas de tres tipos, diferenciadas según su origen:

  • Súbditos de Cartago como los turdetanos o los libios.
  • Pueblos aliados como los oretanos o los númidas.
  • Mercenarios contratados como contingentes completos, tal es el caso de los celtíberos.

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Una vez en Cástulo, el comandante púnico continuo hacia el oeste en curso con el Guadalquivir hasta alcanzar el río Jándula, remontó su valle, y por este enfiladero cruzó la sierra con paso directo a la zona de Puertollano y al Campo de Calatrava, situándose a los pies del Guadiana que conducía a través del occidente de la provincia ciudadrealeña a la Beturia extremeña.

Continua en Las campañas de Aníbal en Iberia III