La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta

Continuación de La segunda guerra púnica en Iberia – Organización y partida

Los romanos ya contaban con un ejército de 25 000 hombres en la Galia Cisalpina. Se encontraban bajo el mando de dos pretores debido a que las tribus galas de boios e ínsubros habían atacado las colonias romanas del norte de Italia. Escipión decidió
enviar a Iberia el ejército que había traído con él, bajo el mando de su hermano y legado Cneo Escipión (fue cónsul en el 221 AC) y dejar con el a una pequeña parte de sus tropas que se incorporarían a las del norte de Italia.

Una vez burlados, necesitaban cortar las líneas de suministro de Aníbal que tenían su origen en tierras iberas. Esta sabia resolución de Escipión probablemente salvó a Roma, porque si los cartagineses hubieran mantenido su dominio indiscutible en iberia, habrían podido concentrar todos sus esfuerzos en apoyar a Aníbal en Italia, y por ende, haber enviado fuertes refuerzos una vez finalizada la batalla de Cannas, acto que habría complicado las cosas mucho más a Roma.

Massilia

Massilia

Cneo Cornelio Escipión, con 20000 soldados de infantería (2 legiones romanas y 2 aliadas) 2.200 de caballería y 60 quinquerremes, zarpó de Massilia y atracó en Emporion, en la provincia de Girona. Una vez ocupada, fue rebautizada como Emporiae (Ampurias).

Los objetivos fundamentales a alcanzar por Cneo en Iberia eran, según las órdenes del Senado, apoyar a las tribus aliadas, asegurar la independencia de los establecimientos griegos, atraer nuevos aliados a la causa romana y, por
último, expulsar a los púnicos de la Península. Es evidente que en aquellos momentos Roma no pensaba en otra cosa que en ahogar la fuente de aprovisionamientos del ejército cartaginés que iba a invadir la Península Itálica, sin
pensar en ningún momento en la conquista de Iberia y su anexión al incipiente imperio romano.

Inmediatamente, el legado romano inició los contactos con las diversas tribus pirenaicas y costeras ofreciéndoles su ayuda para desembarazarse de los púnicos. Dado que los pueblos de la zona, al contrario que los ilergetes y edetanos, tenían una capacidad militar muy reducida, no tuvieron más remedio que aceptar la “protección” de los romanos. La primera tribu hispana que tuvo el “honor” de quedar sometida fue la de los layetanos.

Estas tribus le proporcionarían a Escipión contingentes militares auxiliares, que serían los primeros soldados de estas características que Roma admitió en su ejército. Hasta esas fechas, sus soldados eran, o bien ciudadanos romanos (los legionarios) o soldados latinos o itálicos (los aliados), proporcionados a Roma por los pactos que ésta había suscrito con sus ciudades. Aquellos que, como los burgussios y andosinos, no la aceptaron, fueron atacados por los romanos, sus poblados destruidos y la población convertida en esclava.

De esta forma, antes de terminar el verano del 218 AC, los romanos disponían de una base segura desde la que proyectarse al resto de la costa levantina, en la que recibían constantes refuerzos procedentes de Marsella. La actitud dubitativa del general cartaginés, Hannon, no atacando en sus inicios a los romanos, permitió que éstos afirmasen su poderío en la zona, al tiempo que las tribus iberas, inicialmente partidarias de los púnicos, se vieran obligadas a aliarse con aquellos.

Continuara…

La segunda guerra púnica en Iberia I – Organización y partida

Tras la conclusión con éxito del sitio de Sagunto, Aníbal Barca dio descanso a sus       tropas, comenzando a avanzar hacia Italia con 90.000 infantes, 12.000 jinetes y 37           elefantes a finales de Abril de 218 AC. Una vez cruzado el Ebro, el general púnico dedicó unas semanas a someter a las tribus ibéricas del Noreste (bargusios, ausetanos,           arenosios y lacetanos), pues no podía arriesgarse a dejar en su retaguardia tribus        potencialmente hostiles que amenazaran sus líneas de comunicación. Durante este       período sus fuerzas quedaron disminuidas en unos 3.000 desertores carpetanos y otros 7.000 que hubo de licenciar por no sentir suficiente confianza en ellos.

Infante Libio-Fenicio

Infante Libio-Fenicio

Una vez reorganizadas sus fuerzas, dejó en la Península Ibérica dos ejércitos: uno al Norte del Ebro, compuesto por 10.000 infantes y 1.000 jinetes, bajo el mando del general Hannón; otro, integrado por 12650 infantes, 2550 jinetes y 21 elefantes, al mando de su hermano Asdrúbal, que se encargaría de la defensa del resto de las tierras ibéricas. Asi mismo, dejó bajo el mando de Asdrúbal una flota de 57 barcos (50 quinquerremes,            2 cuatrirremes y 5 trirremes).

Con todo dispuesto, Aníbal se puso al frente y cruzó los Pirineos con el resto del ejército compuesto por unos 55.000 infantes, 8.000 jinetes y 15 elefantes (Se incluían en él       numerosos mercenarios de la península: baleáricos, cántabros, astures, celtíberos,           lusitanos e ibéricos en general).

Mientras tanto, en Roma fueron elegidos cónsules Tiberio Sempronio Longo y Publio Cornelio Escipión, padre del futuro africano. La armada romana movilizó                       220 quinquerremes para apoyo en la Segunda guerra iliria, principal preocupación de los latinos en esa época. El cónsul Tiberio Sempronio Longo recibió 4 legiones                   (2 romanas y 2 aliadas; 8.000 romanos a pie y 16.000 aliados más 600 jinetes romanos y 1.800 aliados) y las instrucciones de navegar por África acompañado por                           160 quinqueremes. Por su parte, Publio Cornelio Escipión recibió 4 legiones             (8.000 romanos y 14.000 aliados de infantería más 600 romanos y 1.600 aliados a           caballo) e izó la vela hacia iberia acompañado por 60 navíos.

Marcha de Aníbal en 218 AC

Marcha de Aníbal en 218 AC

Publio salió a la mar, con su ejército, desde Pisa a la ciudad griega aliada de Massilia,       actual Marsella. A su llegada, se encontró con que Aníbal ya había cruzado los Pirineos y había avanzando hacia el Ródano. Como sus hombres habían sufrido mucho a causa del mareo, les permitió unos cuantos días de descanso, pensando que había tiempo          suficiente para impedir que Aníbal cruzase el río.

A continuación, envió una patrulla de caballería al norte hasta la orilla oriental del río Ródano. Allí se enfrentaron, con similar numero de fuerzas, a la caballería ligera           númida, expulsando a los cartagineses después de luchar en una dura escaramuza.           Escipión marchó al norte desde su base, mientras que Aníbal marchó hacia el este de los Alpes.

Pero la rapidez de los movimientos del cartaginés fue superior a la que el cónsul había anticipado. Había cruzado el Ródano, mientras que los romanos estaban aún en la desembocadura del río. Escipión, que marchaba por la orilla izquierda, se encontró con el desierto campamento púnico,  dándose cuenta de que Aníbal se encontraba a 3 días de marcha en el interior de la Galia.

Continua en La segunda guerra púnica en Iberia II – Roma se asienta en Iberia

 

Batalla de Angaco

Situación previa

En mayo de 1840, la Provincia de La Rioja se separó de la Confederación Argentina y se sumó a la Coalición del Norte. Este hecho puso a las provincias cuyanas en campaña       para invadir La Rioja.

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Mapa de la Confederación Argentina y sus países           limítrofes hacia 1833.

Mapa de la Confederación Argentina y sus países limítrofes hacia 1833.

En 1841 Rosas había logrado terminar con el apoyo francés al partido unitario,             rechazado a Lavalle en Buenos Aires y anulado la injerencia de la Comisión Argentina en Montevideo, comenzando a imponerse en la contienda.

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Nazario Benavides

Las tropas federales tomaron La Rioja, pero no destruyeron el ejército unitario. En       Sañogasta el gobernador de San Juan, Nazario Benavidez batió al gobernador riojano Brizuela y lo persiguió en su fuga. Brizuela, herido por la espalda, cayó prisionero y       murió poco después.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid

Tras estos reveses, los ejércitos de Juan Lavalle y Gregorio Aráoz de Lamadrid,  deciden dividirse: Lavalle esperaría al comandante del ejército federal, Manuel Oribe, en           Tucumán, mientras que Lamadrid intentaría la invasión a Cuyo.

José Félix Aldao

Lamadrid avanzó lentamente hacia el sur, ocupando La Rioja; pero al ver que los          gobernadores de San Juan, Nazario Benavídez, y de Mendoza, José Félix Aldao, estaban en La Rioja, los esquivó y aceleró su marcha. Como no podía hacerlo con el grueso de su ejército, envió una división al mando del recién ascendido a general Mariano Acha       como avanzada hacia las provincias de Cuyo.

Entretanto, el Chacho Peñaloza rearmó su ejército en los Llanos, amenazando San Juan, y hostigando las poblaciones fronterizas entre ambas provincias.

Ischigualasto

Ischigualasto

Desde La Rioja, Benavidez enfiló para San Juan por el camino de Ischigualasto, tras abastecerse de 300 caballos. Pero no llegaría a la ciudad. En el lugar conocido como     Potrero de Daniel Marcó, en Albardón, lindando con el paraje angaquero de Punta del Monte, acampó.

Benavidez, al frente de las tropas sanjuaninas, y Aldao, con las tropas mendocinas y puntanas, marcharon a reunirse en el territorio riojano para tomar la                             Ciudad de La Rioja.

Mariano Acha

Mariano Acha

En agosto, el general Acha marchó desde La Rioja hacia San Juan con una vanguardia del ejército unitario, los mejores de la milicia, con los siguientes objetivos:

  • Evitar la reunión de Benavídez y Aldao.
  • Distraer al Ejército Federal del Oeste de la invasión a La Rioja.
  • Conseguir tiempo para que Lamadrid organizase el grueso del ejército y esperar     refuerzos en la Ciudad de La Rioja.
  • Apoderarse de caballos y dinero.

Sin embargo, durante el camino 380 de sus 900 hombres desertaron.

Mariano Acha, llegó a Caucete tras dar un rodeo por el sur riojano. Venía seguida por Aldao y San Juan se había constituido en una plaza clave. Desde Caucete y sin cruzar el rio, Acha lanzó un ultimátum al comandante de la plaza de San Juan, coronel Oyuela: “Rendición o guerra”, (había intimado “Si se dispara un solo tiro, la guerra será a        muerte”, y el prudente delegado Oyuela se retiró sin combatir).

El ejercito de la coalición era cinco veces inferior en número. En una geografía que no había pisado nunca. Y en territorio enemigo, donde eran pocas las puertas que se le abrirían de no ser por el temor. Pero con sus hombres mal equipados, cansados de           batallas y sabiéndose parte de una causa que llevaba las de perder, consiguió tomar la Ciudad de San Juan el 13 de agosto sin combate alguno.

Toma de San Juan

San Juan era una ciudad de casas chatas, polvorientas calles sin árboles y de puertas y ventanas que se cerraban al ver pasar a aquellos hombres con desconocidas                     intenciones. Parecía un pueblo fantasma. El presbítero Timoteo Bustamante,                 gobernador dejado por Benavides, había alcanzado a huir. Varios de los hombres más prominentes también montaron en sus cabalgaduras y fueron a refugiarse en el valle de Zonda, en Ullum y en Calingasta. El jefe de las fuerzas militares, José María Oyuela supo al instante que nada podía hacer en defensa de la ciudad y salió huyendo en dirección a Albardón, intentando reunirse con el ejército de Benavides.

No hubo entrada con tiros al aire ni caballos lanzados a feroz galope. No era la invasión de una montonera. Era un ejército el que llegaba, conducido por un hombre de 41 años, de elevada estatura, de larga barba, tez blanca tostada por mil soles y de apostura          marcial.

—¿Quién está a cargo de la ciudad?
No hubo respuesta.
Pronto se presentaron los unitarios más destacados de San Juan: Damián Hudson,           Antonio Lloveras, Hilarión Godoy, Félix Aguilar, Indalecio Cortínez, Cesáreo Aberastain —hermano de Antonino—, Juan Crisóstomo Quiroga, Tadeo y Manuel de la Rosa,              Vicente Lima y Anacleto Burgoa, un coronel que alguna vez fue federal y combatió         junto a Facundo Quiroga pero ahora era unitario, fanatizado y enfermo de poder.

—General, sería un honor para mí que usted se alojara en mi casa.
El que había hablado era don Vicente Lima, hombre muy respetado.
La casa de Lima quedaba en la misma esquina que hoy forman las calles Mitre y General Acha, frente a la plaza mayor.
Allí se instaló el general. Y ese mismo día asumió el mando de la provincia.
—Dígame, don Vicente… ¿donde vive Benavides?
—A una cuadra de aquí. Los fondos de esta casa y la de él se comunican.
La casa de Benavides estaba ubicada en lo que hoy es la calle Santa Fe, entre la calle del Cabildo (hoy General Acha) y la calle Mendoza. Ahí tenía también su despacho de           gobernador.
Acha llamó a uno de sus oficiales.
—Ponga una guardia permanente en esa casa. No quiero que algún loco haga algo a su familia.
—Si señor.
—Algo más: quiero una completa requisa de todas las casas. Arma que encuentren la traen. Necesitamos además cuanto animal exista en San Juan y todos los alimentos        disponibles.
—¿Qué hacemos si alguien se resiste?
—Me lo fusila en el acto.
La esposa de Vicente Lima explicó entonces a Acha:
—General, la señora de Benavides es una excelente mujer y debe estar muy preocupada por sus pequeños hijos…
—Quédese tranquila. Vean la forma de que tenga una comunicación con esta casa a         través de los fondos. Y que no dude en venir acá ante cualquier problema.

El grueso de la tropa unitaria instaló su campamento en La Chacarilla, a unos dos         kilometros de la plaza, una propiedad de los frailes dominicos que tenía una              construcción en alto rodeada por dos grandes potreros, aptos para que los animales pastaran. Durante dos días, Acha ocupó la ciudad.

Los potreros de don Daniel Marcó

Aldao, como general en jefe del “ejército combinado”, había destacado a Benavídez en la vanguardia para atraer a Acha e impedir su escape. Se dirigieron a marchas forzadas hacia San Juan ya que era una ratonera sin salida posible. El máximo dirigente venía a la cabeza – sumando el cuerpo de Benavídez – de 2.200 hombres.

Para mal de los federales, había un conflicto interno dentro del ejército. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San Juan y por encontrarse en territorio de su autoridad, el mando supremo con arreglo a los pactos interprovinciales en vigencia (Pacto Federal de 1831). La solución, precaria, llego con el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado, el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao – de su cuerpo de 400 hombres.

Benavides había dejado atrás Angaco en dirección a San Juan. El cansancio era inmenso en aquellos 400 hombres que venían desde La Rioja sin dormir y con hambre atrasada. Había que reunir fuerzas para el choque final. El jefe federal ordenó desensillar en los potreros de don Daniel Marcó para pasar la noche.

Juan Crisóstomo Álvarez

Juan Crisóstomo Álvarez

Por su parte, la “Legión Brizuela”, al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, había        salido en persecución del coronel José María de la Oyuela – el gobernador federal       depuesto de la ciudad de San Juan – que huía en ese rumbo.

Al salir el sol del 15 de agosto, Benavides ordenó carnear algunas vacas que pastaban en los potreros para que se alimentara la tropa. Esperaba noticias sobre la llegada del           ejército de Aldao. Pensaba seguir su viaje a media mañana tomando el camino más        hacia el norte y desde allí marchar hacia la ciudad, intentando dejar a Acha entre dos fuegos: su ejército desde el norte y Aldao desde el sur.

A las 7 de la mañana, el general Acha, conocedor del regreso de la columna de Aldao, decidió partir al frente de su ejército desde Las Chacritas con sólo 500 hombres. El resto estaban esparcidos recogiendo ganado y otras provisiones. Sus fuerzas habían                  aumentado con el enganche de unitarios sanjuaninos pero fue un acto imprudente. En la ciudad sólo quedó un pequeño grupo integrado por 20 soldados.

Jose Maria de la Oyuela

Jose Maria de la Oyuela

Oyuela encontró a las fuerzas de Benavides desmontadas y carneando. Estaban                cansadas y hambrientas por lo que fue imposible hacerlas abandonar los fogones       improvisados y disponerlas para el combate ante la fuerza unitaria que se acercaba.       Alvarez, encontró a las fuerzas enemigas a las 8 de la mañana, sin haber podido          practicar reconocimientos previos del terreno. Ante una gran oportunidad, organizó las suyas inmediatamente y ordenó el ataque.

El grueso del ejército federal venía aun marchando y sin perspectivas de que se           desplegase en  línea de batalla. Aldao, contrariado con su camarada y seguro de             conservar aun la superioridad, no hizo nada para apoyarlo. Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos horas        después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de Benavídez había                   sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales, entre ellos el coronel                                        José Manuel Espinosa, a mediodía, habían muerto. Sus hombres, desbandados, se         dispersaron en diversas direcciones.

Sierra de pie de palo

Sierra de pie de palo

El campo quedó en poder de Acha mientras Benavides recomponía sus fuerzas y          enderezaba hacia el este, donde una polvareda indicaba la llegada del ejército de Aldao por la brecha de la montaña entre las sierras del Pie de Palo y el Villicum.

Acha, confiado por el éxito parcial de su vanguardia, había tenido tiempo de elegir       estratégicamente el mejor terreno para esperar al enemigo.

Preparativos de la batalla

Aldao, mientras Benavídez se batía con los unitarios, se había dedicado a estudiar la       posición de Acha. Observó que las fuerzas de éste no se alejaban de su base de                    operaciones. El lugar del combate, conocido con el nombre de “Punta del Norte”,             departamento de Angaco Norte, está situado a unos 34 kilometros de la ciudad y toma su nombre de la entrada o punta que forman las alamedas o montes de árboles que se internan en la región inhóspita del camino.

Angaco es un vocablo de origen araucano que significa agua o corrientes que hay en la falda de un cerro.

La acequia grande, tenía un poco mas de 5 metros, de borde a borde; pero, siendo el       espacio ocupado por el agua sólo de unos 3 metros, resultaba un pozo muy profundo, y como sus bordes tenían filas tupidas de altos álamos carolinos, se convertía, por ende, en una trinchera ideal.

Además de la defensa natural contra las cargas de caballería cuyana, Aldao tenía la        desventaja de llegar a Angaco después de una “travesía” sin agua de 150 kilometros. En cambio, las tropas de Acha estaban descansadas y alimentadas.

El comandante federal había observado que los infantes de Benavídez, al llegar a los álamos, no tuvieron más remedio que arrojarse al suelo y hacer fuego a boca de jarro sobre el enemigo, parapetados tras del borde opuesto y protegidos por los tupidos        álamos. Resolvió, entonces, distribuir sus fuerzas en sentido análogo, repartiendo su       caballería a los costados para tratar de flanquear a los unitarios, y haciendo avanzar su infantería por el centro; esto lo expondría a pérdidas enormes, por la ventaja que le       daba a sus enemigos su mejor artillería, pero no tenía otro plan posible.

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Conformación de las fuerzas en la batalla

División Avanzada del Ejército Unitario:

  • Comandante: Mariano Acha.
  • Jefe de estado mayor: comandante Irgazabal.
  • Ayudantes: Oficiales Atanasio Marques y Server Pizarro.
  • Batallon Libertad – 250 infantes al mando del coronel Lorenzo Alvarez.
  • Legión Brizuela – 200 jinetes al mando del coronel Crisóstomo Alvarez.
  • Escuadrón Paz – 140 jinetes al mando del coronel Francisco Alvarez.
  • Artillería – 2 piezas y 39 soldados.

Total: 629 hombres

Ejército Federal de Cuyo:

  • Comandante: José Felix Aldao.
  • Batallón de infantería Cazadores Federales – 350 infantes al mando del coronel          José Manuel Espinosa.
  • Batallón Auxiliares de Mendoza – 350 infantes al mando de Mayor N. Barrera.
  • Regimiento Nº2 de caballería – Auxiliares de los Andes – 477 jinetes al mando del       coronel Juan Antonio Benavídez.
  • Regimiento Milicias de San Juan – 300 efectivos al mando del coronel José M. Oyuela.
  • Regimiento Auxiliares de Mendoza – 350 efectivos al mando del comandante             N. Vera.
  • Artillería – cuatro cañones servidos por 30 hombres cada uno.

Total: 1.947 hombres

La obstinación de Aldao

Benavídez y Aldao tuvieron diferencias en cuanto a quién debía comandar el Ejército del Oeste. Convinieron en que la vanguardia quedaría para el primero y el grueso del ejército para el segundo.

Era mediodía y hacía frío aquel 16 de agosto. De un lado del canal o zanja, Acha mandó formar a su tropa. Ordenó repasar la gran acequia, a retaguardia de la cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que trazaba. Quedó conformada una larga    cadena de infantes, entremezclados con la artillería, siguiendo la línea del cauce. La    infantería presentaba su frente al norte y la caballería el suyo al noreste, favorecida por un terreno a propósito para la facilidad de los escuadrones al cargar o al replegarse.

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Aldao confiaba en su numerosa caballería y se lanzó al ataque con ella. Fue en ese      preciso instante cuando la artillería unitaria comenzó a vomitar su fuego. Y aquel      pedazo de suelo sanjuanino se llenó de polvo, pólvora, olores, gritos, cachos mutilados de cuerpos de hombres y bestias que saltaban por el aire. La batalla había comenzado y el reducido ejército de Acha causaba centenares de víctimas en las filas federales.

A continuación Aldao, ordeno efectuar una carga de caballería por los flancos, pero su artillería mal emplazada, no podía silenciar los fuegos de los cañones unitarios, que causaban estragos en sus filas. El ataque de la caballería federal fue recibida                   firmemente por las lanzas unitarias, produciéndose una sangrienta lucha, que duro    pocos minutos, volviendo a retirarse los jinetes de Aldao.

El general federal, dándose cuenta de la confusión del campo de batalla, decide        aprovecharla y ordena al coronel Díaz:

—¡Todos por el centro, hay que arrebatarles los cañones!.

La misma orden dio al chileno Barrera, a cargo de los 350 infantes del batallón             Auxiliares de Mendoza. A paso de trote, se dirigieron contra el centro unitario, a fin de hundirlo y arrebatarle los cañones.

Acha, un oficial experto y de probada sangre fría, preparo para recibir el choque al    veterano batallón “Libertad”. Por su parte, los cañones unitarios llegaron a disparar a quemarropa contra las tropas sanjuaninas, hasta que consiguieron entablar combate cuerpo a cuerpo con bayonetas y sables.

Acha usaba el techo de un pequeño rancho que existía a una corta distancia como      mirador, pero hubo de abandonarla rápidamente para hacer frente a los repetidos e    intensos ataques federales. La presencia de Acha – según testigos – era imponente,     apoyando en los lugares de la línea donde sus soldados flaqueaban.

La batalla se detuvo alrededor de las dos de la tarde. A la espera de un nuevo embate    federal, Acha ordenó a su infantería apostarse dentro de la acequia, utilizándola como trinchera.

“Aquella legión de demonios que capitaneaba el salvaje Acha”, como dice un jefe          federal, quedó reducida a 280 hombres pero no se rendía. Su intrépido jefe debió        cambiar tres veces de caballo porque le mataban el que montaba.

Acha desmontó y se sumó a su caballería.

—Ya lo sabéis, nuestros enemigos no dan cuartel al vencido; el hombre que cae en sus manos, es en el acto degollado; muramos, pues, si fuese menester, pero muramos peleando; vamos a dar una nueva carga y que sea la última, caiga quien caiga.»

Aldao, furioso por no haber podido vencer pese a la amplia superioridad numérica, rehizo velozmente los dos batallones de infantería y ordenó un nuevo ataque, sin dar tiempo a la caballería, que se hallaba dispersa, de rearmarse. La infantería trabó          encarnizado combate con numerosas bajas.

El final de la batalla

La caballería federal, a pesar de estar algo desmoralizada, se volvió a organizar; carga otra vez sobre las posiciones enemigas librándose otra vez un intenso          combate. La valiente actuación del Coronel Crisóstomo Alvarez, a pesar de recibir una grave herida, decidió la lucha a favor de los unitarios. La persecución se inicio, pero los jinetes federales se cubrieron con los fusileros de la reserva, rechazando a la caballería de Alvarez.

Aldao desesperado, ordena al comandante Rodríguez que cargue por la retaguardia enemiga. Acha, percatado del movimiento, hace girar súbitamente a sus infantes, y éstos fusilan a quemarropa a los jinetes federales, cayendo el mismo Rodríguez.

El polvo levantado por las sucesivas cargas de caballería, el denso humo levantado por las constantes descargas de mosquetería y los disparos de los cañones, hacía que solo se viese a pocos pasos de distancia. Sumaba a esto el calor sofocante del día, los gritos de los combatientes y la lucha cuerpo a cuerpo, todo esto provocaba que los oficiales no pudieran darse claramente cuenta de la situación.

José Félix Aldao

José Félix Aldao

En un esfuerzo supremo, Aldao conduce personalmente a su diezmada infantería contra los unitarios; tropezando con la acequia, ordena a los soldados que hagan cuerpo a tierra, para no presentar impunemente un blanco fácil. Sus hombres se arrastran por los pastizales hasta el mismo borde de la acequia, colocando sus        fusiles – al igual que sus enemigos – sobre el borde de su lado. La distancia que      separaba a los combatientes era de  poco mas de 5 m. Se produce entonces un       intenso y violento intercambio de disparos, cubriéndose los soldados como podían, sin lograr ventaja ni uno ni otro.

La caballería unitaria hacia prodigios de valor comandados por Crisóstomo           Alvarez, rechazando una y otra vez a la caballería federal. Después de rechazar la última carga, Alvarez ordena volver grupas y ataca salvajemente otra vez a la           infantería federal que, imposibilitada de moverse, no puede evolucionar para          esperar el ataque de caballería enemiga.

El mayor Barrera, jefe del Batallón Auxiliares de Mendoza, que había recibido           varias heridas, hizo frente al ataque. Sólo cuando no le quedaban más que 44          hombres en las filas, rindió sus armas. Ante tal acto, la infantería también claudicó.

El resto del ejército federal huyó hacia el interior de la provincia de San Juan. Eran aproximadamente las cinco de la tarde. La batalla se había extendido por siete horas, combatiendo sin descanso desde las nueve de la mañana. Por su parte, Benavídez se    dirigió hacia la ciudad de San Juan, donde reunió cuatrocientos hombres, simulando haber triunfado en la contienda.

Las pérdidas federales fueron enormes: 1.000 muertos, 157 prisioneros y una enorme cantidad de bagajes. Acha perdió entre muertos y heridos la mitad de su división, de ellos 170 muertos, siendo baja un gran número de oficiales.

Consecuencias

Poco le duraría el triunfo a Acha. De Angaco volvía a San Juan, sin saber que Benavídez estaba en la ciudad. Al acercarse, Benavídez lo atacó el 18 de Agosto en la Chacarita (en las afueras de San Juan); pero Acha consiguió abrirse camino hasta el centro,                 refugiándose en la catedral, después de abandonar a los prisioneros de Angaco y gran parte de las armas tomadas. En la torre de la catedral resistirá cuatro días, debiendo rendirse el día 22 con los últimos cien hombres que le quedaban.

Benavídez hizo una promesa de vida al general Acha que desdichadamente no se       cumplió. Al ser conducido a Buenos Aires, una partida de soldados de Aldao raptó al vencido, fusilándolo a orillas del Desaguadero el 15 de septiembre. Su cabeza fue puesta en un algarrobo. No se sabe quien dio la orden del ajusticiamiento, Pacheco o Aldao,     pero Benavídez protestó con vehemencia para que no se cumpliese. Lo presumible es que a nadie –sino al carácter de esa guerra- se deba esa inmolación. Aunque, como dato a tener en cuenta, Acha era odiado por los federales por haber entregado a Dorrego en 1828.

Las relaciones entre Aldao y Benavídez quedaron resentidas por la derrota; esto se agravó debido a que el segundo fue nombrado, al poco tiempo, Jefe del Ejército Federal del Oeste y ganó prestigio militar a pesar de la derrota.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid

Con respecto a la guerra civil, el general Lamadrid continuó su lento avance hacia la ciudad de San Juan y finalmente a Mendoza, que ocupó sucesivamente. Perseguido     primero por Benavídez y luego por el general Ángel Pacheco, fue definitivamente        derrotado por éste en la batalla de Rodeo del Medio, que terminaría con la resistencia unitaria por una década.

Anécdotas de la batalla

  • Teresa de Vargas, luego conocida como la difunta Teresa, figura de culto popular en Angaco, se desempeñó en las cercanías del frente, asistiendo a los heridos.
  • El mayor Melchor Aldao, sobrino del comandante federal, fue rechazado junto con su caballería, pero no se resignaba a retirarse. Clavó espuelas a su caballo y saltó la zanja hasta llegar a la línea unitaria donde alguien gritó ¡No maten a ese valiente!;        jinete y caballo cayeron rápidamente bajo las bayonetas unitarias.
  • En el fragor del combate algunos oficiales se desafiaban a duelo personal, de acuerdo a los usos de la época. Relatan que un oficial unitario y uno federal se desafiaron a duelo y tomando cada uno su fusil dispararon cayendo ambos muertos                       inmediatamente.
  • Crisóstomo Álvarez fue gravemente herido en la cabeza durante la batalla y se vio obligado a retirarse del campo de batalla para ser vendado. Inmediatamente de ser atendido, volvió ensangrentado al frente, causando el llanto de algunos de sus       soldados ante la muestra de valor y entrega. El prestigio militar de Álvarez, al            finalizar la batalla, fue inmenso.

Batalla de Angaco VII – Consecuencias

Continuación de la Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Poco le duraría el triunfo a Acha. De Angaco volvía a San Juan, sin saber que Benavídez estaba en la ciudad. Al acercarse, Benavídez lo atacó el 18 de Agosto en la Chacarita (en las afueras de San Juan); pero Acha consiguió abrirse camino hasta el centro,                 refugiándose en la catedral, después de abandonar a los prisioneros de Angaco y gran parte de las armas tomadas. En la torre de la catedral resistirá cuatro días, debiendo rendirse el día 22 con los últimos cien hombres que le quedaban.

Benavídez hizo una promesa de vida al general Acha que desdichadamente no se       cumplió. Al ser conducido a Buenos Aires, una partida de soldados de Aldao raptó al vencido, fusilándolo a orillas del Desaguadero el 15 de septiembre. Su cabeza fue puesta en un algarrobo. No se sabe quien dio la orden del ajusticiamiento, Pacheco o Aldao,     pero Benavídez protestó con vehemencia para que no se cumpliese. Lo presumible es que a nadie –sino al carácter de esa guerra- se deba esa inmolación. Aunque, como dato a tener en cuenta, Acha era odiado por los federales por haber entregado a Dorrego en 1828.

Las relaciones entre Aldao y Benavídez quedaron resentidas por la derrota; esto se agravó debido a que el segundo fue nombrado, al poco tiempo, Jefe del Ejército Federal del Oeste y ganó prestigio militar a pesar de la derrota.

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Gregorio Aráoz de Lamadrid

Con respecto a la guerra civil, el general Lamadrid continuó su lento avance hacia la ciudad de San Juan y finalmente a Mendoza, que ocupó sucesivamente. Perseguido     primero por Benavídez y luego por el general Ángel Pacheco, fue definitivamente        derrotado por éste en la batalla de Rodeo del Medio, que terminaría con la resistencia unitaria por una década.

Anécdotas de la batalla

  • Teresa de Vargas, luego conocida como la difunta Teresa, figura de culto popular en Angaco, se desempeñó en las cercanías del frente, asistiendo a los heridos.
  • El mayor Melchor Aldao, sobrino del comandante federal, fue rechazado junto con su caballería, pero no se resignaba a retirarse. Clavó espuelas a su caballo y saltó la zanja hasta llegar a la línea unitaria donde alguien gritó ¡No maten a ese valiente!;        jinete y caballo cayeron rápidamente bajo las bayonetas unitarias.
  • En el fragor del combate algunos oficiales se desafiaban a duelo personal, de acuerdo a los usos de la época. Relatan que un oficial unitario y uno federal se desafiaron a duelo y tomando cada uno su fusil dispararon cayendo ambos muertos                       inmediatamente.
  • Crisóstomo Álvarez fue gravemente herido en la cabeza durante la batalla y se vio obligado a retirarse del campo de batalla para ser vendado. Inmediatamente de ser atendido, volvió ensangrentado al frente, causando el llanto de algunos de sus       soldados ante la muestra de valor y entrega. El prestigio militar de Álvarez, al            finalizar la batalla, fue inmenso.

Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Continuación de la Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao

La caballería federal, a pesar de estar algo desmoralizada, se volvió a organizar; carga otra vez sobre las posiciones enemigas librándose otra vez un intenso          combate. La valiente actuación del Coronel Crisóstomo Alvarez, a pesar de recibir una grave herida, decidió la lucha a favor de los unitarios. La persecución se inicio, pero los jinetes federales se cubrieron con los fusileros de la reserva, rechazando a la caballería de Alvarez.

Aldao desesperado, ordena al comandante Rodríguez que cargue por la retaguardia enemiga. Acha, percatado del movimiento, hace girar súbitamente a sus infantes, y éstos fusilan a quemarropa a los jinetes federales, cayendo el mismo Rodríguez.

El polvo levantado por las sucesivas cargas de caballería, el denso humo levantado por las constantes descargas de mosquetería y los disparos de los cañones, hacía que solo se viese a pocos pasos de distancia. Sumaba a esto el calor sofocante del día, los gritos de los combatientes y la lucha cuerpo a cuerpo, todo esto provocaba que los oficiales no pudieran darse claramente cuenta de la situación.

José Félix Aldao

José Félix Aldao

En un esfuerzo supremo, Aldao conduce personalmente a su diezmada infantería contra los unitarios; tropezando con la acequia, ordena a los soldados que hagan cuerpo a tierra, para no presentar impunemente un blanco fácil. Sus hombres se arrastran por los pastizales hasta el mismo borde de la acequia, colocando sus        fusiles – al igual que sus enemigos – sobre el borde de su lado. La distancia que      separaba a los combatientes era de  poco mas de 5 m. Se produce entonces un       intenso y violento intercambio de disparos, cubriéndose los soldados como podían, sin lograr ventaja ni uno ni otro.

La caballería unitaria hacia prodigios de valor comandados por Crisóstomo           Alvarez, rechazando una y otra vez a la caballería federal. Después de rechazar la última carga, Alvarez ordena volver grupas y ataca salvajemente otra vez a la           infantería federal que, imposibilitada de moverse, no puede evolucionar para          esperar el ataque de caballería enemiga.

El mayor Barrera, jefe del Batallón Auxiliares de Mendoza, que había recibido           varias heridas, hizo frente al ataque. Sólo cuando no le quedaban más que 44          hombres en las filas, rindió sus armas. Ante tal acto, la infantería también claudicó.

El resto del ejército federal huyó hacia el interior de la provincia de San Juan. Eran aproximadamente las cinco de la tarde. La batalla se había extendido por siete horas, combatiendo sin descanso desde las nueve de la mañana. Por su parte, Benavídez se    dirigió hacia la ciudad de San Juan, donde reunió cuatrocientos hombres, simulando haber triunfado en la contienda.

Las pérdidas federales fueron enormes: 1.000 muertos, 157 prisioneros y una enorme cantidad de bagajes. Acha perdió entre muertos y heridos la mitad de su división, de ellos 170 muertos, siendo baja un gran número de oficiales.

Continua en la Batalla de Angaco VII – Consecuencias

Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao

Continuación de la Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla

Benavídez y Aldao tuvieron diferencias en cuanto a quién debía comandar el Ejército del Oeste. Convinieron en que la vanguardia quedaría para el primero y el grueso del ejército para el segundo.

Era mediodía y hacía frío aquel 16 de agosto. De un lado del canal o zanja, Acha mandó formar a su tropa. Ordenó repasar la gran acequia, a retaguardia de la cual organizó de nuevo su línea, dándole la forma angular que trazaba. Quedó conformada una larga    cadena de infantes, entremezclados con la artillería, siguiendo la línea del cauce. La    infantería presentaba su frente al norte y la caballería el suyo al noreste, favorecida por un terreno a propósito para la facilidad de los escuadrones al cargar o al replegarse.

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Aldao confiaba en su numerosa caballería y se lanzó al ataque con ella. Fue en ese      preciso instante cuando la artillería unitaria comenzó a vomitar su fuego. Y aquel      pedazo de suelo sanjuanino se llenó de polvo, pólvora, olores, gritos, cachos mutilados de cuerpos de hombres y bestias que saltaban por el aire. La batalla había comenzado y el reducido ejército de Acha causaba centenares de víctimas en las filas federales.

A continuación Aldao, ordeno efectuar una carga de caballería por los flancos, pero su artillería mal emplazada, no podía silenciar los fuegos de los cañones unitarios, que causaban estragos en sus filas. El ataque de la caballería federal fue recibida                   firmemente por las lanzas unitarias, produciéndose una sangrienta lucha, que duro    pocos minutos, volviendo a retirarse los jinetes de Aldao.

El general federal, dándose cuenta de la confusión del campo de batalla, decide        aprovecharla y ordena al coronel Díaz:

—¡Todos por el centro, hay que arrebatarles los cañones!.

La misma orden dio al chileno Barrera, a cargo de los 350 infantes del batallón             Auxiliares de Mendoza. A paso de trote, se dirigieron contra el centro unitario, a fin de hundirlo y arrebatarle los cañones.

Acha, un oficial experto y de probada sangre fría, preparo para recibir el choque al    veterano batallón “Libertad”. Por su parte, los cañones unitarios llegaron a disparar a quemarropa contra las tropas sanjuaninas, hasta que consiguieron entablar combate cuerpo a cuerpo con bayonetas y sables.

Acha usaba el techo de un pequeño rancho que existía a una corta distancia como      mirador, pero hubo de abandonarla rápidamente para hacer frente a los repetidos e    intensos ataques federales. La presencia de Acha – según testigos – era imponente,     apoyando en los lugares de la línea donde sus soldados flaqueaban.

La batalla se detuvo alrededor de las dos de la tarde. A la espera de un nuevo embate    federal, Acha ordenó a su infantería apostarse dentro de la acequia, utilizándola como trinchera.

“Aquella legión de demonios que capitaneaba el salvaje Acha”, como dice un jefe          federal, quedó reducida a 280 hombres pero no se rendía. Su intrépido jefe debió        cambiar tres veces de caballo porque le mataban el que montaba.

Acha desmontó y se sumó a su caballería.

—Ya lo sabéis, nuestros enemigos no dan cuartel al vencido; el hombre que cae en sus manos, es en el acto degollado; muramos, pues, si fuese menester, pero muramos peleando; vamos a dar una nueva carga y que sea la última, caiga quien caiga.»

Aldao, furioso por no haber podido vencer pese a la amplia superioridad numérica, rehizo velozmente los dos batallones de infantería y ordenó un nuevo ataque, sin dar tiempo a la caballería, que se hallaba dispersa, de rearmarse. La infantería trabó          encarnizado combate con numerosas bajas.

Continua en la Batalla de Angaco VI – El final de la batalla

Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla

Continuación de Batalla de Angaco III – Los potreros de don Daniel Marcó

Aldao, mientras Benavídez se batía con los unitarios, se había dedicado a estudiar la posición de Acha. Observó que las fuerzas de éste no se alejaban de su base de  operaciones. El lugar del combate, conocido con el nombre de “Punta del Norte”, departamento de Angaco Norte, está situado a unos 34 kilometros de la ciudad y toma su nombre de la entrada o punta que forman las alamedas o montes de árboles que se internan en la región inhóspita del camino.

Angaco es un vocablo de origen araucano que significa agua o corrientes que hay en la falda de un cerro.

La acequia grande, tenía un poco mas de 5 metros, de borde a borde; pero, siendo el espacio ocupado por el agua sólo de unos 3 metros, resultaba un pozo muy profundo, y como sus bordes tenían filas tupidas de altos álamos carolinos, se convertía, por ende, en una trinchera ideal.

Además de la defensa natural contra las cargas de caballería cuyana, Aldao tenía la desventaja de llegar a Angaco después de una “travesía” sin agua de 150 kilometros. En cambio, las tropas de Acha estaban descansadas y alimentadas.

El comandante federal había observado que los infantes de Benavídez, al llegar a los álamos, no tuvieron más remedio que arrojarse al suelo y hacer fuego a boca de jarro sobre el enemigo, parapetados tras del borde opuesto y protegidos por los tupidos álamos. Resolvió, entonces, distribuir sus fuerzas en sentido análogo, repartiendo su caballería a los costados para tratar de flanquear a los unitarios, y haciendo avanzar su infantería por el centro; esto lo expondría a pérdidas enormes, por la ventaja que le daba a sus enemigos su mejor artillería, pero no tenía otro plan posible.

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Conformación de las fuerzas en la batalla

División Avanzada del Ejército Unitario:

  • Comandante: Mariano Acha.
  • Jefe de estado mayor: comandante Irgazabal.
  • Ayudantes: Oficiales Atanasio Marques y Server Pizarro.
  • Batallon Libertad – 250 infantes al mando del coronel Lorenzo Alvarez.
  • Legión Brizuela – 200 jinetes al mando del coronel Crisóstomo Alvarez.
  • Escuadrón Paz – 140 jinetes al mando del coronel Francisco Alvarez.
  • Artillería – 2 piezas y 39 soldados.

Total: 629 hombres

Ejército Federal de Cuyo:

  • Comandante: José Felix Aldao.
  • Batallón de infantería Cazadores Federales – 350 infantes al mando del coronel José Manuel Espinosa.
  • Batallón Auxiliares de Mendoza – 350 infantes al mando de Mayor N. Barrera.
  • Regimiento Nº2 de caballería – Auxiliares de los Andes – 477 jinetes al mando del coronel Juan Antonio Benavídez.
  • Regimiento Milicias de San Juan – 300 efectivos al mando del coronel José M. Oyuela.
  • Regimiento Auxiliares de Mendoza – 350 efectivos al mando del comandante N. Vera.
  • Artillería – cuatro cañones servidos por 30 hombres cada uno.

Total: 1.947 hombres

Continua en la Batalla de Angaco V – La obstinación de Aldao


Mahoma, el fundador del Islam

Mahoma (La Meca, c. 26 de abril de 569/570-Medina, 8 d e junio de 632) fue el profeta fundador del islam. Su nombre completo en lengua árabe es Abu l-Qasim Muhammad ibn Abd Allah al-Hašimi al-Qurayši, que se castellaniza como «Mahoma».

En la religión musulmana, se considera a Mahoma «el sello de los profetas» (jatim al-anbiya’), el último de una larga cadena de mensajeros enviados por Dios para           actualizar su mensaje, entre cuyos predecesores se contarían Abraham, Moisés y Jesús de Nazaret. A su vez, el Bahaísmo lo venera como un profeta o «Manifestación de Dios», cuyas enseñanzas habrían sido actualizadas por las de Bahá’u’lláh, fundador de esta   religión.

Documental

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Batalla de Angaco III – Los potreros de don Daniel Marcó

Continuación de Batalla de Angaco II – Toma de San Juan

Aldao, como general en jefe del “ejército combinado”, había destacado a Benavídez en la vanguardia para atraer a Acha e impedir su escape. Se dirigieron a marchas forzadas hacia San Juan ya que era una ratonera sin salida posible. El máximo dirigente venía a la cabeza – sumando el cuerpo de Benavídez – de 2.200 hombres.

Para mal de los federales, había un conflicto interno dentro del ejército. Benavídez le reclamaba a Aldao, como gobernador de San Juan y por encontrarse en territorio de su autoridad, el mando supremo con arreglo a los pactos interprovinciales en vigencia (Pacto Federal de 1831). La solución, precaria, llego con el mando dado a Benavídez de la vanguardia, dando por resultado, el avance precipitado – sin esperar las órdenes de Aldao – de su cuerpo de 400 hombres.

Benavides había dejado atrás Angaco en dirección a San Juan. El cansancio era inmenso en aquellos 400 hombres que venían desde La Rioja sin dormir y con hambre atrasada. Había que reunir fuerzas para el choque final. El jefe federal ordenó desensillar en los potreros de don Daniel Marcó para pasar la noche.

Juan Crisóstomo Álvarez

Juan Crisóstomo Álvarez

Por su parte, la “Legión Brizuela”, al mando del coronel Crisóstomo Alvarez, había        salido en persecución del coronel José María de la Oyuela – el gobernador federal       depuesto de la ciudad de San Juan – que huía en ese rumbo.

Al salir el sol del 15 de agosto, Benavides ordenó carnear algunas vacas que pastaban en los potreros para que se alimentara la tropa. Esperaba noticias sobre la llegada del           ejército de Aldao. Pensaba seguir su viaje a media mañana tomando el camino más        hacia el norte y desde allí marchar hacia la ciudad, intentando dejar a Acha entre dos fuegos: su ejército desde el norte y Aldao desde el sur.

A las 7 de la mañana, el general Acha, conocedor del regreso de la columna de Aldao, decidió partir al frente de su ejército desde Las Chacritas con sólo 500 hombres. El resto estaban esparcidos recogiendo ganado y otras provisiones. Sus fuerzas habían                  aumentado con el enganche de unitarios sanjuaninos pero fue un acto imprudente. En la ciudad sólo quedó un pequeño grupo integrado por 20 soldados.

Jose Maria de la Oyuela

Jose Maria de la Oyuela

Oyuela encontró a las fuerzas de Benavides desmontadas y carneando. Estaban                cansadas y hambrientas por lo que fue imposible hacerlas abandonar los fogones       improvisados y disponerlas para el combate ante la fuerza unitaria que se acercaba.       Alvarez, encontró a las fuerzas enemigas a las 8 de la mañana, sin haber podido          practicar reconocimientos previos del terreno. Ante una gran oportunidad, organizó las suyas inmediatamente y ordenó el ataque.

El grueso del ejército federal venía aun marchando y sin perspectivas de que se           desplegase en  línea de batalla. Aldao, contrariado con su camarada y seguro de             conservar aun la superioridad, no hizo nada para apoyarlo. Benavídez, a pesar de sus esfuerzos, y no pudiendo superar la acequia, se vio obligado a retroceder dos horas        después de iniciado el combate. La mitad de los hombres de Benavídez había                   sucumbido, y la mayor parte de sus oficiales, entre ellos el coronel                                        José Manuel Espinosa, a mediodía, habían muerto. Sus hombres, desbandados, se         dispersaron en diversas direcciones.

Sierra de pie de palo

Sierra de pie de palo

El campo quedó en poder de Acha mientras Benavides recomponía sus fuerzas y          enderezaba hacia el este, donde una polvareda indicaba la llegada del ejército de Aldao por la brecha de la montaña entre las sierras del Pie de Palo y el Villicum.

Acha, confiado por el éxito parcial de su vanguardia, había tenido tiempo de elegir       estratégicamente el mejor terreno para esperar al enemigo.

Continua en la Batalla de Angaco IV – Preparativos de la batalla